lunes, marzo 02, 2009

Fiebre de sangre (1982), de Shelley Hyde



¡Un salvaje terror!, exclama la portada de Fiebre de sangre (Blood Fever, 1982) de Shelley Hyde. En fin, ya será menos. Me encantan estas frases exageradas, casi alucinógenas en su exacerbación del contenido del libro. Alucinógenas porque por desgracia rara vez coinciden con lo que de verdad hay en el interior. En esta ocasión ni el dibujo atina: las víctimas de esta fiebre tan curiosa no atacan con cuchillos, sino con uñas y dientes, literalmente. ¿Parece salvaje? En la portada también así se nos indica. Pero de eso nada. Esto es terror para aquellos que después desean dormir sin pesadillas. Bueno, yo también quiero eso, entendedme, pero no en un libro.

En un pueblecito norteamericano, uno de esos que tan bien conocemos gracias a todas esas purulentas películas de terror (o no) que nos hemos tragado a lo largo de los años, se desata un virus que contagia solo a las mujeres y las transforma en seres inhumanos ávidos de sangre. Pero ojo: sangre de machote humano, nada de hembras. Las mujeres unidas entre sí y convertidas en el martillo aniquilador de su pareja sexista.

No hubiera estado mal que la buena de Shelley Hyde (seudónimo bajo el que se oculta la escritora Kit Reed) desatara su ira contra el macho arrogante de la especie con una dosis de desaforada mala leche. Pero de nuevo no. Y mira que la cosa no empieza mal, mostrando a un grupo de hombres con comportamientos, por decirlo así a lo suave, machistas machacando psicológicamente a sus parejas como quien hace lo contrario: esto es, en el nombre del amor se cometen abusos inconcebibles en otros ámbitos. Y con la suficiente inteligencia en su discurso como para no mostrar a todos los hombres de la misma forma, lo cual da credibilidad y fuerza a su relato: al no ser todos los hombres despreciables, la furia desatada dolerá porque no hace distinciones.

Sin embargo, Hyde apunta esto pero pronto lo olvida, bien porque no le interesa, bien porque hay que reconocer que como escritora pues no da para mucho, la verdad. Por una parte se pierde una historia que podría haber resultado, cuando menos, salvaje en serio. Pero por otra, hay que reconocer que precisamente por asumir su corto alcance creativo Shelley Hyde acaba por darnos un relato cuando menos entretenido. Al menos a ratos.


Hay que dejar clara una cosa: que huyan como de la peste todos aquellos que esperen encontrar algo de literatura aquí. El estilo de Hyde alcanza cotas de poesía equiparables a las de la guía telefónica. Pero sabe cómo engarzar su relato y mostrarlo interesante. Al menos si uno hace como que no ha leído los artículos de periódico (la acción avanza en ocasiones con la técnica de incluir supuestas noticias de periódico que resuelven, o eso se intenta, los problemas cuando la acción se estanca) que la autora redacta dando muestras de una aguda artritis cerebral. Si la intención era hacer burla del estilo periodístico, no está mal. Si la intención era imitarlo, consigue empeorar el modelo, que ya son ganas. La novela avanza al ritmo justo para no aburrir y, consciente de sus limitaciones, sin detenerse en alardes psicológicos. Sus personajes son simples estereotipos que hablan como se suponen que deben hablar a quienes representan. Y representan poco, creedme. Total, importa poco si lo que queremos es la dichosa fiebre de sangre descrita con detalle, ¿no?

Y la narración comienza con unas páginas que prometen: una pelea animal entre un matrimonio, ella ya contagiada. Venga, para qué empezar con otra cosa si esto es lo que hay. Y por eso es de agradecer la actitud de la autora: en esto no hay engaño. Los problemas vienen cuando, ¡ay!, ni aquí es capaz de llegar muy lejos. Las páginas más brutas acaban resultando un poquito como de gacetilla dominical de la iglesia de la esquina. Todo acaba resultando contenido en exceso, la fiebre es más bien constipado y la sangre corre, sí, pero esterilizada. Si no hay creación de atmósfera, ni tensión, ni deseo de mostrar el horror en su verdadera amplitud, sino tan solo hilvanar un relato gore sin muchas complicaciones, el resultado no puede ser tan aséptico. Más aún cuando, en su tramo final, a Hyde se le notan las prisas por terminar y lo cierra todo de cualquier manera.

Vale, tampoco es que hubiera gran cosa por cerrar, pero si su único mérito estribaba en cierta capacidad de medir la progresión de la historia, ni en esto acaba por conseguir el aprobado al arribar a su final con tanta urgencia. 


HYDE, Shelley. Fiebre de sangre. Traducción de Domingo Santos; ilustración de cubierta de Jordi Vallhonesta y Salinas Blanch. Barcelona: Martínez Roca, 1983. 155 p. Súper terror; 1. ISBN 84-270-0812-0.

5 comentarios:

4ojos dijo...

¡Eso si que es una portada!

Anónimo dijo...

Esta novela sí que resultó mala. Coincido con todo lo que dices en tu reseña. La fantástica portada engaña, la prosa es de una calidad baja -aunque hay que ver si Domingo Santos no contribuye a eso con su traducción-, y se siente falta, como impuesta. Es una lástima: la idea es fantástica pero está muy mal desarrollada.
He leído novelas malas mejores que esta.
Saludos.

Llosef dijo...

Ya lo habéis dicho: ¡lo mejor es la portada! También la norteamericana original, por cierto. ¡Un saludo y gracias a ambos por comentar!

Anónimo dijo...

Imposible de conseguir digital,una lastima

Llosef dijo...

En papel, de segunda mano, está fácil de encontrar y a precio de risa...