El
legado de Lovecraft
(Lovecraft’s Legacy, 1990) es un
libro que nació bajo la excusa de que se cumplía el centenario del nacimiento
del escritor Howard Phillips Lovecraft. Tan buena o tan feble como cualquier
otra, pero que a nosotros nos vale y nos sobra. Más aun teniendo en cuenta la
excelente calidad de los cuentos que lo forman, que si bien en muchos casos se
alejan de lo que sería una influencia directa o evidente del homenajeado, es
cierto que en todo momento se explica que este “legado” consiste sobre todo en
una forma moderna de ver el relato de terror más que en meter a Cthulhu a piñón
en los textos, más en una actitud a la hora de afrontar las historias y
buscando un realismo y una verosimilitud donde enmarcar lo fantástico
alejándose de los viejos (no por ello menos amados) goticismos. Deudores de su
revolucionaria adscripción al género más que de sus temáticas, por más que de
maneras subrepticias por algún lado se atreven a mostrar sus tentáculos
primigenios. En fin, pocas alusiones directas a los famosos dioses míticos
creados por Lovecraft encontraremos aquí, lo cual se agradece pues en ocasiones
resulta cansino el leer historias que copian su temática pero que se ven
impotentes de hacernos sentir el más mínimo escalofrío o esa agobiante y
desesperante sensación de perdición y malignidad suprema que emana de sus
mejores relatos. Y es que Lovecraft no se aparece solo porque escribamos
Cthulhu ni por mucho que repitamos el nombre del mayor de los antiguos tres veces
ante un espejo. Los cuentos de Lovecraft poseen una atmósfera única, enfermiza
y surreal, y por eso es tan difícil recrear su esencia. Varios de los
escritores aquí reunidos lo han conseguido. Solo podemos celebrarlo.
El libro se abre con unas bonitas y sentidas
palabras de Robert Bloch, Introducción:
una carta abierta a H. P. Lovecraft, que de forma epistolar rememora la
última carta que escribiera al que entonces era su maestro en marzo de 1937,
poco antes de la muerte de este. El homenaje de Bloch nos recuerda las facetas
más conocidas de Lovecraft, tanto en lo concerniente a su escritura como a su
vida: sus solitarios paseos nocturnos, la convivencia con sus tías rota de
manera breve por su estancia en New York con su esposa, su poco éxito mientras
publicó en la revista pulp Weird Tales
que sin embargo supuso el germen de lo que con el tiempo sería todo un culto,
su labor de escritor fantasma… Y una conclusión más que certera: sabemos mucho
de Lovecraft por sus cartas y artículos, pero a la vez en gran medida su
existencia nos sigue pareciendo un misterio. Es increíble que con tanto
material sobre él y escrito por él su vida esté llena de lagunas y secretos que
no seremos capaces de desvelar del todo. En realidad, su leyenda no sería tan
fuerte si todo estuviera iluminado por una potente luz.
Bloch no parece tener gran cariño ni por
alguna obra de Otis Adelbert Kline ni por las de otros autores coetáneos a HPL
que triunfaban en Weird Tales
mientras que este seguía sumido en las sombras. Tampoco resultan de su agrado
las portadas que la maravillosa ilustradora Margaret Brundage realizaba para la
revista. Y aunque estas opiniones no podamos compartirlas del todo, sí desde
luego su colofón: el éxito que se le negaba a Lovecraft sonreía a escritores
que eran inferiores a él. La importancia de Cthulhu y los mitos a él ligados en
la literatura fantástica, toda la obra de Lovecraft, son incuestionables hoy.
Bloch así nos lo recuerda en esta carta escrita a su mentor con la esperanza de
que, esté donde esté, si acaso estuviera en algún lugar, pudiera leerla y saber
qué ha sido de su legado y de cómo este sigue vivo y con más fuerza que nunca.
«Bien, señor Lovecraft, vas a empezar tu
segundo siglo como maestro indiscutido de la literatura fantástica…, y puede
que en sí mismo eso sea una fantasía que jamás llegaste a imaginar.
Pero es una realidad más que merecida.» (Bloch,
p. 13)
Pero pasemos ya a los relatos. El primero de
ellos, Un secreto del corazón (A Secret of the Heart) de Mort Castle,
en estilo más pareciera rendir vasallaje a Edgar Allan Poe que a Lovecraft. En
cualquier caso el primero fue siempre reconocida influencia del segundo. Castle
nos trae a esta antología un gran cuento que lo es principalmente por su
urgente y angustiosa atmósfera, donde el mal y los dioses que lo reparten
resultan más atisbados que vistos de verdad. La inmortalidad tiene un precio y
al narrador por el momento le ha salido barata. Siempre que no cometa un error,
claro. Estremecedoras son las páginas en las que el protagonista, niño aún,
pierde la fe en Dios ante las clarividentes palabras de su padre o cuando
asiste a la aterradora consunción de su prima, también apenas una niña,
atrapada por oscuros efluvios del más allá. Como relato lovecraftiano resulta
un buen homenaje, pues más que recurrir a los habituales lugares comunes
utiliza tan solo algunos de ellos, en especial los concernientes a libros
antiquísimos que esconden saberes ancestrales y prohibidos entre sus páginas,
para ofrecernos algo distinto. No es una fotocopia enmohecida: es una historia
con sabor puro a Lovecraft sin necesidad de revolcarse en su legado. Esto es,
respetándolo.
En El
otro hombre (The Other Man), Ray
Garton nos narra una trama centrada en los viajes astrales con la aparición de
una criatura demoniaca que ni de lejos nos provoca el intenso terror que nos
hacían sentir las de Lovecraft. Deviene un chiste macabro sin chispa alguna que
no deja de ser curioso por el morro que le echa el autor pero que no funciona
lo más mínimo.
Y tras dos autores norteamericanos le toca el
turno a un inglés, Graham Masterton. Su Will
es un magnífico relato. Las excavaciones que están sacando a la luz el mítico
Teatro del Globo de Londres desentierran también a un Antiguo que dormitaba por
allí atrapado en el pasado por un escritor, quizá el más reconocido de todos
los tiempos, cuya fama se debe a un trato infernal con esta criatura. ¡Toma ya!
Me encanta. Libros, cartas y viejos manuscritos van revelando la verdad de unos
hechos increíbles que vencen a nuestra incredulidad con progresiva convicción.
El órdago de Masterton llega hasta el punto de apoyarse en textos del propio
Shakespeare para probar esta alianza maligna que llegó demasiado lejos. Este
delirante planteamiento está guiado con tanta seriedad y mano firme que
funciona sin provocarnos demasiadas dudas en su desarrollo, y eso que estira la
cuerda al límite. La habilidad de Masterton para en apenas unas líneas meternos
de lleno en la trama y mantenernos en ella sin opción a huir es sobresaliente.
El Gran
«C»
(Big «C») es obra de otro autor
británico, Brian Lumley. Inspirado en El
color que surgió del espacio (The
Color Out of Space, 1927) de Lovecraft, no he podido dejar de pensar, en atractiva
conexión, durante su lectura en la novela de Dino Buzzati El gran retrato (Il grande
ritratto, 1959) por más que hay diferencias evidentes. Es bonito dejarse
llevar por la idea de que exista cierta concomitancia imaginativa entre dos
escritores tan distintos, ¿no os parece?, si bien el referente claro de Lumley
es Lovecraft. El gran «C» resulta un
relato brutal y absorbente, un híbrido fantástico de ciencia ficción y terror
que desemboca en una pesadilla vívida propia de una alucinación lovecraftiana.
Este viaje al corazón del horror, y tal es así de manera literal, nos ha
encantado y atemorizado por igual: se siente su poder cósmico, se respira su
maldad, se comparte su desesperanza.
Vamos ahora con un pequeño bloque de cuentos
que a mi gusto suponen lo más flojo del libro junto al de Garton ya comentado. Feo (Ugly)
de Gary Brandner no deja de ser simpático pero se olvida nada más terminar. La
historia de Murray y su lagarto conservado en un molde de plástico, ambos
idénticos en su fealdad, ambos liberándose de sus cadenas para comenzar a
vivir, no nos lleva muy lejos. Más pobres aún nos han resultado El guardián del alma (Soul Keeper) de Joseph A. Citro y Los papeles de Helmut Hecker (From the Papers of Helmut Hecker) de
Chet Williamson. El primero se centra en un arrebato de locura mística que te
deja más helado que un balde lleno de los cubitos con los que se arropaba en su
bañera el protagonista del relato de Lovecraft Aire frío (Cool Air,
1926). Una tontuna narrada sin intensidad y sin convicción. En el segundo se
agradece un poco el toque de humor, con Lovecraft reencarnado en un gato,
animal al que adoraba: ¡nada pues más apropiado! Pero todo resulta burdo y
demasiado forzado en este relato precipitado y poco elegante.
Entre medias de estos pudimos disfrutar de La hoja y la zarpa (The Blade and the Claw) de Hugh B. Cave, un escritor británico
coetáneo de Lovecraft que publicó sin descanso en las más oscuras (por ende,
atractivas) publicaciones pulp de la época. Estamos aquí ante un intenso relato
de vudú, maldiciones y venganzas bien justificadas. Cave acierta sobre todo en
su ambientación y tratamiento veraz del vudú (veraz en el sentido en que lo
sentimos así al leerlo, que es lo que importa). Mezclar en el mismo saco a los
despiadados Tonton Macoutes con unos simpáticos gatitos puede resultar
chocante, pero Cave no pierde el rumbo y deja fluir su experiencia en
atemorizar y sorprender al personal.
Merifilia (Meryphillia) de Brian McNaughton es un
cuento en el que destaca de manera brillante el hermoso contraste, muy bien
narrado, entre el romántico espíritu de la joven Merifilia y su condición de
espeluznante gul. Puede desgarrar carne de cadáver para alimentarse sin perder
por ello un ápice de su romántica tristeza. El punto de vista adoptado por el
autor, el de Merifilia, hará que nos identifiquemos con ella, más aún para
quienes hemos sufrido sus mismas tristezas, melancolías y soledades resignadas.
Añadido esto siempre a ese rechazo que nos hace sentir como si fuéramos
monstruos a ojos de nuestro ser amado y, al final, también a los nuestros al
asimilar el dolor provocado como algo natural y justificado. Divertido, macabro
y algo gamberro, su combinación con un hálito romántico soñador y oscuro
engrandece este relato que parece pequeño, como su protagonista, pero que
oculta una sensibilidad tan profunda como la que alberga su corazón
antropófago. El tono socarrón también potencia esta veta romántica pues lo
acerca a nuestra sensibilidad actual partiendo de unos hechos ambientados en el
pasado en una tierra de nombres fantásticos. Como si todo este fruto de la
imaginación no tuviera otro camino que el de la verdad y la sinceridad de los
locos, evanescentes y algo tontorrones idilios adolescentes, pero a la vez toda
su inocencia y su desgarradora pasión.
El
Señor de la Tierra
(The Lord of the Land) de Gene Wolfe
es quizá uno de los más marcadamente lovecraftianos del libro en cuanto a
temática y ambientación, aunque tratándose de nuestro siempre admirado Wolfe no
puede faltar su toque raruno y dislocado, ese que tanto amamos. Los Estados
Unidos más rurales y recónditos representados por una extraña familia de
granjeros compondrán el escenario y los actores de este drama terrorífico, pero
pasando por el filtro contagioso del legendario y misterioso pasado egipcio con
sus deidades malignas.
H. P.
L.
de Gahan Wilson nos presenta al mismo Howard Phillips Lovecraft protagonizando
una historia que es un homenaje sincero y muy divertido a nuestro autor.
Longevidad extrema, una biblioteca de ensueño y la visita de los primigenios se
funden en un cóctel de lo más agradable de leer, y que cuenta además con el
coprotagonismo de un excelso Clark Ashton Smith haciendo de valet de Lovecraft.
Wilson realiza un retrato fantástico y entrañable de los dos escritores ante el
cual es imposible no sentir cariño.
Con El
orden de las cosas desconocidas (The
Order of Things Unknown) de Ed Gorman el nivel vuelve a descender aunque
sin causar daños graves. Este relato de un asesino en serie poseído por podéis
adivinar fácilmente quién no es de lo mejor de la recopilación, ya está dicho,
pero aun así es entretenido y casi supone un descanso dentro de un conjunto de
cuentos de un nivel excelente. ¡Alguno debía fallar! En la cuenta final, cuatro
de trece es un más que magnífico resultado. Este rollo de psicópatas con
descripciones de asesinatos de chicas en el que nos envuelve Gorman no es que
sea algo que me guste demasiado, pero el obligado toque lovecraftiano le
confiere cierta gracia.
Y para terminar un relato que ya había leído
en otra recopilación (Cthulhu 2000,
donde también se incluía H. P. L.) y
que confieso que me encanta: Los páramos
(The Barrens) de F. Paul Wilson. Me
gusta de manera especial su inicio, con esa forma tan medida y clásica de irnos
introduciendo en lo desconocido, aquí los desolados bosques de los Pinares de
los Páramos de Jersey. Su cumbre, a mi sensibilidad, se encuentra en el tramo
central, en el momento aterrador en el que la pareja protagonista se enfrenta
con las “luces” de los Pinares, un capítulo que Wilson ha ido anticipando y
preparando de manera magistral. Unas páginas de una intensidad terrorífica tan
potente que a partir de ahí, si bien mantiene el ritmo y la tensión, y sobre
todo el interés, su fuerza no vuelve a ser igualada. Es un relato que resulta
mucho más efectivo cuando aún no sabemos qué demonios está pasando que cuando
llega la hora de que lo sepamos. El misterio y la intriga potencian el horror:
nuestra imaginación se dispara y la resolución acaba defraudando un poco. Pero
dejando aparte su desenlace, que tampoco está mal, su desarrollo atrapa de forma
tan arrebatadora que esto termina por darnos igual. Un excelente cuento al que
quizá la falta de “nombre” de su autor mantiene en la sombra, pero que sin duda
podemos contarlo entre lo mejor de este El
legado de Lovecraft.
Todos los relatos incluyen un “Posfacio”
donde los diferentes autores escriben sobre su herencia lovecraftiana, su
experiencia como lectores de Lovecraft o un agradecimiento por su obra. De
forma independiente de que su estilo pueda verse marcado por el homenajeado, el
escribir cuentos de terror se lo deben casi todos a él. Solo podemos añadir que
esta compilación dirigida por Robert E. Weinberg y Martin H. Greenberg nos ha
encantado y os animamos a que no dejéis de buscarla entre los montones de
libros de saldo o de segunda mano. Como le corresponde, no es un mal lugar para
él alojarse entre las mugrientas estanterías de una librería de viejo o entre
las pilas olvidadas de cualquier mercadillo. Buscarlo y encontrarlo allí donde
nadie se detendría a hacerlo es un placer añadido.
WEINBERG, Robert E.; GREENBERG, Martin H
(sel.). El legado de Lovecraft. Traducción de Albert Solé; introducción de
Robert Bloch. Barcelona: Martínez Roca, 1991. 333 p. Gran Súper Terror. ISBN
84-270-1557-7.