lunes, mayo 06, 2013

Los mares grises sueñan con mi muerte, de William Hope Hodgson (tercera y última parte, 1907-1996)



Pues entramos ya en las aguas de la tercera y última entrega de este comentario repasando los cuentos de William Hope Hodgson recopilados en este volumen maravilloso y fundamental editado por Valdemar en su colección Gótica.

El regreso al hogar del Shamraken (1908) es un relato hermoso y emocionante en el cual la tripulación del viejo barco Shamraken, ancianos casi tan venerables como el propio navío, navegan hasta hallarse ante lo que parecen las mismas puertas del Cielo. Envueltos por una extraña niebla de color rosado, fascinante e irreal, avanzan a través de ella más felices de encaminarse al Paraíso y reencontrarse con sus seres queridos fallecidos hace mucho ya que atemorizados por el incomprensible fenómeno atmosférico. Pero la realidad les golpeará con rudeza. Hasta en los momentos más eufóricos y ensoñadores el puño de la desolación y la realidad aparece para borrarlo todo. Hodgson no consiente un final del todo feliz. Aunque en ningún momento deja de ser hermoso.

Y vamos ahora con un bloque de cuentos que José María Nebreda ha agrupado bajo el título Cuentos de misterio en el mar. Este epígrafe deja bien claro lo que a continuación nos vamos a encontrar. Estamos ya en la parte final del volumen y hay que decir que entre los relatos que restan ya no encontraremos ninguna obra maestra ni conmovedora del calibre que hasta ahora nos ha sido dado disfrutar. Pero esto no significa que no tengamos por delante unas cuantas horas de verdadero goce hodgsoniano. El libro se acaba y un sentimiento de pérdida horrible empieza a embargarme. Siempre puede uno volver a releerlos, claro, pero esta es la primera vez en que uno puede hacerlo así, de seguido, y al llegar al final sentimos que algo maravilloso está llegando a su fin. Leí estos últimos cuentos con un inevitable sentimiento de nostalgia.

En El salvaje hombre de mar (1918) Hodgson nos revela una historia de brutalidad, crimen y superstición entre la marinería de un barco. Pero también la historia de la amistad entre un experimentado y sabio marino y un joven e inexperto grumete. Por desgracia se impondrá la bestialidad que no comprende ni acepta lo que es de verdad humano. Como he comentado, con este se inicia la parte dedicada a cuentos en el mar pero con tramas realistas. Alejado del fantástico Hodgson quizá no resulta tan genial, aunque sí siempre entretenido y emocionante.

Lingotes (1911) es un claro ejemplo de esto: un excelente relato de fantasmas que acaba convertido en una historia de misterio y robo increíble. Aunque la magnífica atmósfera espectral que Hodgson construye con una facilidad magistral se diluye al final, el tono desenfadado que tiene desde el principio lo hace simpático y siempre muy entretenido, conjuntando a la perfección terror, emoción, misterio, aventura y cierto sentido del humor muy amable.

Piadoso rescate (1925) es un relato de aventuras en el que se nos narra el rescate de unos jóvenes condenados a muerte. Es entretenido, aunque sin la pulsión de los mejores cuentos de Hodgson. Late a un ritmo más prudente y menos original, si bien los toques de violencia y crueldad no dejan de estar presentes: el peor enemigo del hombre no siempre son criaturas surgidas del abismo, sino a veces el propio hombre. Resultan curiosos los errores de localización de Hodgson. Quizá el trato con la realidad le hiciera temblar el pulso. Y también la guerra y sus horrores como antesala funesta del que sería su propio final.

Escrito con el estilo de un artículo periodístico, Los fantasmas del Glen Doon (1911) asemeja un informe de un hecho en apariencia sobrenatural, pero carece de la intensidad de las mejores obras de Hodgson. Pareciera que cuando la angustia y el horror no son los sentimientos dominantes su estilo se aplacara y se volviera convencional. No deja de resultar curioso cómo en el fondo nos está narrando la típica historia de una mansión encantada por fantasmas de personas que murieron de forma trágica allí, salvo que la mansión es el cascarón abandonado de un barco y los muertos son marineros ahogados. Un joven ricachón se apuesta a que pasará la noche en su interior y desvelará que las habladurías sobre el barco encantado no son más que eso, cháchara banal. En mala hora se le ocurrió pensar así, si bien lo irónico es que tampoco andaba muy descaminado en sus suposiciones. Un relato vencido por lo convencional de su tratamiento pero que en manos de Hodgson deviene un entretenimiento más que digno.

La leyenda de una isla en la cual los piratas ocultaban sus fortunas alimentadas por la rapiña y el robo es el eje central de La isla de las tibias cruzadas (1913). Es un relato de aventuras que no brilla como sí lo hacen las historias de horror de su autor, pero resulta de nuevo muy entretenido. La descripción de la isla, con su fondeadero oculto, y la locura del marinero que ansía para sí todas las riquezas escondidas quizá sean los puntos más interesantes de este, en definitiva, buen cuento.

Los tiburones del St. Elmo (primera publicación: 1988) es un relato que se desenvuelve entre lo cruel y lo macabro, y que nos regala la inolvidable imagen de un pequeño barco mixto (a vapor y vela) rodeado por millones de tiburones. El barco se halla varado en calma chicha, claro está, y la historia ofrece una explicación no sobrenatural pero impactante. A mi gusto, quizá sea el mejor relato de este último tramo del libro. Y el título original, Cincuenta chinos muertos en fila, resulta mucho más extraño y sugerente. Lástima de corrección política que en su primera publicación, 1988, llevara a no mantenerlo. Contado por el viejo capitán Drag al narrador, el relato enseguida toma la voz del primero con la fuerza de una historia verídica narrada por un viejo lobo de mar. Una aventura de juventud que pervive indeleble en su recuerdo. Y que tras leerlo pervivirá en el nuestro.

Ya en la parte final del volumen se nos ofrecen pequeños relatos de Hodgson inspirados en historias reales, o bien que podrían haberlo sido, agrupadas bajo el epígrafe Hombres de aguas profundas. Un realismo que trasluce todo el amor que, a pesar de sus no siempre buenas experiencias como marino, Hodgson sentía por el mar y los hombres que dedicaban sus vidas a él. Así el primero de ellos, En el puente (1912). Cuando el Titanic sufre el que quizá sea el naufragio más famoso de la historia, la culpa recayó, como bien sabemos, sobre el capitán y la tripulación. Hodgson nos hace compartir los tensos momentos en los que un gran barco esquiva gigantescos icebergs en lo más profundo de la noche. Aquí no hay trágico final, solo comprensión y respeto por un trabajo duro y difícil que cuando sale bien nadie reconoce, pero en el cual si se comete un error nadie lo olvidará.  


El apasionante rescate de los pasajeros de un barco en llamas en mitad de una tormenta ocupa las breves páginas de El hecho real: «S.O.S.» (1917). Épica y emoción se conjugan en una historia tan breve como intensa. La crueldad del mar, más terrible por carecer de sentido y finalidad, enfrentada al valor y la esperanza de los hombres. El lanzamiento de la corredera (primera publicación: 1988) incide sobre un tema que ya hemos visto en otros de sus relatos: un segundo oficial cruel sufre la venganza de los grumetes del barco. Estos pretenden gastarle una broma con la aquiescencia de toda la tripulación, sabedora esta de su mal carácter y su peor hacer como segundo de a bordo. Pero la broma resultará demasiado pesada. Deja bien claro qué cosas eran aquellas que a Hodgson no le gustaban de la vida marinera. Solo un par de páginas, en Por sotavento (1919), le bastan a Hodgson pata transmitir toda la furia y la violencia de una tempestad. Y la lucha titánica y ciega de la tripulación de un barco por mantenerlo a flote en ese infierno de agua. Y menos espacio todavía (página y media) necesita, en Hombres de mar (primera publicación: 1996), para narrar la muerte de un marinero intentando atrapar desde la verga los jirones de una vela destrozada por la tormenta.

Y con toda la tristeza del mundo llegamos al final. Pocas cosas nos quedan por comentar. El libro se abre con una selección de poemas de Hodgson, de los cuales destacaríamos por su fiereza y extrema belleza en lo terrible el que sirve para dar título a la selección de cuentos: Los mares grises sueñan con mi muerte. Se incluyen además: Los pasos de la muerte, El salmo de los infiernos, Tormenta, La llamada del mar, Canción del barco y La voz de alguien que grita en la inmensidad. Y cuenta con ilustraciones de Raymond Massey, George Grie (portada), Gunther T. Schulz, Stephen Fabian, Ned Dameron y el excepcional Philippe Druillet.  

Como no puedo creer que haya terminado, repaso los dos libros de relatos que tengo en mi biblioteca editados con anterioridad por la editorial Valdemar recopilando algunos de los cuentos de Hodgson. Los de La nave abandonada y otros relatos de horror en el mar están en su totalidad recogidos en Los mares grises sueñan con mi muerte. Si lo traigo al final aquí es por su fantástica ilustración de cubierta, una obra de Ivan Aivazouskij (1817-1900). Sin embargo, Un horror tropical y otros relatos sí que incluye un par de cuentos que, al no estar ambientados en el mar, no se recogen en aquella. Son los que comento a continuación.

Eloi, Eloi, lama sabachthani (¡Señor!, ¡Señor! ¿Por qué me has abandonado?, también publicado bajo el título El explosivo Baumoff, 1919) es un sensacional relato que basándose en unas delirantes teorías de la luz, el éter y la materia para explicar el misterio del oscurecimiento de la cruz de Cristo, consigue que las olvidemos contagiados por la angustiosa sensación de horror in crescendo que transmite. Protagonizado por fanáticos religiosos y un científico dispuesto a demostrar la verdad absoluta de Cristo y sus milagros, por fuerza nos ha de atrapar. Este científico, Baumoff, aplicará sobre sí mismo sus teorías experimentando un efecto que explicaría de manera científica este milagro de Cristo sin perder un ápice de su condición extra terrena. Pero el experimento, como está mandado, va demasiado lejos. Baumoff debe emular la pasión y el dolor de Cristo para poder provocar esas mismas emociones que este sintió. Lo que jamás esperaría nadie es que la emulación llegaría tan lejos. Y menos aún su sorprendente y sobrecogedor desenlace. Su temática desquiciada, su atmósfera agobiante, los colores y la niebla como síntomas del mal (igual que en sus relatos de horror en el mar) y su condición herética conforman un relato fabuloso. Las notas pulp que incluye, el científico que experimenta consigo mismo y cuyos descubrimientos pueden ser un arma de guerra, así como el ambiente de espionaje (el relato se desarrolla en Berlín), lo engrandecen aún más. Su magnífica gradación de la tensión y la demoledora y terrible conclusión son perfectas. Un relato excelente por muy lejos del mar que se desarrolle.

Una vaga sombra fantástica se cierne sobre El terror del tanque de agua (1907). Su desarrollo de misterio policial con crímenes de por medio podría haber dado lugar a una historia del personaje creado por Hodgson, Carnacki, el investigador de lo sobrenatural. Escrito tres años antes del primer relato protagonizado por este, quizá estemos ante el antecedente del mismo, aquí un doctor llamado Tointon.

Y ahora sí hemos llegado de manera definitiva al final. Solo he deseado compartir lo que sentí leyendo estos maravillosos relatos, y si alguien que no conocía la obra de Hodgson siente ahora el deseo de leerlo, o si quien lo conoce bien desea releerlo animado por este extenso comentario, se dará por cumplido mi objetivo, pues no es otro. Compartir lo que uno ama y que otros también lo amen con la misma pasión. Todo lo demás no merece la pena.


HODGSON, William Hope. Los mares grises sueñan con mi muerte: cuentos completos de terror en el mar. Edición de José María Nebreda; traducción de José María Nebreda y Esperanza Castro; ilustraciones de George Grie, Raymond Massey, Gunther T. Schulz, Philippe Druillet, Stephen Fabian y Ned Dameron. Madrid: Valdemar, 2010. 771 p. Gótica; 82. ISBN 978-84-7702-680-8.

HODGSON, William Hope. La nave abandonada y otros relatos de horror en el mar. Traducción de Esperanza Castro. Madrid: Valdemar, 1997. 214 p. El Club Diógenes; 67. ISBN 84-7702-188-0.

HODGSON, William Hope. Un horror tropical y otros relatos. Traducción e introducción de José María Nebreda. Madrid: Valdemar, 1999. 197 p. El Club Diógenes; 118. ISBN 84-7702-268-2.   

martes, abril 30, 2013

Los habitantes del espejismo, de Abraham Merritt (1932)

   
Ahora que asistimos a una cierta revalidación de la literatura de fantasía, en especial gracias a esa serie de televisión que ve todo el mundo basada en la obra aún inconclusa de George R. R. Martin, Canción de hielo y fuego, es bonito recuperar a los ancestros del género. En esta ocasión a los ancestros más pulp, no por ello menos importantes, entre los que podemos contar al gran Abraham Merritt. Un género que antaño sabía mezclar la oscuridad de tramas llenas de peligros y maldiciones ancestrales sin cuento con la luminosidad de las aventuras trepidantes y vitalistas protagonizadas por unos héroes y heroínas de marcado carácter positivo. Podían tener su faceta oscura, como los de ahora, pero a diferencia de estos sabían luchar contra sus fantasmas en lugar de enorgullecerse de ellos. Las batallas eran cruentas y despiadadas aunque sin esa nota de verismo feísta tan del gusto actual. En fin, ambas caras del género tienen grandes valedores, y si bien la serie de la HBO se me antoja una cacafuti importante la obra de Martin es un placer. 

Los habitantes del espejismo se publicó por primera vez en 1932 en seis entregas en la revista Argosy, la habitual de Merritt. Conocería reediciones posteriores, destacando las de 1941 y 1949 porque venían acompañadas con ilustraciones, originales para cada ocasión, del fantástico Virgil Finlay. Javier Jiménez Barco cuenta con detalle todas las vicisitudes editoriales en la estupenda introducción: Tentáculos negros y mundos perdidos. Así mismo también nos cuenta de la relación entre Merritt y Lovecraft, la cual no se limita a la evidente influencia del segundo en esta novela, sobre todo en la aparición de un tremebundo pulpo que hasta en el nombre nos recuerda a Chtulhu, Khalk’ru, el señor del vacío, el cual procede, atención, de un universo paralelo. Si a esta terrible aparición de un ser abominable se le suma que dispone de toda una civilización perdida que lo adora y otra que lo teme, pues ya tenemos los ingredientes perfectos para la más desaforada de las aventuras.   

Merritt lanza a sus héroes a una tierra perdida oculta entre las montañas de Alaska. Esto en sí ni en la época suponía nada nuevo, pero la imaginación de Merritt es un prodigio y se las ingenia para que el viaje siempre tenga algo de maravilloso. Aquí será que esta tierra olvidada se encuentra aislada del resto del mundo no solo por un infranqueable muro rocoso, sino además por un manto ilusorio formado por un espejismo. Una idea hermosa que Merritt nos retrata con delectación y cuidado. La bruma de su relato es la bruma de la fantasía, de ese mundo que está creando y al que nos va a arrastrar a poco que confiemos en él.


El descubrimiento y el descenso a este oasis ancestral se llevan a mi gusto algunas de las mejores páginas del libro. Una vez allí, primero encontraremos a la gente pequeña, unos seres insufribles que se pasan el día bailando y tocando el tambor, del tamaño de niños y de color dorado, que resultan de lo más cargante. Y su empalagosa líder, la bella semi salvaje Evalie, esta de tamaño grande para que el héroe no tenga problemas a la hora de conquistarla. La historia es mucho más interesante cuando traslada la acción al bando de los malvados seguidores del súper pulpo cuántico (o así). Estos son unas criaturas bellas, altas, rubias y de ojos azules, de ascendencia nórdica, y encima casi todos ellos… Bueno, ellas más bien, porque casi todas son chicas medio desnudas. Eso sí, de armas tomar, guerreras feroces que no conocen el miedo. Vamos, la fantasía de cualquier lector de fantasía, valga la redundancia porque no puede ser más veraz. Lobos, un lago habitado por espectros (al que se le podría haber sacado más juego), una explicación lógica al mito de Thor y su poderoso martillo y una espectacular y sangrienta batalla final que se sigue con auténtica expectación y temor completan un tapiz mucho más emocionante que el anterior.

A pesar de su desprejuiciado carácter de aventura plagada de maravillas Merritt seguía con atención las noticias y novedades científicas, siendo así que varias de ellas sirven de soporte “real” a lo increíble de sus tramas. Para conocer al detalle sobre la ciencia en esta novela de Merritt recomiendo este breve pero contundente artículo de Anthony Baillard: Leyendo ciencia en… Loshabitantes del espejismo.  


Como ya he comentado, hay momentos en los que la novela pierde algo de fuerza, en especial en la parte dedicada a describir la vida feliz de la gente pequeña, si bien debo reconocer que después de todo es algo necesario pues Merritt sabe que para hacer tangibles sus civilizaciones imposibles debe hacérnoslas sentir cercanas, o al menos que podemos conocerlo todo acerca de ellas. Solo así lo que a sus protagonistas pueda sucederles llegará a importarnos. Las páginas dedicadas a los malos dejan claro que ya incluso en esos años tampoco todo era tan maniqueo como al principio se daba a entender, y que esto de los caracteres que gozan de luces y sufren sus sombras es algo ya viejo en el género. Merritt lleva con pulso tenaz y sin respiro la parte poderosa de la novela, la de la confusión y posesión de personalidades, la de los seres abisales que reclaman su tributo en forma de sacrificios de jóvenes a punto de dar a luz, de batallas encarnizadas a martillo y espada y sanguijuelas gigantes y lobos hambrientos devorando los despojos de la lucha. No pedimos más porque no otra cosa puede exigírsele a Merritt. Era esto lo que sabía hacer. Y lo hacía bien.

MERRITT, Abraham. Los habitantes del espejismo. Introducción y traducción de Javier Jiménez Barco; ilustraciones de Virgil Finlay. Bilbao, Madrid, Barcelona: La Hermandad del Enmascarado, 2008. 300 p. Los libros de Barsoom, Zona Weird; 1.  







lunes, abril 29, 2013

EAM # 41: El cigarro de la locura, de Louis Gasnier (1936)



Nada, no hay manera de que ponga al día en este siniestro blog mis comentarios para la página de cine El antepenúltimo mohicano. Pero bueno, algún día lo conseguiré. Hoy dejo aquí el que escribí para El cigarro de la locura (Reefer Madness / Tell Your Children, 1936), de Louis Gasnier (a veces Louis J. Gasnier). Puedes leerlo 


Una explotation movie que con la excusa de pontificarnos sobre lo mala que es la marihuana en realidad nos ofrece todo un catálogo de imágenes y escenas que el Hollywood comercial no podía mostrar ni por asomo. Aunque fumar es lo peor que te puede pasar, en realidad hay momentos en que resulta bien divertido. Sobre todo si antes se ha estado haciendo el loco bailando rocanrol.


También puede llevar a que uno se tome más alegremente las cosas esas del sexo. Todo vale si sirve para mostrar alguna que otra escena subida de tono, que es lo que de verdad importa en este tipo de pelis. ¡Por eso nos gustan!  


Es indispensable que alguna bella joven se cambie las medias ante la cámara. Exigencias del guion, ¡qué os habéis creído!


¡Y anda que no se le ponen a uno caras divertidas mientras fuma! Es la pasión desenfrenada. Qué lástima que tanta diversión siempre acabe en crimen y violencia. Gratuitos, claro está. 


Lo digo desde ya: no se trata de una buena película, pero me gusta. A día de hoy todavía sigue generando críticas y burlas, pero lo increíble es que quienes así lo hacen es porque se la toman en serio. Como ya he comentado, se trata de una película de explotación que solo busca sacar dinero mostrando conductas extremas, hoy en su mayoría de una inocencia sonrojante, que el Hollywood de serie A no podía mostrar tan a las claras: estamos en el segundo lustro de los años 30, con el Código Hays funcionando a toda pastilla. Mostrar a la gente consumiendo drogas era un delito. Pensar que esta película y todas las de su estilo tenían cualquier visto bueno oficial o que eran asesoradas por médicos serios es un dislate. Se estrenaban en tugurios, en cines de extrarradio o en pequeños pueblos, nunca en salas grandes o importantes. Los sinvergüenzas que las producían, conocidos en el mundillo del cine como "los 40 ladrones", solo buscaban sacar pasta tocando todos los temas tabú que se les ponían por delante.


Y lo dicho: para mostrarlos, había que hacer como que se estaba criticando aquello que querían enseñar. Por eso hay tan poca credibilidad en el ataque a la marihuana: ¡porque les importaba un soberano pepino si era exagerado o no! Lo importante era dar lo que el cine de producción normalizada no podía. Así que no te extrañe que si fumas, pues bueno, pongamos que te conviertes poco menos que en un criminal. Y los remordimientos te harán la vida imposible.


La policía intervendrá y pondrá fin a desaguisados imposibles. A todo esto, nunca he leído nada sobre los bonitos y expresionistas planos que de la nada, con un presupuesto miserable y rodando a velocidad de crucero, consigue plasmar Gasnier en el interrogatorio policial. Muy breves, de acuerdo, pero es un bonito regalo para el espectador justo allí donde uno no esperaría encontrar nada. 


Y qué queréis que os diga, Gasnier me produce más respeto que cualquiera de los zampabollos de moda que ahora le gustan a todo el mundo y que en el fondo no dejan de ofrecer lo mismo pero a precios millonarios. ¡Decidle esto también a vuestros hijos!


jueves, abril 25, 2013

Keeler News, nº 81



Ya está disponible el nuevo número, el 81 (abril de 2013), de Keeler News, la publicación editada por Richard Polt dedicada al escritor Harry Stephen Keeler. Puedes descargarla gratuitamente AQUÍ. En la misma página de la Harry Stephen Keeler Society puedes solicitarla en papel y también hacerte con todos los números anteriores. Esta es la publicación fundamental para saberlo todo acerca de uno de los escritores más extraños y originales de todo el orbe literario. 

En este fantástico número encontraremos un artículo de William Gillespie sobre cómo construyó su novela Keyhole Factory siguiendo el método de composición en red diseñado por el propio Harry Stephen Keeler. Se incluye el alucinante mapa de la enrevesada, imaginamos, trama. ¡Ojalá algún editor español se anime a publicarla!


A continuación, un artículo de Richard Polt, The Prestidigitations of "Alphabet" Keeler, la historia de Pierre Louie Ormand Augustus "Alphabet" Keeler, tío de Harry y famoso espiritista. Hablaba con los muertos y comunicaba sus mensajes por escrito. De paso, se nos da noticia también del hermano de "Alphabet", William M. Keeler, que los fotografiaba. En fin, la familia de nuestro admirado Harry parece salida de su imaginación esquinada y fantástica.


Sigue una reproducción de una página de The Occult Digest de mayo de 1929 en la que se incluía una reseña de la novela de Harry Stephen Keeler Las gafas del señor Cagliostro.

En A Special Find Richard Polt nos cuenta detalles de cómo ha encontrado y en qué estado se halla un ejemplar de Find the Clock, edición de Hutchinson, el primer editor de Keeler, de 1927. 

Esta entrega termina con la sección habitual de cartas, la lista de nuevos y retornados miembros de la Harry Stephen Keeler Society y la siempre genial A Sentence from the Master

Y de regalo, la portada reproduciendo el póster de la película que la Monogram Pictures realizó adaptando Noches de Sing Sing. ¡Imprescindible! 



miércoles, abril 17, 2013

Planet Stories (1939-1955) [segunda parte]




Continúo comentando esta fantástica antología de relatos de la mítica revista pulp Planet Stories. Ahora toca escribir un poco sobre James McKimmey, Jr. Este escritor que logró cierto reconocimiento como autor de novela negra ha supuesto el gran descubrimiento para mí en este libro. Quizá un rasgo heredado de sus, al parecer, duras y directas obras de dicho género, traslada sus diálogos cortantes y las situaciones de gran tensión a la ciencia ficción. En los tres relatos suyos aquí presentados destacan como rasgos característicos los pocos personajes que los protagonizan, dos o tres a lo sumo por cada uno, y los fuertes y despiadados enfrentamientos entre ellos. Pero la ciencia ficción no solo es el decorado para lanzar a sus personajes a duros conflictos. Es lo que viven en su entorno, la situación explosiva que genera la llegada de los protagonistas a planetas siempre hostiles, lo que prende la llama del enfrentamiento a muerte, del odio, de la envidia y el rencor. Son cuentos dominados por la furia y una oscura visión de lo que supone el hombre para el mismo hombre.

Así acontece en Las tierras soñadas (1953), que plantea el cruento choque entre un veterano viajero espacial y un novato. El accidente que los lleva a estrellarse en un planeta del que ya jamás podrán salir es el incidente que los enfrentará al final. La tensión explotará en un duelo desesperado y sin piedad solo aguado por la consabida “sorpresa” en el desenlace. Mientras, McKimmey hace del sueño de la conquista espacial un nido de odio que supura tensión y violencia en cada línea. Es un cuento excelente en el que el autor nos ofrece su visión tenebrosa de la vida: allá donde vaya, por muy lejos entre las estrellas que llegue, el hombre arrastrará consigo todas sus miserias. Y esto es lo que prevalecerá por encima de sus propios sueños.


No hay lugar para la sonrisa en los cuentos de McKimmey, y el excepcional Esqueletos en el espacio (1954) viene a gritárnoslo sin hacer concesiones. De nuevo dos viajeros espaciales que van a dar con sus huesos, nunca mejor dicho, en un planeta hostil. Ante el peligro, los humanos en lugar de dejar a un lado sus diferencias y hacer causa común se enfrentarán aún más. Hostigados por unas formas de vida alienígena que hubieran hecho las delicias del mismo Stanislav Lem, McKimmey desarrolla su breve historia con auténtica furia contenida llevando a sus protagonistas hacia la oscuridad más abisal. No hay esperanza, solo ironía macabra desde el propio título. Un relato fantástico, un puñetazo en pleno rostro que duele y sorprende más aún en un libro dominado por un sano cachondeo y un espíritu lúdico constantes. Cuando la cosa se pone seria, cuidado: se pone seria de verdad.   


El tercer relato de McKimmey incluido en la antología, y por mí podrían haber sido otros tres más, es El planeta feo (1954). Y de nuevo nos encontramos con un accidente en el espacio profundo que lleva a los humanos a encallar en un mundo inhóspito. En esta ocasión el autor deja a un lado sus enfrentamientos a dúo para ofrecernos… ¡un enfrentamiento a trío! La misma violencia contenida en cada frase, el mismo carácter que nos muestra incapaces de un pensamiento noble o una buena acción. Sin duda es el más flojo de los tres relatos, pero más que nada porque los anteriores son muy buenos. Una sorpresa final que si bien no es nada “sorprendente”, incide en la naturaleza despiadada del género humano. Más oscuridad llevada con pulso firme por McKimmey sin el más ligero temblor más allá del que provoca en el lector.


Un poco a la manera de McKimmey, pero sin su intensidad, en La despedida de Bunzo (1953) Charles V. De Vet nos presenta a dos humanos, un forajido y su perseguidor, que van a dar con sus huesos en un planeta habitado por criaturas más que extrañas. A pesar de no estar logrado del todo, el relato sí que consigue que la sensación de peligro resulte agobiante. Llegó un momento mientras lo leía que casi le gritaba a sus protagonistas que salieran pitando de allí mientras pudieran, tonto que es uno. Pero no me escucharon, tontos que ellos fueron. El final, esta vez sí, resulta sorprendente. Y consigue incomodar por su violencia y sordidez. Vamos, que me ha encantado.


Marte contra Bisha (1954) es uno de los muchos relatos que Leigh Brackett ambientara en ese planeta Marte tan inspirado en el de Edgar Rice Burroughs. Plantea una bonita historia de amistad entre una niña marciana repudiada por su tribu y un doctor del planeta Tierra que la acoge. El doctor está desarrollando una investigación científica en una zona alejada de la colonia terrestre, él también exiliado por su afán de seguir con su trabajo. Brackett nos muestra cómo dos criaturas despreciadas e ignoradas por todos se unan para sobrevivir, y también el drama que se genera porque la supervivencia quizá no sea posible para ninguno de los dos. Un cuento emocionante, incluso hermoso en algunos destellos ocasionales.

Con Los fusileros de Narakán (1954) de Jan Smith (George H. Smith) la antología vuelve a la senda de la space opera más tradicional, de corte bélico, pero de nuevo atravesada por una fantástica veta de humor que a poco que guste el género (cualquiera de los dos, la verdad: tanto el de la ciencia ficción como el humorístico) no se puede leer sino con una profunda simpatía. Todo un honesto disfrute, un cuento entretenido en el sentido más lúdico de la palabra, tan disfrutable como la golosina que nunca deja de ser. Más adorable aún porque si en un principio se prometía como la típica historia en la que se demuestra la supremacía del blanco anglosajón hasta por encima de especies extraterrestres, sin abandonar nunca en parte esta perspectiva ofrece un no por esperado menos emocionante desenlace.


En fin, vaya ramillete extraordinario de cuentos. Así que nadie se sorprenda si después de todo alguno no me termina de gustar. ¡No se podía acertar con todos! Y El paria púrpura (1954) de Byron Tustin es de lo que menos me ha llegado. Como hace McKimmey en los suyos, nos encontramos a dos humanos que por accidente van a parar a un planeta imposible. Sin embargo aquí el enfrentamiento entre ellos es blando y la historia carece de interés. El extraterrestre es una criatura chocante, le concederemos eso, pero si cuando el estilo no brilla además la trama no acompaña, poco hay que hacer.

La abuela Perkins y los piratas del espacio (1954) de James McConnell es la típica historia de la viejecita metomentodo que pone en jaque a todo el mundo. No solo a los piratas del título, sino a la flota espacial terrestre al completo. Bueno, casi. Más que la trama en sí, bien conocida ya, si se hace destacar es porque consigue dar auténtico hálito a los personajes tipo con los que se maneja. Esos piratas nos resultan terribles pero al tiempo son entrañables. Y la viejecita, pese a ser una pesada de cuidado, qué demonios, seguro que tú también la acababas adoptando como mascota en tu tripulación.


No es Algis Budrys uno de mis escritores favoritos de ciencia ficción, me gustaría empezar diciendo. Y el relato de su autoría incluido en esta selección, Jaula de mil alas (1955), no ha ayudado a que me retracte. Y eso que tiene un original punto de partida: un cazador de renombre en toda la galaxia resulta que… Bueno, no puedo decir nada que os reviento la sorpresa. Lástima que el afán por resultar así como poético y elegante de Budrys no resulte en absoluto. Al menos para mí. Pretencioso y pobretón, si esta misma historia hubiera tenido como objetivo eso mismo, contarla, y no hacer un ejercicio de más altura quizá, y digo que solo quizá, me habría gustado. Pero entonces no sería este el cuento. Y tal vez no me hubiera resultado tan aburrido e intrascendente. Budrys tiene sus seguidores, algo le verán y seguramente me equivoque, pero así es la vida.


Y la antología se cierra con un relato incluido en el que fue el último número de la revista, el correspondiente al verano de 1955. Polvo al polvo de Lyman D. Hinckley transcurre en una ciudad abandonada y extraña en un lejano y desconocido planeta. No hay lugar más cautivador y fascinante en el que desarrollar un buen relato de ciencia ficción. Lástima que se desaproveche el esfuerzo imaginativo del autor en una historia que en ningún momento logra mantener el interés.

En conjunto, una antología esta de Planet Stories excelente en la cual los relatos más conscientemente divertidos contagian su sentido de la maravilla y los más oscuros logran transmitir toda la desazón del enfrentamiento con lo desconocido. Aunque en ocasiones lo desconocido sea nuestro igual.  

PLANET Stories (1939-1955). Selección y traducción de Francisco Arellano y Carlos Sáiz Cidoncha; notas de Francisco Arellano. Colmenar Viejo (Madrid): La Biblioteca del Laberinto, 2012. 444 p. Delirio, Ciencia-Ficción; 55. ISBN 978-84-92492-68-8. 

miércoles, abril 10, 2013

La cabeza del profesor Dowell (1925) y El día del Juicio Final (1929), de Aleksandr R. Beliáiev


“-(…). Sí, en efecto es su cabeza. La cabeza de mi querido y difunto colega Dowell, devuelta a la vida por mí. Por desgracia, solo he podido revivir la cabeza. No todo sale a la primera.” (p. 19)

El escritor Aleksandr Románovich Beliáiev (1884-1942) está considerado como un pionero de la ciencia ficción en su país, el Jules Verne ruso nada más y nada menos. Por las dos novelas incluidas en este libro, ya veremos que son otros nombres del fantástico europeo los que nos vendrán a la mente leyéndolo, pero ya lo iremos detallando más adelante. La comparación con Verne no es gratuita. Más allá del carácter más o menos visionario de sus obras y de la evidente relevancia en ellas de los descubrimientos científicos más vanguardistas de su época, esta influencia se observa sobre todo en el trasfondo aventurero y fantástico que domina sus creaciones literarias (en estas dos al menos, aunque por los títulos de otras resulta fácil deducir que no son casos aislados) y en el tono siempre divertido y desenfadado, que nunca superficial, de las mismas. En fin, un descubrimiento maravilloso que ha convertido desde ya mismo a Beliáiev en un favorito de este espectral blog.  

La cabeza del profesor Dowell (1925) es una fascinante y de verdad loquísima novela, folletinesca y delirante hasta extremos magníficos, si bien resulta invadida en su tramo final por una inesperada oscuridad. Hay en ella cabezas que hablan, vivas tras morir sus cuerpos, que sufren, investigan, odian y sueñan con un futuro en un nuevo cuerpo. Una de ellas así se verá, al más puro método Frankenstein, cosida al cadáver descabezado de una bella cantante de ópera y por un breve instante logrará retornar a un simulacro de vida normal. Experimentos que realiza el malvado profesor Kern, el cual mantiene con vida la cabeza de su maestro Dowell para que este vaya revelándole sus secretos. Lo tiene además estudiando sin parar para que haga avances en sus hallazgos de despedazamientos varios, pues el drama de Kern es ser un magnífico cirujano pero un mal científico, por lo que necesita con vida la cabeza de Dowell para que le transmita su saber. Kern gozará así no solo del éxito de sus increíbles operaciones, sino también el de ser el descubridor e instigador de todos estos experimentos.

Según se nos indica en la Nota al texto incluida al principio del libro, Beliáiev seguramente se inspiró en las investigaciones del doctor Sergei Sergeyevich Brukhonenko (o Briujonienko, 1890-1960), los cuales le llevaron al descubrimiento de una máquina capaz de sustituir al corazón y los pulmones gracias a sus experimentos utilizando cabezas de perros mantenidas con vida sin cuerpo. En la novela la ambivalencia moral de tales actividades, con lo que conllevan de crueldad pero a la vez con  lo que puedan traer consigo de grandes avances para la humanidad se dividen en sus dos protagonistas, Dowell y Kern. El primero un altruista soñador, el segundo un despiadado trepa que si hubiera vivido en la España actual ahí estaría en el séquito real o en el de nuestro gobierno viviendo a todo lujo cambiando cabezas y dando vida eterna a todos estos mastuerzos. Eso sí, el gusto por descabezar ambos lo llevan en la sangre.

La historia se desarrolla de forma directa, sin rodeos, avanzando sin pausa ni respiro a ritmo vertiginoso. Y muy divertida. Los personajes están trazados de manera veloz pero tienen siempre una gran y conseguida presencia, sobre todo la joven ayudante, a la fuerza, del malvado Kern, la hermosa e inteligente Marie Laurane, que por desgracia tiene un defecto que ya vemos que en aquella época como en esta le traerá múltiples desgracias: es incapaz de mentir. Cuando la trama nos lleve a un siniestro manicomio, que era ya lo único que faltaba, la cosa comienza a tornarse seria. No decae su fervoroso ritmo ni el marcado sentido del humor, pero todo se va tiñendo paulatinamente de negro y algunos giros resultan muy macabros. No sé si también debido a que tanta amputación y tanta cabeza de acá para allá acaba al final por influir de manera terrible en el espíritu, pero si a eso sumamos que lo que acontece en ese manicomio del diablo es en verdad deprimente, el conjunto acaba por crear una nube negra en nuestro corazón que provoca cierta desazón y tristeza, un sentimiento real de horror que sentimos incontrolable porque se ha instalado allí casi sin que nos demos cuenta de su verdadero alcance.

Ya hablamos de cómo se ha comparado a Beliáiev con Verne, aunque igual de válido es compararlo con H. G. Wells, del que tampoco lo separa tanto quizá por esa visión más oscura, o al menos no tan vitalista, de la ciencia, aunque siempre del lado de esta. La cabeza del profesor Dowell en concreto recuerda por momentos a la excelente novela de Wells La isla del doctor Moreau (1896), aunque si hay una a la que nos retrotrae de manera poderosa es a la no menos magnífica El doctor Lerne: imitador de Dios (1908) de Maurice Renard. La de Beliáiev es una fantástica novela en la que prevalece la acción sobre la reflexión, pero todo lo que sucede nos obliga a pensar y al terminarla deja su poso macabro marcado a fuego en nuestro cerebro. Al menos lo conservamos aún sobre nuestros hombros.

El volumen se completa con otro relato (novela corta o relato largo, lo que queráis) que ha terminado por gustarme más aún que el anterior: El día del Juicio Final (1929). Este tiene un punto de partida argumental que es toda una delicia: la ralentización de la velocidad de la luz en todo el planeta provoca que la realidad percibida por nuestros ojos se vea con retraso, esto es, con una demora de varios minutos. Este retraso en percibir lo que de verdad está ocurriendo en el momento que acontece la sirve a Beliáiev para elaborar una trama enloquecida y trepidante protagonizada por periodistas de diversas partes del globo en un Berlín de entreguerras en la lucha por la exclusiva más difícil. Si para ello es preciso robar un expediente secreto del gobierno, pues se roba y ya está. Aunque haya que jugar al escondite con el amor si es preciso. Trepidante y divertidísima, la historia desgrana momentos de extrema confusión para sus protagonistas narrados con una destreza y una claridad prodigiosas. El sentido del humor es delirante y no muestra concesiones: todos los estamentos sociales están en el punto de mira de Beliáiev, aunque los gremios de los periodistas y los políticos se llevan el premio gordo. En esa mezcolanza fabulosa de relato fantástico, crítica social y diversión despiadada recuerda por momentos a ese checo genial que era Karel Čapek, y algo menos pero sin quedarse muy lejos al maravilloso y genial Leo Perutz. Toda una estirpe de autores no anglosajones que deberían estar en boca de todos los amantes del género fantástico y que, sin embargo, parecen vivir aún en ese gueto extraño formado por el limbo del no reconocimiento absoluto. Donde deberían estar todos ellos y no solo Stanislav Lem, que también, claro, pero… ¿por qué tan solo?

En fin, lo dicho: os recomiendo totalmente la lectura de estas dos novelas de Beliáiev. Serán un regalo y un placer para los degustadores del fantástico más esquinado y más alejado del tópico y lo común. Y para los que no lo son, pues lo mismo, porque las van a disfrutar igual. Su grandeza es universal. Su locura, la de todos.

BELIÁIEV, Aleksandr R. La cabeza del profesor Dowell; El día del Juicio Final. Traducción de Alberto Pérez Vivas. Barcelona: Alba, 2013. 358 p. Rara avis, Clásicos de la ciencia ficción rusa; 8. ISBN 978-84-8428-826-8.

miércoles, abril 03, 2013

Planet Stories (1939-1955) [primera parte]




Ya de entrada diré que he disfrutado este libro como un poseso. Me he reído, me he emocionado, he sufrido cuando tocaba… En fin, una delicia de lectura que me ha sorprendido de manera muy grata. No porque no esperara que me gustara, sino porque no esperaba que me gustara tanto. Planet Stories es la revista pulp que peor fama arrastra de todas las que se dedicaron a la ciencia ficción, y si bien quizá eso pueda seguir siendo cierto, lo que está claro es que esta antología nos hace dudar de ello.

En la introducción, Planet Stories, la épica del espacio, Francisco Arellano nos explica qué significó la revista dentro de las publicaciones pulp de la época en general y dentro del género de la ciencia ficción en particular. Su primer número se editó en 1939, correspondiendo el último al año 1955. Aunque, como he dicho, está considerada una de las más infames (y si no lo creéis así, recordad la divertida anécdota que contaba Philip K. Dick AQUÍ), su tono aventurero y fantasioso la hacía destacar de las demás por su carácter poco serio y de entretenimiento por encima de otras consideraciones tanto estilísticas como artísticas. Y algunas buenas firmas publicaron en ella: James Blish, Jack Vance, A. E. Van Voght, Margaret St. Clair, Ray Bradbury o el mismo Philip K. Dick. Arellano repasa la historia de la revista, el contexto histórico, su filosofía (marcada por su subtítulo: “Extrañas aventuras en otros mundos – El universo de los siglos futuros”), sus magníficos ilustradores, lo que la crítica, poco benevolente, pensaba de ella… En fin, nada mejor que empezar con la lección bien aprendida.

La antología rezuma un sano sentido del humor, un poco, más bien nada, tomarse en serio que a ojos de hoy resulta de lo más simpático. Me atrevería a decir que casi enternecedor. Son relatos de otra época, cuando el sueño de la conquista del espacio y el descubrimiento de otros mundos no nos había sido arrebatado, cuando la fantasía estaba siempre a un paso de tornarse realidad. Fantasía desbocada en un tiempo en el cual soñar con ella era más propio de visionarios que de perdedores. Hoy, soñadores fantásticos que perdieron todas las batallas. ¿Acaso se puede concebir un concepto más entrañable? Pues muchos de estos autores, en una selección de los mejores de sus relatos delirantes y maravillosos, son los que encontraremos aquí.

Ilustración: Norman Saunders.

El primer cuento está fechado en 1942, y responde a la perfección a lo que uno esperaba encontrar: fantasía y diversión a partes iguales. Derrelicto cósmico, de John Broome, muestra un humor que eleva a verdaderamente antológico un entorno de ciencia ficción que debe tanto a la fascinación por los prodigios del universo como al terror ancestral que este puede provocar. En realidad, no deja de ser nunca un cuento en el que si sustituyéramos la nave espacial por un barco y el espacio profundo por un mar tenebroso y lejano no pasaría casi nada. Pero esto a mí hace que me guste infinitamente más. Como en las tripulaciones de los navíos, las supersticiones de la marinería deciden el devenir de todos. La eterna lucha entre ciencia y religión, aquí entendida, como he dicho, como superstición, está tratada de manera tan jocosa como profundamente entretenida. Si esto hubiera sido un episodio de alguna de las series de la franquicia de Star Trek o de la magnífica e insuperable Doctor Who, estaríamos ante uno de los de más grato recuerdo. Es fácil imaginarlo protagonizado por los miembros de la Enterprise o por un Doctor Who aterrizando con su TARDIS en una nave con serios problemas enfrentados de la más divertida de las maneras. Todo un sabroso caramelo para empezar. Un relato que marca el tono de lo que está por venir a continuación. Uno abre la caja de sorpresas y se encuentra con una que supera todas las expectativas.

Ilustración: H. L. Parkhurst.

Adoro a Henry Kuttner, así que siempre es un placer leer un relato suyo. ¿Qué me posee? (1946) no es uno de los mejores que he leído de él, pero sabe atrapar con su historia de héroe que afronta mil peligros y los vence, encuentro con chica espectacular incluido, que mezcla todos los tópicos de la fantasía heroica con las aventuras siderales más dislocadas. Dioses antiguos y malvados enfrentados a otros igual de viejos pero buenos (sí, con todo el maniqueísmo del mundo) con héroe terrestre a lo Conan capaz de machacarlo todo pensando lo justo. Los breves toques de ese erotismo naif tan propio de los pulps consiguen hacerlo más simpático aún.   

Ilustración: Chester Martin.

En Tepóndicon (1946) de Carl Jacobi tenemos más héroes supraterrenos y más aventuras con ecos de la fantasía heroica. Lo más bonito de este relato son esas ciudades del espacio que en él aparecen, que pese a estar infectadas por una enfermedad medieval resultan sugerentes y alocadas, de una belleza subyugante. Y con el habitual héroe predestinado de protagonista, aunque quizá no a hacer el bien como indicaban todas las señales.

Ilustración: Allen Anderson.

Kenneth Putnam es el seudónimo de Philip Klass, autor también conocido en el mundo de la ciencia ficción como William Tenn. Con este lío de nombres, algo no demasiado extraño en el entorno de este tipo de publicaciones, casi resulta una broma el título de su relato: La nave de la confusión (1948). Aunque esto ya nos prepara para lo que vamos a encontrar: diversión y aventura por encima de todo, bien servidas y con un emocionante desarrollo. Dosis medidas de tensión en un motín en una nave espacial y, de nuevo, su adscripción a las aventuras marítimas más clásicas lo inflaman de encanto, esta vez partiendo de la misógina creencia de que una mujer entre la tripulación trae mala suerte, por lo que están prohibidas a bordo. No debería obviarse su decidido desenlace feminista, que muestra la inteligencia de una mujer eliminando los escollos y solucionando los problemas de la tripulación masculina de una nave que pasa por graves apuros.

Ilustración: Allen Anderson.

El jardín del mal (1949) de Margaret St. Clair es pura fantasía desbocada liberada en un planeta hostil, una jungla devoradora y traicionera en la que el humano protagonista encontrará la inesperada ayuda de una, cómo no, hermosa nativa. Civilizaciones escondidas, ciudades de belleza prodigiosa, la naturaleza agresiva pero de fascinante apariencia… La mano de St. Clair se impone a las limitaciones temáticas y crea un relato absorbente, de extraña atmósfera y tan cautivador como los paisajes que nos describe. Y con un desenlace que sorprende no por su giro “inesperado”, sino por su oscuridad, algo en verdad inhabitual en los relatos pulp de carácter más aventurero.

Ilustración: Allen Anderson.

Y Margaret St. Clair, siempre tan siniestra, de nuevo nos fascina con Mim (1950). Aunque inferior al precedente, se devora con auténtico placer. St. Clair sabe cómo narrar y mantenernos pegados al libro. Ágil, entretenida, provocando angustia y expectación a su antojo, nos rompe otra vez por la mitad en el desenlace de su relato. Sus dos cuentos están entre lo mejor de la antología.

Ilustración: Allen Anderson (?).

La espada de fuego (1949) de Emmett McDowell es pura space opera. Más héroes salvando mundos salvajes y extraños. Pero es que todo es tan divertido… No porque provoque risas, sino porque su carácter aventurero y vital es contagioso. Se notan las ganas del autor de pasarlo bien contándonos su historia, sabe ser emocionante sin complicar la trama ni un ápice. Y se percibe casi en cada párrafo lo poco en serio que se toma a sí mismo y a su obra, algo que se da en casi la totalidad de cuentos de esta antología, al tiempo que no por ello se burla del lector. Al contrario, las sonrisas son cómplices. Por eso, como dije, resultan contagiosas. Lo demás, ya lo sabéis: peleas, carreras, mundos hostiles, una raza tras otra todas enfrentadas entre sí, caracoles gigantes con patas de araña que dominan a los humanos con el poder de la hipnosis para tenerlos como esclavos, orgías incluidas… En fin, si no disfrutáis con esto, no os acerquéis por aquí. Y, cómo no, si hasta tenemos al típico héroe predestinado que salvará al planeta de todos los males. Por mucho que a este le ayuden mucho la casualidad y la buena suerte. 

Ilustración: Allen Anderson.

Permitidme que continúe con una banalidad: A. E. Van Vogt es uno de mis nombres favoritos de la ciencia ficción. No lo he leído todo lo que me gustaría, pero de siempre me ha atraído este nombre tan a lo nobleza europea de entreguerras, tan a lo Josef von Stenberg o Thea von Harbou. Si me apuráis, hasta tan Vincent van Gogh. Literariamente la atracción viene dada porque Philip K. Dick lo consideraba un maestro del género, un autor que le dio pie con algunas de sus obras más reconocidas a lanzarse a sus mundos repletos de falsas realidades y psicologías ajenas a lo común. En el relato de A. E. Van Vogt aquí incluido, El santo de las estrellas (1951), no encontraremos a un Van Vogt espectacular e innovador, pero sí a un buen narrador con una historia que nos presenta a unos alienígenas no tan lejanos a algunos que os serán bien conocidos si habéis leído a Stanislaw Lem. Tenemos pues a un súper hombre de las estrellas que en manos de Vogt nos lleva a pensar en teorías siniestras sobre selección darwiniana, más aún con su final que se balancea entre lo luminoso y cierto halo de oscuridad gracias a lo apuntado. Pero al adoptar el punto de vista del humano protagonista todo adquiere un brillo irónico que no hubiera sido el mismo si la narración hubiera corrido a cargo de este santo tan fascinante para las mujeres como detestable para los hombres.

Ilustración: Allen Anderson.

Y de mi nombre favorito a mi título preferido de esta antología: La tentadora del planeta Delicia (1953). ¡No me digáis que no resulta genial! Aunque este relato de Betsy Curtis (Elizabeth M. Curtis) tarda un tanto en arrancar, al final me ganó por su desparpajo, su sentido del humor y por su forma de tomar un puñado de tópicos de la space opera más tradicional para dejarlos casi todos ellos en off: planeta bajo el yugo de un sistema de gobierno asfixiante, criaturas extrañas y fascinantes que conviven con los humanos, estos divididos en una clase dominante y otra formada por desahuciados, la rebelión de estos y su toma de poder y cambio subsiguiente del orden establecido para mejor… Si bien la trama principal no depara sorpresas, atrapa por lo arrebatador que resultan tanto la “tentadora” del título (tampoco es que lo sea demasiado) como aquellos que forman su especie, las notas tan picantes como inocentes que aparecen de vez en cuando animando el relato y la condición de antihéroe del protagonista, que dota de un distanciamiento a la narración que juega totalmente a su favor consiguiendo mantener un excelente equilibrio entre seriedad (un planeta regido por un sistema kafkiano) y diversión (los problemas del protagonista para conseguir las cosas más sencillas y su atracción por una criatura etérea, casi fantasmal).


(Continuará…)

lunes, abril 01, 2013

Atajos, de Martí (2013)


Hubo un tiempo en el cual los quioscos hervían de revistas de historietas. La terrorífica Creepy, con sus autores españoles que venían de la Warren; Zona 84 y Totem, serias y con mucha ciencia ficción, que a mis ojos de niño se me hacían tan fascinantes como pesadotas de leer pues los dibujos rara vez me gustaban, sumado esto a que siempre las leía en casa de mis primos de más edad y me veía impelido a hacerlo a toda prisa antes de que mis padres dieran por finalizada la visita de rigor; Cimoc, plagada de historias de fantasía y ciencia ficción; el incombustible El Jueves; Cairo, que era mi favorita, y a la que me suscribí a partir del número 8 o 9, no recuerdo, el adalid de la línea clara y de las aventuras más escapistas, trufada de dibujantes que me encantaban y que me descubrió a Rivière, a Floc’h, a Goffin, al Daniel Torres de Tritón, a Micharmut, a Mique Beltrán, Cifré, al Pere Joan de entonces y, sobre todo, a Edgar P. Jacobs; había muchas, tampoco es mi afán ser exhaustivo, sino más bien destacar solo una pocas del verdadero y maravilloso aluvión entre el que era más o menos difícil decidirse. Y entre estas también estaba El Víbora, el comix para supervivientes, mi favorita tras Cairo, aunque cuando en su interior coincidían Robert Crumb, Gilbert Shelton y Charles Burns resultaba imbatible. El Víbora representaba a la línea chunga, autores underground y temáticas más realistas siempre desde el punto de vista más subversivo. Me encantaba cuando algún miembro de la redacción del Cairo lanzaba una elegante ironía a costa de El Víbora, o cuando estos soltaban un sonoro insulto contra los primeros. Se notaba un aire de fraternidad en ese supuesto enfrentamiento. ¡Si hasta jugaban partidos de fútbol los unos contra los otros!      

El Víbora contaba a su vez con su propia pléyade de autores autóctonos: Nazario y su Anarcoma, Pons, Carratalá, Max, Gallardo… Y también estaba Martí: el más extraño, el más salvaje, el más inclasificable. Su Taxista es uno de los mejores cómics que ha dado nuestro país, pese lo que le pese a los modernos de hace dos días que desconocen qué es ser eterno. La editorial La Cúpula ha editado un álbum, Atajos, que recopila muchas de sus historietas breves publicadas en El Víbora. Como defecto, la falta de alguna nota o texto indicando la fecha y los datos referentes a la publicación original. Y para de contar, porque en este volumen podemos leer algunas de las mejores historietas breves de Martí, esto es, de las mejores historietas del cómic español de todos los tiempos.   

La primera impresión al terminar de leer el álbum es que, quién lo diría, las historietas que conocía es como si no hubiera pasado el tiempo por ellas. Esa influencia tan marcada, sobre todo en las más antiguas, de Chester Gould, su línea limpia y sus humanos monstruosos, del trazo sin sombras a lo Burns o de la película Cabeza borradora (Eraserhead, 1977) de David Lynch. Así la historieta que abre el álbum, El mundo de Óscar, con sus paisajes industriales y desolados, reflejo del mundo enfermo en el que vive su protagonista, en el que el sexo y su represión buscan la salida más retorcida, uno de los ejes temáticos en los que se mueve la obra de Martí. Sin dejar de lado el sentido del humor, siempre negro y macabro, bañado en una oscuridad que lo aleja totalmente de cualquier zona de seguridad para el lector. Aquí si entras y lees es bajo tu responsabilidad. Este terreno está a años luz de lo políticamente correcto, de lo aceptado como normal, más que nada porque en muchos casos la aberración nace de la imposición de esta normalidad y sus valores embarrados en la religión, en ese concepto tan hispánico de la patria que consiste en mentarla a voces mientras se la viola en silencio y en el patio de cotillas y correveidiles que es nuestro país. Porque Martí bebe visualmente de fuentes externas, pero su corazón nace en este terruño nuestro que retrata de manera tan despiadada como certera. Estás pisando camino minado, pero minado de verdades que laceran como puños. Martí quizá resulte un autor incómodo para muchos, cuando no directamente aberrante, pero eso es porque sus historietas llegan a lo más profundo de nuestras entrañas, no nos dejan dormir y nos hacen pensar una y otra vez en horrores y pesadillas espetadas con la sonrisa del descreído, del que los ha sufrido y nos cuenta con voz firme qué es lo que sus ojos han visto. Y no todos podrán soportarlo.



Las páginas se suceden entre el humor macabro de Romeo y Julieta 1981 y el más amable, aunque no exento de mala baba, de Sospecha letal. No llevamos ni 20 páginas y entonces toca enfrentarse a Repulsión, una de las mejores del álbum y terrible gracias a su narración en tercera persona, fría y descriptiva, hasta la imaginamos monocorde detallando el horror. Una historia que permite varias lecturas: desde la más salvaje, la del horror por el horror, hasta la más simbólica, la de ese hombre incapaz de darse muerte y al que todos miran en mitad de la calle como una atracción de feria. ¿Culpable? traza de manera firme una historia de lo que quizá sea un falso, eso mismo, culpable, un tema que aparece de forma intermitente en su obra, utilizando la perspectiva, habitual en el autor, de mostrar los hechos y dejar al lector que saque sus propias conclusiones. Aunque mentiríamos si no dijéramos que Martí sí deja clara su posición. Lo real es una curiosa e interesante reflexión sobre el propio trabajo de historietista del autor, no sin su dosis de cachondeo. Y Calma chicha es otra obra maestra de la concisión y la aparente sencillez. Tres páginas en las que no pasa nada pero nos describen un mundo y una forma de verlo. Pocos como Martí han sabido reflejar el lumpen, los barrios de chabolas y el extrarradio, mezclar la crónica negra más castiza con referentes extranjeros sin que nada chirríe. Quizá Luis Buñuel pudiera haberle enseñado algún paso, pero nadie más que él.

Uno de los momentos álgidos del libro llega con la adaptación que Martí realizó del relato de Juan Rulfo No oyes ladrar los perros. Llegamos a masticar el polvo y el dolor de sus protagonistas. Y de ahí al final se recoge su obra con tintes más políticos o de descarada y gamberra, con desvíos a lo macabro en su vertiente más asilvestrada (Babykiller), burla social. El volumen se cierra con Monstruos modernos, una de las más antiguas. Se adivina por el trazo y la composición de las viñetas en la página. Y también, ejem, porque es de las primeras que recuerdo haber leído de él. Una historieta donde demuestra que nadie, pero absolutamente nadie en este país, ha llegado a donde ha llegado Martí. Hay un terreno solitario y baldío, oscuro y terrible donde crecen obras magníficas y únicas. Es una zona crepuscular y obsesiva. Pocos se atreven a mirar, o hay quien mira y adopta la pose del que piensa que bueno, tampoco es para tanto. Es comprensible, hay que defenderse. Pero también es una zona donde habita la verdad sin cortapisas, el subconsciente desatado, salvaje y libre. Da miedo mirar, pero Martí consigue que no apartemos la vista sin dejar de reflexionar.


MARTÍ. Atajos. 1ª ed. Barcelona: La Cúpula, 2013. 100 p. ISBN 978-84-15724-14-8.