Selección de relatos de la mítica revista Weird Tales dedicada al terror, la
ciencia ficción y la fantasía que nació en 1923 y subsistió hasta el año 1954.
En ella publicaron maestros hoy considerados como tales, no tanto como se
debiera, bien es cierto, pero sí más que en su época: H. P. Lovecraft, Frank
Belknap Long, Henry S. Whitehead, August Derleth, Clark Ashton Smith, Robert E.
Howard, Seabury Quinn... Un plantel admirable que compartió páginas con otros
autores definitivamente olvidados, no siempre menores, o cuando menos capaces
en alguna ocasión de crear una historia que merece ser rescatada de la
oscuridad. Y justo esto es lo que se propone Francisco Arellano, autor de la
selección de relatos de este libro, en esta antología: recuperar alguna obra
valiosa de algún escritor ignoto, o bien dar luz a joyas perdidas de autores
que no han sido devorados por el tiempo.
No es el caso de Dagón (Dagon), el primer relato del
volumen, escrito por H. P. Lovecraft en 1917, aunque publicado en Weird
Tales en 1923. No podemos asignarle ninguna de las dos categorías
comentadas, pero realmente no podía faltar el mítico Lovecraft en una antología
de cuentos de la revista que lo vio nacer como autor. E igualmente nadie mejor
para abrir la selección que el solitario escritor de Providence, en su momento
solo tenido en cuenta por un puñado contado de admiradores. Dagón es un
relato modelo para adentrarse en la obra de Lovecraft y entenderla. Con un
desenlace imitado hasta la saciedad: todos los que amamos su obra más de una
vez hemos hecho la broma o hemos dado fin a un relato siguiendo este recurso,
el de una narración en primera persona que termina con la historia cercenada de
manera repentina ante la llegada del horror, de la bestia cósmica de turno que
no nos permitirá poner la palabra fin. Lovecraft es el maestro de la oscuridad.
En sus relatos siempre hay frialdad, todo es fétido, la atmósfera es pútrida e
irrespirable y los personajes se ahogan en la soledad y la desesperación. Hay
algo superior al hombre, pero algo que solo desea o busca nuestra destrucción.
Dagón no es el mejor
relato de Lovecraft ni de lejos: si bien la precipitación viene justificada por
la narración (el supuesto narrador escribe sabiendo que va a morir de un
momento a otro), la atmósfera tenebrosa no llega a pesar lo que uno desearía y
la sensación de angustia no es opresiva como sí llega a serlo en otras
narraciones suyas. Sin embargo, le tengo un especial cariño a este cuento. Fue
el cuarto que leí de Lovecraft (tras, y por este orden, El extraño, Aire
frío y El susurrador en la oscuridad: el primero, uno de mis
favoritos y a mi gusto uno de los más poéticos del autor; el segundo consigue
transmitir una sensación macabra muy poderosa; y el tercero, una de sus obras
maestras absolutas, terrorífico y brutal). Recuerdo el miedo que pasé leyendo Dagón
en mitad de una aburrida clase con el libro oculto entre las páginas de uno de
texto.
Weird Tales, marzo 1928. Portada de Curtis C. Senf.
El cerebro en el frasco (The Brain in the Jar, 1924), de Richard
F. Searight y Norman Elwood Hammerstrom, es un cuento de horror que basa su
efecto en la detallada descripción del cerebro de marras en el dichoso frasco,
a las sensaciones que lo embargan, ninguna agradable, al saberse sin cuerpo y
de la venganza que está llevando a cabo con fría determinación sobre quienes le
han reducido a semejante estado. No va más allá de esto, y está bien, pero la
idea podría haberse aprovechado un poquito más. La trama se agota enseguida y
deambula por los trillados caminos de lo predecible. La venganza carece de
emoción, no es sino una mera excusa para contar lo que en verdad interesa: la
descripción al detalle del cerebro en su prisión. Y como el estilo es de una
pobreza sorprendente, todo queda en nada.
El regalo del rajá (The Rajah’s Gift, 1925), de E. Hoffmann
Price, es un relato de ambientación oriental que basa en esto mismo su carácter
fantástico: en lo exótico e imposible de su localización. El autor reproduce de
manera brillante el estilo de los cuentos clásicos y su anécdota es bonita,
también cruel, y supone una lección sobre cómo algunos deseos son más poderosos
que la propia vida.
Con Despacho nocturno (The Night Wire, 1926), de H. F. Arnold,
un relato excelente, llega la verdadera sorpresa de la antología. Desde el
primer momento todo resulta genial: ya solo con la descripción de ese trabajo
nocturno que consiste en registrar las noticias que llegan por telégrafo, cómo
transmite el cansancio, la soledad, el silencio de esas horas durante las que
el resto del mundo duerme, el sonido monótono de las máquinas de telégrafos
resquebrajando ocasionalmente dicho silencio... El autor nos introduce de lleno
en lo irreal sin habernos contado nada fantástico, pura y perfecta
ambientación. Todo en este cuento ayuda a crear tensión, una atmósfera extraña
en la que con facilidad se instala el horror. Para cuando este se despliegue en
toda su intensidad y magnitud, nuestros sentidos estarán ya marcados por él. Y
nada podrá protegernos. Un magnífico cuento de terror. No es de extrañar que
fuera uno de los favoritos de Lovecraft de entre los publicados en la revista.
Si bien se trata de un relato
bastante torpe, hay que reconocer que Bajo la tienda de Amundsen (In Amundsen’s Tend, 1928), de John
Martin Leahy, mantiene cierta efectividad a pesar de esto. La inmensidad de los
hielos, la soledad y el silencio eternos resultan un escenario fabuloso para una
historia de terror. Así Lovecraft en su En las montañas de la locura: este
de Leahy, como el anterior, también figuraba entre sus predilectos de los
publicados en Weird Tales, según se nos indica en las notas sobre los
autores antologados. Los diálogos resultan forzadísimos y artificiales, pero la
narración sí llega a contagiar la angustia de un descubrimiento horrible en un
lugar inhóspito, un acoso infernal en un escenario cuya vastedad y vacío hacen
imposible la escapatoria, la salvación.
Una casa oculta en un bosque,
ancestrales creencias y ritos que perviven hoy en día, una siniestra
tradición... El octavo hombre verde (The
Eight Green Man, 1928), de G. G. Pendarves (nombre real: Gladys Gordon
Trenery), es un relato quizá no muy original, pero sí entretenido. Lo más interesante
es sin duda su ambientación rural, que refuerza la idea de lo perdido y lo
ancestral, la posibilidad de coexistencia entre lo idílico y el horror. Pero no
es un cuento que brille de manera especial. Y tampoco es que resulte muy
original La hiena (The Hyena, 1928),
de Robert E. Howard, pero este hace lo que mejor sabe: dotar de una fuerza
primitiva y arrolladora a su historia. Elemental, de emociones básicas, pero
contagiosas y salvajes. Se lee con gozosa satisfacción.
Edmond Hamilton es uno de esos
escritores que algunos seguidores de la ciencia ficción, en especial los
españoles, se avergüenzan de leer, o al menos de reconocerlo. Ya sabéis: Stanislaw Lem, J. G. Ballard,
Jonathan Lethem... Bueno, estos sí, pero cuando se trata de reconocer a
sus ancestros hay lectores desagradecidos con los autores que abrieron el
camino para que después llegaran estos genios. En fin, hasta tal punto llega la
vergüenza que incluso afirman que en realidad se trata de un escritor de
aventuras, con un escenario futurista, sí, pero de aventuras. Este género
también les debe abochornar, me imagino, o cuando menos disgustar, pues lo que
no les gusta lo lanzan para allá como una piedra a un charco. Lo triste es que
son estos seguidores los que después andan llorando por ahí que su género no es
reconocido ni por las universidades ni por la Real Academia de la Lengua
Española, ¡ay, qué pena más grande!, por lo que se lo pasan intentando
demostrar que vale, Hamilton es malo, pero Lem no. No entiendo esta necesidad
de solicitar la aprobación de estas eminencias chorliteras para disfrutar de lo
que a uno le gusta. Aunque sea malo. Y sí, también vale que el relato aquí
incluido de Hamilton, Colisión de soles (Crashing Suns, 1928), es un space-opera de lo más rancio, pero es
tan imaginativo, su concepto de la maravilla tan contagioso, su sentido de la
aventura (porque también, como debe ser) tan fantástico, que los evidentes
defectos no lastran el resultado. Cierto que tampoco lo elevan a cumbres
proustianas: esos personajes de una pieza, esas amenazas universales que el
héroe de turno apartará de un mamporro, esos extraterrestres tan malos y
desagradables, tan poco lemtianos... Sin embargo, si en tu espíritu aún queda
algo de la fascinación por leer sobre mundos maravillosos y viajes imposibles,
disfrutarás como un loco de este relato.
Weird Tales, enero 1930. Portada de Curtis C. Senf.
La maldición de los Phipps
(The Curse of the House of Phipps, 1930),
de Seabury Quinn, es una aventura del magnífico Jules de Grandin, investigador
de lo sobrenatural, y su ayudante el Dr. Trowbridge. Vale, la maldición de marras
es un poco más de lo mismo, una cansera ya que pa qué, la subtrama criminal da
un poquillo de risa y la solución y desenlace de la aventura se adivinan desde
la primera línea. Pero Quinn, el autor más exitoso en su momento de Weird
Tales, es un narrador seguro, nos mete en situación con una facilidad
asombrosa, engancha al lector de manera a veces confieso que difícil de
explicar y... bueno, lo diré, una aventura de Grandin es siempre un placer.
Igual menor en este caso, pero placer.
Para terminar con la presente
antología, Francisco Arellano ha seleccionado dos relatos de terror de dos
autores muy relacionados con nuestro adorado H. P. Lovecraft. El primero es El
horror de las colinas (The Horror
from the Hills, 1931), un cuento del autor del genial Los perros de
Tíndalos, Frank Belknap Long. Una lectura obligada, pues. Más aún si dicho
cuento puede encuadrarse dentro del ciclo de los mitos de Cthulhu. Belknap Long
pertenecía al círculo de amigos de Lovecraft, uno de los muchos con los que el
maestro mantenía profusa correspondencia, otro de aquellos a los que ayudaba
con sus consejos y correcciones y a los que incluso cedía ideas o páginas para
sus relatos. Así en este El horror de las colinas encontramos que las
páginas dedicadas a narrar el sueño de Roger Little, uno de los personajes, son
originales de Lovecraft. Según nos cuenta Arellano, Lovecraft le escribió un
par de cartas a Belknap Long a finales de 1927 y le propuso que las utilizara
para este cuento. Un cuento, por otra parte, que presenta unos diálogos
imposibles cargados de una cháchara pseudo-científica que provocan una espesa
somnolencia hasta en el lector más entregado, pero que a pesar de ello le
dejará ese agradable regustillo angustioso y horrible que acompaña a todos los
relatos de horror cósmico de los que Lovecraft fuera, sobra decirlo, el maestro
absoluto.
Clark Ashton Smith es sin duda
uno de los escritores más elegantes y sutiles del círculo de Lovecraft, como
bien demuestra La venus de Azombeii (The
Venus of Azombeii, 1931), un relato cargado de sensualidad, exotismo,
horror y belleza. Un ejemplo de cómo el estilo puede convertir en fascinante la
lectura de una historia algo banal.
En definitiva, pese a la
inevitable irregularidad de los cuentos antologados, el volumen resulta
perfecto para acercarnos a lo que verdaderamente hubo de ser abrir las páginas
de esta mítica revista y hundirse en sus fascinantes mundos.
WEIRD Tales (1923-1933).
Selección, introducción, traducción y notas de Francisco Arellano. Madrid: La
Biblioteca del Laberinto, 2006. 223 p. Delirio, ciencia-ficción; 9. ISBN
84-935407-0-6.
13 comentarios:
El otro día lo estuve hojeando en la biblioteca, pero no me fijé demasiado. Aunque por lo que cuentas de los relatos, quizá me lo coja, algunos tienen muy buena pinta
Querido Llosef, gracias por regalarnos otra nueva entrega de emoción, horror y fantasía de la A a la Z. En mi prisión entre los bosques se suceden Weird Tales a cada momento. (Des?)Afortunadamente, éstos SON reales.
:*
PS. Cuando leí el comentario que tan amablemente dejó en mi perfil, reconozco que le confundí con un viejo y querido amigo, científico loco y adicto a la profesión médica, del que hacía meses que no tenía noticia alguna.
Amigo padawan: no lo dudes más. Y si ves el otro volumen, el que recopila cuentos de 1933 a 1942, tampoco. Son muy entretenidos, salvajes y absolutamente disfrutables. Y si te topas (nunca mejor dicho) con el tomazo que acaba de editar Valdemar titulado "Los hombres topo quieren tus ojos, y otros relatos sangrientos de la Era Dorada del Pulp", pues la perfección.
Estimada Princesa: gracias a ti por visitar esta horrísona página. Esos Weird Tales alemanes por fuerza han de ser mitigados, cuando no ahogados, por una personalidad tan fuerte y de tanta belleza como la vuestra. ¡Esas fuerzas del mal poco tienen que hacer ante vos, voto a bríos!
Me ocurre como a Padawan. Desde hace tiempo estoy algo desencantado con el género pulp, un poco escéptico... ¡He leído tantos cuentos mediocres!
Pero bueno, dada tu recomendación, lo tendré en cuenta.
¡Por cierto! Por fín han editado el Quatermass nº7 sobre cine fantástico italiano ¿Lo has visto?
Un saludín!
Amigo Pesanervios: te los recomiendo pero... ¡sabiendo que no dejan de ser relatos pulp! Muy disfrutables, pero un pelín lejos de otros autores que nos gustan. Vamos, que no esperes aquí encontrar un Mervyn Peake de la vida, jeje. El segundo volumen confieso que es mejor, aunque todavía no me he encontrado con ningún relato tan bueno como "Despacho nocturno".
Tanto a Padawan como a ti os diría que ayuda el enfrentarse a ellos con un espíritu algo gamberrete. El prólogo, excelente, de Jesús Palacios para el tomo de Valdemar Gótica de los hombre topo es esclarecedor a este respecto, aunque creo que se mitifica demasiado: nos seleccionan lo mejor, y de los cientos de relatos que hay para elegir, el tomo de Valdemar presenta uno, "Tigresa", de David H. Keller, incluido en el segundo tomo de Arellano dedicado a Weird Tales. Vamos, que me da a mí que buenos, lo que se dice buenos, no habrá tantos cuando dos compiladores tan distintos coinciden... ¡Aunque sólo sea en uno!
En cualquier caso siempre hay sorpresas, y cuando uno de estos relatos te sorprende es que te pega al sillón. No sé cómo decirlo... Es como cuando ves películas infames de serie b: vale, hay muchos tostones, pero cuando una se sale de madre... ¡no hay quien la pare!
Y qué demonios: ¡¡¡esas portadas!!! Esos Virgil Finlay y Margaret Brundage desatados... ¡¡¡Pero si son lo mejor del mundo!!!
Hola LLosef!! pues aquí estoy como te prometí, adentrándome en este mundo tan desconocido para mí. Sólo puedo decir que al ver la que tienes aquí montada me entran ganas de leer, así que el próximo libro lo cogeré de tu refugio, a ver que me recomiendas ( me ha llamado la atención "La prima Phillis) y leer con una música de fondo como la de Lacrosse ( cuando me la grabes,je,je) no estaría mal,no?
Bueno, pues ya me cuentas y ahora a disfrutar del veranito, aunque sea de tito!
Un Besazo!!!
Jejeje. Sólo por esas portadas merecen su compra, sí señor. Son la mar de encantadoras.
Aún así, a pesar de escepticismos y demás, creo que lo intentaré con el tomo de Valdemar.
Dagón es para mí todo un emblema. A mi, en mi primera lectura, me llegó a provocar sensaciones lisérgicas. Es, pa mi, de los mejores cuentos cortos de Lovecraft. Así que estaba escrito que debía estar seleccionado.
Saludotes!
Ay, ay, "soy yo", jajaja. Nada, nada, me alegro de que te guste el blog, aunque creo que en verdad estas cosas terrorifiquillas no te van mucho. Algo parecido a lo que le pasa a nuestra común amiga Estherix, jeje. Pero bueno, si has pasado un ratillo medio agradable, ya vale.
El libro de la Gaskell seguramente te gustará, aunque creo que no es Lacrosse (os los grabo, claro que sí) el grupo que yo me pondría de banda sonora. Aunque jamás pongo música cuando leo.
Todo lo contrario que el amigo Pesanervios, ¿verdad? De esto ya hemos hablado en más de una ocasión, jeje.
Creo que cuando tengas entre las manos el Valdemar de los hombres topo se te va a olvidar por completo ese sentimiento de "decepción", jajaja. Eso sí, leyéndolo quizá con alguno retorne, pero bueno, así es la vida: más decepciones da la realidad y aquí estamos, mi amigo.
En fin, un abrazo fuerte a los dos. Hoy estoy un poco triste y esto me pone algo ñoño. Pido disculpas.
¡Por Deux!
¡Usted está perdonado de antemano!
Además, esta mañana en la biblioteca me acordé que tengo algún libro de Perutz por leer (al no encontrar el de Peské). Así que creo que la decepción se disipará: Grandes remedios para grandes males.
Saludines de ánimo.
¡Atención!!!!
Ha nombrado usted a Aquél ante el cual todos debemos hincar la rodilla y mostrar pleitesía, JAJAJAJA.
En fin, que si se pone con un PERUTZ, confiamos en que nos regale un comentario en su blog ("Búsqueda de hogar tras el bostezo": podéis accder a él en la lista de la derecha, para los que aún no conozcáis esta excelente página). Toda la razón: esto sí que cura los males.
Hasta el mío, flebe y transitorio, que más tiene que ver con la canción de Jeanette que con algo serio, ay.
¡Ah! La canción de Jeanette: "tengo edad de reír y cantar, y estoy triste." Jiji, con esa voz de "camionero" que tenía ella.
Sólo que yo ya no sé de qué diablos tengo edad...
De momia a lo Karloff, me temo.
Jajaja. Ni el marketing de El Corte Inglés, oye.
¡Por supuesto que habrá reseña de Perutz! No será nada del otro mundo: Como las demás. Pero tiene muy buena pinta: "De noche, bajo el puente de piedra" Parecen ser una serie de relatos encadenados, con un fondo común. ¡Ay! No veo la hora de empezarlo. Todos los libros de Perutz que he leído me han encantado.
Además, ya me he hecho con "los hombres topo quieren tus ojos" e incluso me he empezado la introducción... Con esa magnífica historia que comienza hablando del Teatro de Grand Guiñol de París. ay, que poco tiempo y cuantos libros!
Saludetes jeanetteanos. Jeje.
Creo que EL SUSURRADOR DE LA OSCURIDAD era uno de los relatos largos que Alianza publicó en el volumen EL HORROR DE DUNWICH, si mal no recuerdo, que trata de un hombre que se escribe con otro y vive acosado por criaturas en su residencia campestre. Para mi gusto el relato de Lovecraft más absorbente y acojonante de todos los suyos. Recuerdo que lo leí una tarde-noche de verano en la terraza-segundo piso a medio construir de la casa de mis padres en el pueblo a los trece o catorce años y no olvido la ímpresión que me causó.
Julián.
Ese mismo es, amigo Julián. Veo que usted también coincide en considerarlo una de las cumbres del Maestro. ¡No merece menos!
Publicar un comentario