jueves, diciembre 23, 2010

Cazadoras solitarias y otros cuentos de terror y ciencia, de David H. Keller (1928-1942)

¡Quién podría pensarlo! Pero nada, es real. Aquí está: una recopilación de cuentos del autor pulp David Henry Keller. Y como era de esperar no todos los relatos son joyas ocultas del fantástico, pues claro que no, pero hay en este grupo unos cuantos que merecen la pena no solo para ser leídos por cualquier aficionado que se precie, sino por todos aquellos que dejen de lado cuestionamientos estéticos demasiado envarados y estén dispuestos a dejarse vapulear por el tremebundo D. H. Porque amigos, esta vez sí: aquí se da lo que se promete. Así pues, solo queda felicitar a La biblioteca del laberinto por haberse lanzado a editar este libro que quizá venda poco, pero nos hará más fieles si cabe a los que ya seguíamos su trabajo.

En mi colaboración semanal para la radio ya hablé de él (AQUÍ), pero no quería dejar pasar la oportunidad de comentar con más detalle estos cuentos tan apasionantes como desbocados. Y de calidad tal vez irregular, pero creedme que cuando Keller acierta, da de lleno.

El volumen se abre con el que sin duda es para mí el mejor de todos (bueno, casi), Cazadoras solitarias (1934). ¡Pero qué título tan maravilloso! Si es que ya sabe uno que va a resultar difícil no disfrutar con su lectura. Y vaya viaje. Keller nos agarra por las orejas y nos lanza de un lado a otro sin tiempo para respirar. Es un relato fantástico, con momentos escalofriantes y en verdad tremendos.

Se inicia con una intriga detectivesca de lo más común, sin que esto signifique aburrida, si bien a cada instante se van dejando caer detalles sobre algunos acontecimientos que apuntan a algo increíble, breves notas que nos hacen pensar en que todo derivará hacia una historia tan fantástica como desaforada. Y así será.

Keller domina los instantes de impacto y consigue que la lectura de este cuento resulte emocionante y terrorífica. Muy anclada en las formas pulp, claro, con su estilo directo buscando un efecto contundente en el lector. Los hechos se suceden sin descanso. Y la sorpresa que nos espera hacia la mitad de la historia en la que acompañamos al entomólogo protagonista impacta por su efectividad. Pura carnaza para la serie b más delirante, Keller imprime tal ritmo y fuerza a su narración que consigue que este viaje a los infiernos cumpla con, lo dije al principio, lo que promete.

Médico especializado en neuropsiquiatría, a Keller le gustaba dotar de un elevado grado de locura a sus malvadas protagonistas. En sus relatos las mujeres serán las portadoras del mal, seres salvajes consumidos por el odio cuyo delirio las llevará a cometer las mayores atrocidades. Esto ha servido para que muchos vean en sus cuentos trazas de una enfermiza misoginia. Tópicos folletinescos llevados hasta el extremo, más bien, pero que si se pintan de manera que el pobre Keller dé la impresión de cuando menos ser un medio asesino de mujeres en potencia, pues parece que da más juego. Pero en mi opinión, esto no son más que chorradas. No creo que Sax Rohmer soñara con matar chinos. En todo caso a uno. Pero uno no son todos. A ver, algún matemático que ponga orden aquí y explique esto de la unidad y el todo. Porque igual resulta que son lo mismo y tengo que corregirme.

¿Pero de qué demonios estoy hablando? ¡Ah! Keller. Vuelvo.

Bueno, en la parte final de este gran relato las diversas sorpresas mantienen el ritmo, pero todo se desenvuelve de manera más convencional. Tras el frenético viaje por la montaña rusa al que nos ha sometido, tal vez el desenlace resulte algo anticlimático. Pero nos da igual: este viaje es de los que no se olvidan.

Creación imperdonable (1930) es un curioso relato en el que Keller nos presenta una quizá bonita metáfora sobre el arte de escribir, de crear un mundo y dar vida a unos personajes, pero chocan sus intenciones con el desarrollo final. Interesante, en cualquier caso, en especial porque en ciertos rasgos del protagonista, su afán y su pasión por escribir, nos hace pensar de manera inevitable en el propio Keller.

La diosa de Sión (1941) nos presenta una historia de civilizaciones perdidas y ritos ocultos de los cuales persisten restos en nuestro presente. Diosas de blancura perfecta reinando sobre tribus primitivas y amores que perduran a través de los siglos. Un héroe entregado a su destino capaz de sacrificar su propia vida con tal de volver a estar junto a su amada, su diosa deseada. En fin, un ejemplo del pulp más clásico deudor de las novelas emblemáticas de Henry Rider Haggard, pero sin su fuerza poética. ¡No siempre el bueno de Keller iba a acertar, qué demonios! Pero tampoco le sale un disparo errado en exceso.

En La brida (1942) de nuevo el autor nos da lo mejor de sí mismo, que se dice. Un estupendo relato en el que Keller aplica sus recuerdos (fue médico rural en los inicios de su carrera) de joven médico principiante instalado en un pueblo de mala muerte. Los habitantes, basura blanca en el más tradicional gótico americano: familias pobres hasta lo miserable, estupidizadas, supersticiosas y deformes, carcomidas por el aislamiento y el incesto. En este entorno Keller introduce de manera brillante una historia de brujas, nada menos. Mujeres terribles e indomables, toda una estirpe creada por su mano, a la cual pertenece la protagonista de su historia, una verdadera fiera que nuestro joven doctor tratará de domar a toda costa. El estar narrado de manera febril, como una alucinación mórbida, es lo que da fuerza y credibilidad a esta historia de amor desesperado. Un amor que flirtea con la más salvaje zoofilia. ¡Cómo no nos va a gustar siendo tan delirante!

Se acabó la fricción (1939) bien pudiera tratarse de un relato menor de H. G. Wells, una “ficción científica” en la que el inventor de turno tiene una idea tan disparatada como genial. En este caso, una cajita con imanes que eliminan la fricción. Su invento es revolucionario, pues hará innecesario, por ejemplo, el uso de combustible para cualquier tipo de vehículo. Pero su invento caerá en manos de un desalmado empresario (¡qué de Karel Čapek es esto!) que le engañará y lo utilizará en su provecho. La locura vengativa del inventor se resolverá con un estrambote, una solución humorística a tono con lo intrascendente del relato.

Las manos de la estenógrafa (1928) se desenvuelve en la misma línea que Se acabó la fricción en lo que se refiere a inventos revolucionarios que cambiarán nuestra idea de la sociedad. Keller plantea aquí una parábola futurista que, en sintonía con su concepto negativo de los avances científicos, convertirá a todo un grupo de trabajadores, los estenógrafos, en máquinas humanas de trabajar. Un futuro oscuro y terrible en el que el hombre será privado de su humanidad con el fin de rendir al máximo en su trabajo: el capital aplastando la individualidad, o la igualdad convertida en uniformidad. El capitalismo deshumanizado o el comunismo llevado a su límite más atroz. Resulta curioso a día de hoy que en un futuro que ya no se concibe sin los ordenadores, a finales de los años 20 del siglo pasado esto ni se tenía en mente: son las tradicionales máquinas de escribir las que perviven y el hombre el que evoluciona artificialmente adaptándose a ellas.

En cualquier caso, ideas aparte, Keller plantea un futuro siniestro en el cual las grandes corporaciones llegan a cometer verdaderos crímenes contra la humanidad con tal de elevar sus beneficios. Si en lo tecnológico es un relato anticuado, no lo es en su forma terrible de mostrar una evolución humana modificada genéticamente, la creación de individuos que serán puras máquinas de trabajar.

En su relato La guerra contra la hiedra Keller ya planteaba una invasión de plantas que intentaban asolar la humanidad. Escrito tres años después, en El terror arbóreo (1933) será la especulación capitalista, de nuevo, el origen del desastre y no una invasión alienígena. El trust de la celulosa crea un nuevo tipo de árbol que proveerá de la misma a todo el planeta. Pero el invento degenera y el nuevo árbol se expandirá sofocando al hombre en una selva infernal. La solución, como es habitual en Keller y como no es extraña a la literatura pulp en general, devendrá en una vuelta de la sociedad a costumbres y formas de vida más tradicionales, entendiendo lo tradicional como lo más humano.

La ciencia como germen de todos los males es algo habitual en los pulps y en el cine de serie b, por lo que quizá, más que una manía personal del autor, tal vez debiéramos ver un tópico genérico que le permite jugar con la idea del fin del mundo y el hombre enfrentado al mismo. Vamos, algo que hasta los escritores considerados serios hacen (véase Cormac McCarthy y su celebrada La carretera) y no por ello les llueven calificaciones de reaccionarios y enemigos de la ciencia.

En La niñera automática (1928) seguimos con inventos, con avances tecnológicos que suponen la deshumanización del hombre. En esta ocasión, la maternidad suplantada por una máquina. Quizá cuentos como este contribuyeran a la fama de misógino de Keller, pues la solución al problema es que las mujeres permanezcan donde deben estar: en su casa, cuidando del hogar y los niños, y no haciéndose las modernas trabajando. Porque para Keller, faltaría más, la paternidad no peligra, sino que se refuerza ante el abandono de la mujer de su posición tradicional de sumisas muñecas obedientes.

A pesar de lo molesto de su moraleja, hay que reconocer que este relato supera con creces a El terror arbóreo, por ejemplo. La escena final con la tormenta que barre la ciudad tiene la fuerza de todos esos escritores primitivos que admiramos: lo físico, la acción nos plantea una cuestión ética. No estamos de acuerdo con Keller, claro, pero obliga a pensar a la contra.

Confieso que empezaba a estar cansado de tanta parábola anti científica cuando le llegó el turno a El gusano (1929). La impresión fue doble. Aquí Keller se deja de monsergas y se lanza de cabeza a un relato cuyo único objetivo es el horror puro y duro. ¡Y diablos si da en el blanco! Narración angustiosa y visceral, de final negro como el agujero inmundo por el que asciende el repulsivo gusano gigante que protagoniza el cuento, enfrentado a un hombre y su perro que, al contrario que los de Harlan Ellison, solo tendrán como opción la más absoluta oscuridad.

Brutal y directo, ya hubiera querido algo así Bram Stoker para su decepcionante La guarida del gusano blanco (1911). Tampoco es que alcance la maestría de Arthur Machen cuando este se refiere al “gran gusano blanco”, si bien no debe sentir excesiva envidia de esa otra gran novela con protagonista tan peculiar que es El agujero del infierno de Adrian Ross. A los que os guste pescar usando gusanos como cebo: ¡¡¡recomendado!!!

El volumen se cierra con otro relato de terror de Keller, género en el que, a mi gusto, se maneja mejor que en el de la ciencia ficción.

El pintor de lunas (1941) es un relato de vampiros que sorprende por su originalidad. Una prueba maravillosa de que no se quema un mito: los quemados son los autores que se acercan a él solo pensando en su éxito inmediato. El afán de celebridad es de las pocas cosas que se me antojan estúpidas en un escritor. Por dinero siempre me parece honesto, porque todos trabajamos y nos pagan por ello y... Bueeeeeeeeno, venga, que ya termino. Pues eso, un relato extraño, en verdad raro, que quizá no alcanza la cota de genial porque tampoco Keller estaba para esto, pero cuentos así son los que hacen que uno admire a un escritor por encima de sus posibles insuficiencias.

Ambientado en un sanatorio mental, lugares que Keller conocía bien por trabajar en ellos y que tanto estrés le causaban (escribía para liberarse, parece ser), El pintor de lunas es un relato de una querencia por lo sobrenatural tan desesperada que resulta casi surreal. Embebido por un excelente tono crepuscular, de duermevela, una visión real que acontece en un entorno de ensueño. El horror anida no solo en lo terrible de lo narrado, sino en cómo se desarrolla el acontecimiento fantástico. Un bonito regalo de un escritor que bien merece no permanecer en un olvido tan hiriente.

Como curiosidad, comentar que la edición de este libro de David H. Keller reproduce en su portada el cartel de la película Sobrenatural (1933) de Victor Halperin. Una Carole Lombard esplendorosa y un joven Randolph Scott, inolvidable en sus películas bajo la dirección de Budd Boeticher, son los protagonistas de este film sencillo y entrañable, de guion un tanto olvidable pero con una atmósfera en algunos momentos muy conseguida, tenebrosa y alucinatoria.

KELLER, David H. Cazadoras solitarias y otros cuentos de terror y ciencia. Introducción de Régis Messac; ilustraciones de Alex Kotzky, Ed Lemsh, Leo Morey y Germaine Delatouche; selección y prólogo de Francisco Arellano. Madrid: La biblioteca del laberinto, 2009. 184 p. Delirio, ciencia ficción y fantasía; 28. ISBN 978-84-92492-25-1.

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