Hace mucho tiempo, en un fenecido foro dedicado a la
literatura fantástica (y que no se trataba del añorado Cyberdark), recomendé a
un compañero de aventuras literarias, el insigne t-bone, un libro de relatos de
Arthur Machen. Él preguntaba cuál sería bueno para iniciarse en su culto, y
tanto otros como yo rápidamente le contestamos que, sin lugar a dudas,
comenzara con cualquier recopilación que incluyera el relato El pueblo blanco (The White People, 1904). Craso error: nuestro buen compañero t-bone
salió horrorizado de la experiencia. No comprendía que aquel cuento tan malo,
según su criterio, nos hubiera embaucado de tal forma. Estando yo convencido de
que le había servido una copa del más delicioso néctar literario y resultando
para su paladar el más amargo de los venenos, de alguna manera me sentía
responsable de haberle hecho pasar tan mal trago. Así pues le escribí esta
carta en la cual trataba de explicarle el por qué de mi recomendación, aunque
al mismo tiempo tratando de entender por qué a t-bone le había defraudado de
tal forma. He aquí pues una reflexión en la que mi amor por la obra de Machen
se halla tamizada por el intento de racionalizar mi sentimiento y hacer
funcionar la razón objetiva. Una total estupidez, si queréis, pero esto fue lo
que escribí.
Estimado t-bone:
Con un retraso imperdonable, que no por ser habitual en mí
lo hace disculpable, paso a contarte el por qué de mi pasión por Arthur Machen.
No es una pasión ciega, como verás, sino llena de dudas y contradicciones. Por
eso es una pasión.
Comenzaré por el estilo literario, pues es lo primero que
comentabas. Bien. En este sentido, a mi entender, Machen es capaz de lo mejor y
de lo peor. Para ello, El pueblo blanco
no sirve solo como epítome de cierta parte de la obra de Machen, sino también
de su estilo. Siempre teniendo en cuenta que parto de una traducción, y
cualquier tipo de análisis riguroso partiendo de una traducción es una falacia,
me gustaría aclarar, por lo que mis palabras son, lo aclaro una vez más, las de
un aficionado.
Aquí, como he dicho, se da lo mejor y lo peor de su autor.
Lo peor: la cursilería de devocionario y misa de cinco de la tarde, que resulta
patente en ese estilo torpón y espeso que utiliza, por ejemplo, en la historia
de la niña pobre que encuentra joyas en la poza. Cuando quiere ser poético,
Machen, a mi gusto, naufraga: así el final de ese magistral relato largo (o
novela corta, que uno nunca sabe) que es Un
fragmento de vida (A Fragment of Life,
1904), a mi gusto una obra aún más personal que esta del pueblo, cerrado con un
poema que, en fin, la primera vez que lo leí me dio vergüenza ajena. Con el
tiempo hasta le he tomado cariño, pero si queremos buscar algo alejado de la
buena literatura en Machen, recomiendo la lectura de ese poema. Pero en el
mismo relato El pueblo blanco
encontramos también páginas muy inspiradas, casi mágicas, como para mí son las
descripciones de ese mundo que la niña visita tras pasar por el túnel en la
fronda: las colinas y las piedras, todo ese entorno extraño y ajeno, el Mal
(como buen reaccionario que era, para Machen lo ajeno y extraño, lo que no es
de este mundo, representa el Mal, una postura curiosamente materialista para
quien en principio parecía presumir de lo contrario) que Machen reflejaba tan
bien.
En ocasiones su prosa es tan forzada que resulta increíble:
curiosamente, cuanto más realista es lo que cuenta, con menos realismo lo trata
o, mejor, menos realista le resulta. Así la conversación inicial entre Ambrose
y Cotgrave, que vale que no sea más que un pretexto para exponernos su
pensamiento, pero todo el diálogo resulta forzadísimo (como casi todos en
Machen). No dejo de pensar en ese amigo que lleva a Cotgrave a casa de Ambrose
y queda abandonado, para de repente anunciar que se va… ¡cuando ha perdido el
tranvía! No sé, da la sensación de que Machen lo necesita para presentar a sus
protagonistas, después se le olvida que está allí y cuando lo recuerda, pues lo
larga y ya está. Al pimiento toda pretensión de credibilidad. Los encuentros
entre los personajes de sus relatos son casi siempre fruto de coincidencias o
casualidades increíbles. Y esto sumado, si no es fallo del traductor, al uso de
expresiones dignas del escritor más bisoño: en La luz interior (The Inmost
Light, 1894), se marca un "estaba muerto, completamente muerto"
que parte el alma.
Hasta aquí me dirás: "pero... ¿a ti te gusta
Machen?"
Pues sí. Pero ya dije que era pasión, y en mi caso las
pasiones no son ciegas. Si no, no serían pasiones.
¿Qué me gusta entonces de Machen, o por qué? Pues Machen
tiene esa fuerza, esa capacidad de hacerme creer todo lo que cuenta como si
fuera estrictamente cierto. Vale, termino la lectura de El pueblo blanco y mi arraizada incredulidad me lleva a no creer,
pero mientras lo leo, lo más normal del mundo me parece que es ponerse a pasear
por el campo y perderse en otro mundo, o como en otros relatos de Machen, N (N,
1936) es paradigmático al respecto, uno puede pasear por las calles de su
ciudad y de pronto verse envuelto en el aroma, la arquitectura de épocas
pretéritas. Tiene la capacidad de trasladarme a ciegas allá a donde se
proponga. Y esta es para mí su grandeza.
Dije que en lo realista resulta increíble, pero lo
maravilloso es que cuando se adentra en lo de verdad increíble... ¡pocos
escritores pueden resultar más verídicos!
¿Que no es el mejor estilista del mundo? Pues no. Hay
escritores dentro del género que a mi gusto lo superan en la forma con creces:
Leo Perutz, Alexander Lernet-Holenia, Dino Buzzati o Henry S. Whitehead (este
apenas tenido en cuenta por nadie, pero un escritor de una elegancia y un gusto
admirables; que le pregunten a Bioy Casares de dónde le vino la inspiración de
determinado cuento...), por citar algunos sin pensar mucho. Pero en capacidad
de maravilla, de fascinar al lector (no a todos, ya), de arrastrarlo por los
caminos que él desea, iguala al más pintado.
Con un amigo estuve hablando recientemente sobre la calidad
o no de los relatos de Sherlock Holmes escritos por Arthur Conan Doyle. Él
opinaba que Doyle era un escritor mediocre. Mi respuesta era que dónde está la
mediocridad cuando se ha sido capaz de crear un personaje de alcance universal,
que permanece y vive en la memoria de todos. ¿No es esa la grandeza de
escribir? ¿Que tus personajes sobrevivan en el tiempo? No la única, vaya, pero
es grandeza. Haber creado algo único, un mundo propio. Y Machen también lo
hizo.
Usando un referente que sé te es más cercano, pensemos en
Philip K. Dick. Siempre escuchando y leyendo opiniones acerca de lo mal que
escribe, que vaya horror literariamente hablando, pero si esa capacidad de
crear un universo tan inmenso, tan personal, tan atrayente y tan fascinante no
es literatura pura, ¿qué es entonces la literatura?
Y para mí eso es lo que posee Machen, la capacidad de
hacerme temblar cada vez que abro un libro suyo porque sé que me espera el más
increíble y fantástico viaje.
Esto es todo, estimado t-bone. Solo espero que el fracaso de
esta recomendación no te lleve a pensar que otras posibles te resulten igual de
tediosas.
Un abrazo: Llosef.