La admiración que siento por la obra de Gustav Meyrink
(Gustav Meier, 1868-1932) es absoluta. Si quieres leer la carta de amor que le
escribí a esa novela fascinante que es El Golem (Der Golem, 1915) en la página de Cyberdark,
búscala aquí. Dicho esto, debo añadir que no todos los cuentos
incluidos en esta recopilación me han gustado, lo veo normal, pero aun así y
antes de nada me veo impelido a pedir disculpas por el tono exaltado que en
algún momento adoptaré en mi comentario a este libro. Imaginad a ese loco tan
típico que aparece saltando entre las rocas en toda isla que se precie, o
surgiendo de la espesura de una selva o caminando cual espectro sobre la duna
de un desierto, barba blanca hasta los pies, ojos luchando por escapar de sus
cuencas, mirada extraviada y ademanes bien fantasmales, bien espasmódicos;
imaginad su discurso tras veinte años o más sin haber tenido contacto con
humano alguno; imaginad su lengua reseca pegada al paladar y lo que esto puede
afectar a su forma de hablar, a su discurso inconexo de palabras atropelladas;
imaginad, imaginad, y cuando lo hayáis hecho, continuad leyendo.
Este volumen incluye una selección de relatos de las dos
antologías de Meyrink Murciélagos (Fledermäuse,
1915) y Cuentos de alquimistas (Goldmachergeschichten,
1925), como se nos indica en el prólogo, algunos de ellos publicados con
anterioridad. Da un poquito de rabia que no se incluyan las fechas y tampoco se
indique a qué colección pertenece cada cuento, pero intentaré resolverlo en la
medida de mis (tristes) posibilidades. Como ya he puesto fecha a ambas, lo que
haré será añadir tras cada título la fecha correspondiente y así estará
localizado en el tiempo y el espacio cada uno de ellos. A estas tonterías
dedico mi vida, sí. Aclaro que no firmaría con mi sangre en un pergamino
antiguo ante la presencia del mismo Mefistófeles la exactitud de las fechas
fruto de mi búsqueda. (¡Qué fácil hubiera sido todo si desde un principio
hubiera recurrido a la imprescindible página La tercera fundación!)
Por lo demás, la edición de Valdemar en su colección Gótica
es un lujo, un auténtico placer. Primero, por editar a lo grande a un escritor
del que saben que no van a vender una chufla: es una auténtica fortuna que
Valdemar preste atención a este autor. Y segundo, porque se nota (o yo creo
notar) mucha dedicación y cuidado en la traducción. Solo así me explicaría que
José Rafael Hernández Arias haya mantenido con una llama tan enfebrecida y
fantástica lo que considero un auténtico tour de force estilístico
en español: el que supone la traducción del relato El maestre Leonardo.
Paso ya al primer cuento, El monje Laskaris (Der Mönch Laskaris, 1925). Es cierto que
este relato histórico con resabios aventureros resulta muy entretenido de leer,
pero de su mitad hasta el final, cuando lo histórico se adueña de la narración
domeñando al resto, cae en lo cansino, tanto por la inconsistencia de los
personajes como por la acumulación de anécdotas, no todas interesantes. Salvo
por su temática (la alquimia y los alquimistas, tan requeridos por los
príncipes de la época como los adeptos buscaban el oro), nada del Meyrink
de El Golem aparece por aquí. Esto es, que el Meyrink
sublime no hace acto de presencia y lo que encontramos a cambio es un narrador
impersonal y sin fuerza. El interés del cuento radica exclusivamente en el
interés que pueda provocar en el lector su desarrollo general y los múltiples
meandros de lo narrado, sin confiar nada al estilo. Un hecho tras otro que si
estuvieran entrelazados con más arte nos harían sentir menos pena. Pena porque
este relato se extiende todo un tercio del libro. Puede ser considerado
esotérico en la medida en que narra las aventuras de verdaderos alquimistas, así
como las de diversos estafadores que con tales ropajes se disfrazaban, pero no
en verdad porque esconda un mensaje o enseñanza ocultos. Y de extraño, lo que
puede tener para un lector español ignorante (yo) esos nombres como alemanes
tan largos y llenos de consonantes. Nada más. Comienzo frustrante, no porque se
trate de un mal relato, sino porque lo considero indigno de quien lo firma.
Aunque Meyrink consideraba la alquimia no una patraña
descomunal sino una realidad histórica, tampoco deja a un lado la verdad de los
hechos de la época en que ambienta su narración: los alquimistas no dejaban de
ser una pandilla de truhanes que recorrían las cortes europeas sacando tajada
de la credulidad de los personajes aburridos y ociosos que las reinaban. A este
respecto considero fundamental la lectura del libro de Angelo Maria
Ripellino Praga mágica (Praga
mágica, 1973; edición española en Seix Barral, colección Los Tres Mundos,
Ensayo): ¡esta lectura sí que supone una verdadera iluminación! En las
apasionantes páginas del libro de Ripellino se nos desentrañan algunas de las
increíbles experiencias de este grupo de sinvergüenzas aparentemente iluminados
que buscaban enriquecerse a costa de los más extravagantes cuentos en la corte
bohemia del no menos enajenado Rodolfo II. Y no, no hay que ser un adepto
creyente de la alquimia para disfrutar de Meyrink. Bueno, si pensáis que para
disfrutar de verdad de la música de, por ejemplo, la Velvet Underground hay que
meterse un pico, pues entonces sí.
El ópalo (Der Opal, 1913). Partiendo de una tan
hermosa como terrible idea acerca de cuál es el origen de las piedras preciosas
conocidas como ópalos, Meyrink no se muestra demasiado inspirado en el
desarrollo de este breve relato. Todo parece limitarse a darle un poco de
cuerpo a la brillantísima anécdota que sostiene el cuento, pero carece de
misterio y emoción: da la impresión de estar escrito con prisas o con muy pocas
ganas.
Afortunadamente, no sucede así con el memorable Bal
macabre (1905). Meyrink nos narra en estado de trance una noche de
alucinaciones y las correrías de la secta Amanita, con sus estrafalarios
guardianes y su séquito de adeptos, vampiros y envenenadores. Un relato
visionario repleto de imágenes que destilan una enfermiza y bella poesía
macabra: la prostituta con el cuerpo de niebla, del que extraen cuerdas
formando un arpa, quizá sea la más terrible e impactante. La ensoñación fruto
de la droga de las setas envenenadas, en la que lo real es aún más deforme que
lo que la imaginación nos puede enseñar, está magistralmente lograda. Aquí
tenemos uno de sus grandes relatos, cuando abandona las formas tradicionales y
se lanza sin miedo a la abstracción. Cuando Meyrink es de verdad Meyrink:
cuando es en verdad extraño, cuando es inasiblemente esotérico. Cuando resulta
GENIAL. ¿Pedí disculpas por mi tono exaltado? ¿Sí? ¡Pues al diablo las
disculpas! Antes de terminar el libro, ya había leído tres veces este relato.
El gabinete de las figuras de cera (Das
Wachsfigurenkabinett, 1913) goza de una interesante ambientación: ese
gabinete ambulante de figuras de cera que más asemeja un circo de monstruos, de
freaks, compuesto de muñecos, de autómatas, de cabezas humanas anormalmente
conservadas y cuerpos sujetos a extraños experimentos. Meyrink resuelve el
relato por medio de conversaciones entre los tres protagonistas y una visita al
mentado gabinete. Narrativamente no funciona lo más mínimo: no importan ni la
evolución o desarrollo de la trama ni su desenlace. Pero no deja de estar
envuelto en una atmósfera turbia, enrarecida, y solo por eso supera, a mi
gusto, a los dos primeros relatos del volumen. El hecho de que sea tan
espantosamente macabro también ayuda lo suyo a que uno le tome cariño.
En Las plantas del doctor Cinderella (Die Pflanzen des Dr. Cinderella, 1913)
encontramos de nuevo al mejor Meyrink: el de las calles sinuosas, las casas que
asemejan humanos deformes recién salidos de sus tumbas, el del delirio preñado
de angustia, el visionario del auténtico horror. Un relato en el cual lo cotidiano
da paso al más puro infierno con una maestría que deja casi tan helado el
cuerpo como el descubrimiento de qué son en realidad esas plantas que
imaginamos cuidadas con amor y devoción por el doctor Cinderella, que a su vez
es el narrador, que también es el siniestro egipcio, que no por esto deja de
ser una estatua de bronce hallada en Tebas, y que al tiempo es la forma más
sencilla de tomar la autopista más rápida que puedas imaginar a un mundo de
pesadilla. Literatura fantástica en su más pura esencia: la destilación
alquímica auténtica. En esta sí creo.
En El albino (Der Albino, 1913) se nos muestra cómo los antiguos saberes se han
perdido, y las reuniones iniciáticas y místicas de las logias se han
transformado en conciliábulos de taberna. Se ha trocado la adquisición de
sabiduría por la ingestión de vino. Así se lamentan los viejos miembros de la
logia que protagoniza este relato mientras los jóvenes adeptos se burlan de sus
mayores. Estos atolondrados y juerguistas jóvenes deciden gastar una broma a
los quejumbrosos mayores: parecen olvidar que no se debe hacer burla de los
saberes ancestrales ni tomarse a chota esas cosas tan profundas y difíciles de
entender por el vulgo. Estos jovenzuelos también parece que jamás en su vida hayan
leído un relato de terror, qué demonios.
En fin, una historia de atroz venganza que se llevará a
cabo gracias al afán de fiesta de los más tiernos seguidores de la secta. Pero
atroz en verdad, creedme. Porque todo esto que he contado y que da la sensación
de regodearse en el más desesperante tópico, es el esqueleto sobre el cual
Meyrink da forma a un relato sensacional. La historia que da origen al deseo de
venganza (una historia de venganza, a su vez: siempre el juego de muñecas rusas
presente en Meyrink) resulta espeluznante (esos experimentos sobre el cuerpo
humano que ya en los dos relatos precedentes Meyrink nos ha obligado a
contemplar). Y la venganza en sí, no por previsible menos terrible. Con tal
prodigio de emoción, de atmósfera y ambientación, desarrolladas con una mano
maestra (la casa del albino de marras, las calles de la ciudad envueltas en
sombras, la taberna ahogada en humo de tabaco), qué duda cabe en no definirlo,
como se indica en el título del libro, como extraño y esotérico. ¡Cómo no
apasionarse con su lectura!
El maestre Leonardo (Meister Leonhardt, 1915). (Advertencia:
prometo no haber escrito las siguientes líneas bajo la influencia de
estupefacientes). La lectura de este relato me ha llevado a plantearme vastas
preguntas metafísicas. ¿Por qué amamos la literatura fantástica? ¿Por qué nos
conmueve lo extraño? ¿Por qué el género de terror crea seguidores tan abnegados
y fieles? Y, al mismo tiempo, a encontrar una sencilla respuesta: sin duda
porque existen cuentos como este.
En él se nos presenta la lucha de la vida como una ordalía
iniciática: un camino sembrado de espinas que solo podremos cruzar de la mano
del conocimiento. Solo el saber nos alzará de la oscuridad y del dolor de la
existencia: solo él restañará nuestras heridas. La luz es el padre. La
oscuridad, la madre. Estas dos fuerzas combaten en el interior del maestre
Leonardo, su destino lo arrastra y encadena, pero la búsqueda de la verdad lo
liberará. Meyrink utiliza símbolos que no por asequibles resultan menos
profundos (no siempre, claro; no siempre profundos, digo: comparar el resurgir
a la luz del conocimiento con el plumaje del fénix de la vida es una imagen que
resulta sonrojante en su candidez; si tras aseverar que este relato es
magnífico pongo alguna falta es debido a que, palabra de Meyrink, somos
dualidad). Como es habitual en su obra, la vida se nos presenta como un paseo
entre la niebla. La dualidad de la cual partimos, la que nos enfrenta y
confunde, la que nos abre el camino de búsqueda, es el origen y es el final. El
final cuando comprendemos que esa dualidad no es enfrentamiento, sino la
esencia misma de todas las cosas: la unidad. En resumen, un batiburrillo
filosófico y religioso seudotrascendental (que no sorprenderá a los que hayan
leído El Golem, donde todo esto alcanza en su forma y contenido
la perfección más absoluta) que a mí me importa un comino, pero que narrado por
Meyrink resulta un descubrimiento apasionante, una experiencia alucinatoria y
mágica. También porque se nota, y lo transmite al lector, que en su parte final
Meyrink ha bebido en esas fuentes no tan elevadas (o sí) que son las llamadas
sustancias del demonio (vulgo: drogas). Y no solo porque el protagonista se
meta, literalmente, un viaje lisérgico de campeonato. Resulta diáfano que
autores como Robert Anton Wilson vieran en Meyrink un auténtico gurú, lo
reconozcan o no. Tanto esotérico como literario: las últimas páginas de este
relato podrían incluirse en cualquier libro del bueno de Anton Wilson y ni nos
percataríamos de ello. Dicho esto como un rasgo enaltecedor para Wilson, ni que
decir tiene.
Lo que engrandece la historia es su tono febril, urgente,
narrado a las puertas de la muerte y temiendo no poder llegar nunca a su final.
Y al tiempo (de nuevo la dualidad, que nos lleva a considerar este relato de
Meyrink, al igual que El Golem, no solo eje de su filosofía, sino
también de su estilo) con una distancia y una tranquilidad solo posibles con la
obtención del conocimiento de que uno no debe esperar nada de este mundo
porque, de alguna manera, ya se ha alcanzado otro superior. Así Leonardo
recuerda su vida, como si estuviera viendo una película, una danza de sombras
ante sus viejos y sabios ojos, mientras espera a abandonarla definitivamente. Y
todo bañado en una elevada prosa poética: Meyrink engarza gema tras gema
provocando en ocasiones una sensación casi de mareo. Un estilo tan depurado y
hermoso que al intentar describirlo ya temo estar ensuciándolo.
En El canto del grillo (Das Grillenspiel, 1915) se nos presentan
primitivas y malignas religiones orientales, contrarias al budismo, que
perviven resistiendo al tiempo y a la razón. Meyrink nos habla de una de ellas
con una mezcla chocante de incredulidad, extrañeza, relato de terror barato y
filosofía. Pero lo más curioso es la delirante explicación que se muestra en
este cuento sobre el porqué de la Primera Guerra Mundial. Ni se os ocurra
aplastar a un grillo.
Meyrink prueba con el humor en De cómo el doctor
Job Paupersum trajo rosas rojas a su hija (Wier Dr. Hiob Paupersum seiner Tochten rote Rossen Schenkte, 1915).
Por supuesto, la trama es escabrosa y el sarcasmo vence a la ironía, pero para
mí estos no son factores negativos. Conocemos a un empresario (¡un empresario
de monstruosidades!) que trata de convencer al erudito Paupersum de que realice
determinados experimentos: nuestro amable y desesperado sabio, por el bien de
su hija, aceptará convertirse en un monstruo a cambio de una fortuna. Así habla
el empresario, convincente: “—¡Señor doctor! ¡Escúcheme! No tire su fortuna por
la borda. Toda su vida ha sido un error. ¿Y por qué? Ha llenado su cabeza de
cosas y solo se ha dedicado a aprender. Aprender es una tontería. Míreme a mí:
¿acaso he aprendido yo algo? Eso de aprender solo se lo pueden permitir
personas ricas de nacimiento, y entonces no se necesita. El hombre ha de ser
humilde y... tonto, por decirlo así. ¿Ha visto alguna vez que un tonto haya
sucumbido?” (p. 236).
Como es habitual, lo onírico y la ambientación tabernaria
confieren al relato una atmósfera surreal, mágica. Meyrink nos transporta allí
con su mano siempre (bueno, de acuerdo, casi siempre) maestra ejerciendo en
nuestro espíritu un efecto de encantamiento: la magia, la verdadera alquimia de
la lectura. Y de igual forma da un giro inesperado, trágico y hermoso, a este
relato que apuntaba maneras burlescas. Ni de lejos es el mejor cuento de esta
antología, pero es puro Meyrink.
La visita de J. H. Obereit a las sanguijuelas del tiempo (J. H. Obereits
Besuch bei den Zeitegeln, 1915) es un cuento que había leído en anteriores
ocasiones bajo los más diversos (y a veces chocantes: recuerdo que a estas
sanguijuelas se las ha llegado hasta a traducir como... ¡tempijuelas!) títulos.
Siempre se me ha antojado un relato bastante mediocre, hasta malo, pero ahora
veo atemperada mi opinión por el convencimiento de que por primera vez entiendo
en su totalidad qué es lo que se cuenta aquí, y me resulta terrorífico. También
porque la superioridad estilística de esta traducción ayuda infinito a disfrutar
de este cuento. No está entre mis favoritos, claro, pero a estas alturas ya me
encuentro tan sumergido, tan embebido en el universo que, página tras página,
Meyrink ha ido creando, que lo poco vale.
Sin duda, El cardenal Napellus (Der Kardinal Napellus, 1915) es el más
esotérico de todos. Como suele ser normal en Meyrink, se describe una secta tan
extraña como delirante. Del mismo modo que en el relato anterior, se explica
que la paz de espíritu se alcanza con el abandono de cualquier sentimiento de
esperanza o anhelo, algo así como convertirse en un vegetal humano (imagino que
esta idea sería fruto de los devaneos con las religiones orientales de nuestro
autor). En cualquier caso, esta felicidad que consiste en no tener el más
mínimo deseo de obtenerla no deja de estar vestida con trajes terroríficos,
horribles. No logro saber si para Meyrink es de verdad un paso iniciático (más
bien el fin del camino iniciático), una burla macabra del mismo (una venganza
descreída), o simplemente la forma de dar pie a momentos de una belleza mórbida
(todo lo relacionado con la sangre y el acónito). Solo por esto último debería
bastar: al menos para mí es suficiente. Aunque también me hipnotiza ese otro
gran recurso habitual de Meyrink: reunir en una habitación a los tíos más raros
del planeta.
El horror (Der Schrecken, 1902). La enseñanza moral
final no anula la fuerza de este brevísimo relato. Oscuro, macabro, cruel. Las
imágenes que destila Meyrink en su ponzoñosa retorta hacen honor a su título.
Me encanta, claro.
Como en El monje Laskaris, en El
extraño huésped (Der Seltsame
Gast, 1925) se nos narra la aventura de un iniciado en el secreto arte de
la alquimia y sus peripecias en la corte ansiosa de llenar sus arcas a lo fácil
de turno. Vale para este lo que comenté para aquel, si bien en esta ocasión
resulta una lectura más entretenida a pesar de que el estilo del Meyrink que
amamos no hace acto de presencia: se habla de oro, pero se nos ofrece tan solo
estaño.
Más que un cuento en sí, El relato del asesino Babinski (Die Erzählung von Raubmörder Babinski, 1917)
asemeja un descarte de El Golem. Un atardecer sombrío, el barrio
judío de Praga repleto de sombras y callejas, el ambiente sórdido de taberna
patibularia... Y, claro, el protagonista de la absoluta obra maestra de
Meyrink, el bueno de Pernath, y sus tres amigos: Zwakh, el anciano titiritero
(en El Golem es él quien relata la historia del mágico ser
de barro que tanto impactará a Pernath), el pintor Vrieslander (que protagoniza
el inolvidable momento en que, tallando este la cabeza de una marioneta,
Pernath ve de pronto todo lo que le rodea como si su cabeza fuera la del
títere) y el músico Prokop. Aquí Zwakh cuenta a sus compañeros, semiocultos por
el humo de las pipas que fuman y envueltos en el olor y los vapores del grog
que beben, la historia del asesino Babinski. No se puede cerrar este volumen de
cuentos de manera más admirable.
MEYRINK, Gustav. El monje Laskaris y otros relatos extraños y
esotéricos. Traducción y prólogo de José Rafael Hernández Arias.
Madrid: Valdemar, 2006. 309 p. Gótica; 66. ISBN 84-7702-552-5.
7 comentarios:
arggg.
y yo que aún no he leído "el golem".
increíble reseña, llosef. como todas las de tu blog.
gracias.
Magnifica reseña Llosef, solo puedo darte las gracias.
:D
Bueno, bueno, Tascoigne y des, las gracias deben ser dadas a vosotros por ser capaces, primero, de entrar en este blog de los horrores, y, segundo, de leeros tamaño testamento.
¡Ay! El Golem... A veces creo que esta novela es a la literatura fantástica lo que Valis de Philip K. Dick a la ciencia ficción: no es posible tener una opinión moderada. O se aman o se odian. Y a la hora de recomendarlas... ¡Me da igual! Yo siempre recomiendo las dos. Total, si te van a odiar, que sea por esto, qué demonios, jaja.
Hola, encuentro notable su blogs, al respecto quisiera una dirección web para tener acceso al cuento "sanguijuelas del tiempo".
Le estaría muy agradecido.
atte
Sachá Fuentealba
Iquique - Chile
Gracias por leernos y dejar tu comentario, Sachá.
Desconozco una dirección web en la cual encontrar ese relato en español. Sí conozco una, excelente, en la cual encontrar toda la obra de Meyrink, pero en alemán.
http://literatten.li.funpic.de/ap/meyrink.php
Saludos.
Maestro, muy bueno!!, una pregunta, no puedo conseguir estos libros que usted cita, libro de Angelo Maria Ripellino Praga mágica (editorial Seix Barral, colección Los Tres Mundos, Ensayo), como los podria conseguir? lo felicito!!, he leido todo lo que he tenido a mano, y hay uno que se llama Ocultismo y religion, que tengo y no esta editado en español, quizas sea uno de los que usted cita, eso llego a mi de una forma extraña, desde ya le agradeceria enormemente si me pudise informar, sino, igualmente he disfrutado de leer este sitio, usted es genial!
¡Hola Omar! Muchas gracias por comentar. Bueno, todos los títulos de obras de Meyrink que cito están incluidas en el libro del que al final incluyo una pequeña ficha: "El monje Laskaris y otros relatos extraños y esotéricos". Lo puedes encontrar sin problema en la página web de la Editorial Valdemar, que tiene además editadas de él las novelas "El Golem" Y "El ángel de la ventana de occidente". Te paso el enlace de la editorial con los libros de Meyrink:
http://www.valdemar.com/advanced_search_result.php?keywords=Gustav+meyrink
El libro de Ripellino está agotado, y haciendo una búsqueda rápida por internet en páginas de libros saldados, de ocasión y de segunda mano no lo he encontrado, pero puedes seguir intentando esta opción. Creo que en estos momentos es la única forma de conseguir ese libro.
En fin, espero haberte ayudado, al menos en lo que a Meyrink respecta.
¡Un abrazo!
Publicar un comentario