No pude
comenzar con más ganas la lectura de El
canto de la tripulación (Le Chant de
l’équipage, 1918) de Pierre Mac Orlan (Dumarchey era su apellido real):
resulta tan difícil encontrar obras suyas traducidas al español que dar con una
ya es toda una alegría. ¡Inocente de mí! Las risas de la más desaforada alegría
pronto se tornaron lágrimas de decepción. Aunque al final no tanto. Después de
todo, Mac Orlan nunca decepciona. Otra cosa es que el muy maldito se haga
esperar.
Aunque se
trata de una novela de aventuras, la mitad del libro Mac Orlan se lo pasa
presentando personajes y describiendo después los preparativos del loco viaje
que emprenderán sus protagonistas. Todo resulta tan ingenioso como superficial.
El estilo de Mac Orlan es muy brillante, muy visual, pero por eso mismo cae con
extremada facilidad en lo vacuo. La forma intenta hacernos olvidar que sus
personajes no son sino meras marionetas. El bueno de Mac Orlan pone más interés
en que todos resulten pintorescos, curiosos o incluso extravagantes al lector
antes que vivos.
Cuando se
detiene en las tabernas, en especial en el tabuco infecto del capitán Heresa,
Mac Orlan muestra sus mejores páginas, aquellas en las que describe los barrios
bajos canallas con sus vividores, hombres y mujeres capaces de las mayores
felonías, de los más grandes sacrificios. Tal que en su obra maestra El
muelle de las brumas (Le Quai des brumes, 1927).
La
aventura en sí no da comienzo hasta la mitad del libro, pero la historia no
gana en interés. Sí narra una tormenta al modo del Joseph Conrad de Tifón (Typhoon, 1902) o el Poe de Un
descenso al Maelström (A Descent into the Maelström, 1841), por poner los primeros
ejemplos que se me vienen a la cabeza (siempre acuden a mi cabeza los mismos:
por algo será), de una forma vívida, pero a años luz de los mencionados.
Y cuando
todo parece ya perdido, cuando nos acercamos al final convencidos de la
mediocridad que nos ha endilgado en esta ocasión nuestro admirado autor, este
nos sorprende de manera genial. Sus últimas páginas resultan apabullantes,
abrumadoras: estallan en un desenlace brutal. La historia deviene un cuento tan
cruel como delirante. Casi tan despiadado como Una avanzada del
progreso (An Outpost of
Progress, 1896) del gran Conrad. Como si hubiera estado guardando el tipo
durante mucho tiempo, empeñado en demostrarnos ser un escritor elegante y
ocurrente, algo canallesco pero bonachón en el fondo, Mac Orlan se deja de
florituras y saca de sí todo lo que uno esperaba (o al menos yo esperaba) de
él: una historia sorprendente, con giros imposibles pero nunca cuestionables
desde el momento en que Mac Orlan nos sumerge en ellos, de personajes ahora sí
rebosantes de vida y pasiones, de deseos y desesperación. Y la maldad, esa
maldad inocente, pura y desarmante de aquellos que hacen el mal porque en su
vida no han conocido otra cosa.
La edición cuenta con una traducción arcaica de
Julio Gómez de la Serna, que a pesar de indicarnos en los créditos del libro
que ha sido sometida a una revisión, de seguro que esta ha sido algo perezosa
(por ejemplo, se mantienen las tildes en dio). En su descargo,
diremos que cuenta con un cuadernillo central con magníficas ilustraciones a
cargo de Antonia Santolaya, Enrique Flores y Felipe Hernández Cava.
Si a esto añadimos un prólogo del excelente Raymond Queneau y unas palabras
finales a cargo de Ramón Gómez de la Serna, como siempre escribiendo sobre el
autor utilizando greguerías, como siempre oscilando entre lo genial y lo
idiota, pues mucho mejor.
MAC ORLAN, Pierre. El canto de la tripulación.
Prólogo de Raymond Queneau; epílogo de Ramón Gómez de la Serna; ilustraciones
de Antonia Santolaya, Enrique Flores y Felipe Hernández Cava; traducción de
Julio Gómez de la Serna. Vitoria-Gasteiz: Ikusager, 2003. 192 p. Correría; 17.
ISBN 84-85631-93-5.
No hay comentarios:
Publicar un comentario