lunes, noviembre 30, 2015

EAM # 58-61: Doctor Who



Todos los Doctores y todos los Amos (Masters).


Jessica Rayne es la productora Verity Lambert en
An Adventure in Space and Time.

Ya sabéis, y si no es así os lo cuento ahora mismo, que Doctor Who es mi serie favorita. Ya sé que no es la mejor, pero eso no me puede importar menos. Esta serie que se emite en horario infantil, algo que sus detractores suelen olvidar con facilidad, es la que más amo, con esa pasión que solo los fans pueden sentir, esto es, por encima del bien y del mal. De hecho es la única de la que me considero fan en el sentido tradicional, pues ni lo soy de Star Wars, ni de Star Trek ni de otras que sí generan estas adhesiones tremebundas. Todo no es sino cuestión de, como escribió Goethe, afinidades electivas, dónde se instala el corazón de cada cual, y el mío está claro dónde vive en lo que a gustos catódicos se refiere. Para la página web de cine El antepenúltimo mohicano escribí una serie de artículos que ahora rescato aquí por si hay alguien a quien le apetezca leerlos. No tuvieron demasiada aceptación, la verdad, pero eso es algo habitual con mis artículos en general para EAM. Esto no hace sino que les tenga más cariño aún y me sienta profundamente orgulloso de ellos, algo que tampoco suele ser lo habitual. 


John Hurt es el más misterioso de los Doctores.

En noviembre de 2013 se cumplió el 50 aniversario de nuestra serie, fecha que dio lugar a multitud de eventos y celebraciones. Dimos cuenta de dos de ellas: de An Adventure in Space and Time (Terry McDonough, 2013), una película para televisión contando la génesis de este serial incombustible (AQUÍ), y de un episodio especial para la ocasión, el magnífico The Day of the Doctor (Nick Hurran, 2013) protagonizado por un espectacular John Hurt (AQUÍ).  


Carey Mulligan es Sally Sparrow en Blink,
ciencia ficción gótica en Doctor Who.


También me animé a realizar una selección de los mejores episodios de la serie en su nueva etapa (esto es, contando desde su renacimiento en el año 2005), y viendo la lista hoy me alegra comprobar que no cambiaría ni uno de ellos por cualquier otro. Hay muchos que me gustan igual que estos, pero ninguno más que estos. AQUÍ.  


An Unearthly Child, 1963, primer episodio de Doctor Who.

Por último, un cuarto artículo dedicado a la histórica primera temporada de la serie que se emitió en directo entre los años 1963 y 1964. Puedes leerlo AQUÍ. Y esto sería todo. Aunque este último se suponía que iba a ser la primera de una serie de entregas que... Bueno, quizás vaya llegando ya el momento de retomar esta idea. Veremos qué nos permite hacer el Tiempo. 

lunes, noviembre 23, 2015

¿Pero qué diablos era eso del “terror actual”? Por ejemplo: Las mejores historias de terror, volumen III (1979)



Cuando era niño y me iniciaba en la lectura de cuentos fantásticos, tiempos en los que las adscripciones genéricas no eran tan determinantes como ahora, allá entonces cuando todas las etiquetas eran absorbidas por el siempre más elegante y aglutinador de “literatura fantástica”, aquellos libros que prometían historias de “terror actual” me daban un repelús fuera de lo normal. ¿Cómo que terror actual? Pero si lo que molaba eran las catacumbas, las iglesias abandonadas, las ruinas, los fantasmas ensabanados y los esqueletos retozones. Cuanto más antiguo, todo era mejor. No dejaba de resultar chocante que por mucha modernidad que prometieran en sus coloridas portadas sus protagonistas eran los de siempre: vampiros, hombres lobo, brujas, zombies, practicantes de vudú y artes mágicas y arcanas, Cthulhus de todos los colores… En fin, lo que variaba era que salían pisos modernos y coches, televisores y demás aparatajes y decorados que cambiaban el telón pero muy poco de la obra. También empezaron a salir psicópatas asesinos, que dentro de la gama terrorífica para elegir siempre me han parecido los más aburridos porque rozan más la sociología que lo netamente sobrenatural. La editorial Martínez Roca con sus dos colecciones Súper Terror y Gran Súper Terror era el paladín de esta nueva forma de enfrentarse al género a la hora de venderlo, porque en su corazón anidaba lo de siempre vestido con ropajes de gran centro comercial. No me importa confesarlo y confío en que mis palabras sean leídas sin rechazo y sin rencor: era un niño y detestaba todas estas cosas nuevas.


De adolescente la cosa fue a peor, claro, que para algo se pasa por esa edad: para oponerse a todo y refugiarse en lo que nadie quiere, porque uno se ve a sí mismo como alguien a quien nadie quiere. Pero el tiempo ha pasado y ahora que soy un medio anciano con poco camino por recorrer como siga fumando estas cosas antaño “nuevas” pues resulta que son viejas también. Y no puedo evitar mirarlas con un cariño infinito. Esto me ha llevado a que poco a poco vaya leyendo los treinta libros que compusieron la colección Súper Terror de la mentada editorial Martínez Roca. Ya escribí reseñas de un par de ellos: Fiebre de sangre de Shelley Hyde y Miss Finney mata de vez en cuando de Al Dempsey. No lo hice de la mediocre y aburridísima Nómadas (Nomads, 1984) de Chelsea Quinn Yarbro ni de la anodina El susurro de la medianoche (The Sound of Midnight, 1978) de Charles L. Grant porque apenas se me ocurrió nada que decir salvo mantener un denso silencio tras su lectura. También porque me cansa escribir sobre cosas que no me gustan: es mucho más gratificante y divertido hacerlo sobre aquello que nos apasiona. Esto trajo consigo que mi idea original de comentar todos los libros de la colección en el blog se fuera al garete. Pero sí intentaré reseñar todos aquellos en los que encuentre algo que me guste (y de los que tengo, que todavía me faltan bastantes para completar la colección). Así ha sucedido con este Las mejores historias de terror III, una selección de relatos de la antología Nightmares de 1979, una compilación realizada por el mencionado escritor Charles L. Grant. Es un libro irregular, claro está, como no suele ser extraño en este tipo de obras, pero incluye un relato sensacional y un par de ellos muy buenos, por lo que ya tenemos golosinas para comenzar.


Aunque habrá que esperar, pues el libro se abre con un par de relatos que justifican con creces los peores temores. Impulsos desconocidos (Unknown Drives) está escrito por el hijo del gran Richard Matheson, Richard Christian Matheson, y al menos en esta ocasión demuestra estar a años luz de su padre. Una historia de horror en la carretera previsible y facilona que ni la supuesta sorpresa divertida y macabra del final ayuda a hacerla mínimamente simpática. Igual de desatinados se muestran J. C. Green y Geo W. Proctor en La noche de los piasa (The Night of the Piasa), que buscan en sus propias raíces, en su tierra natal, una trama no solo original sino que dé valor a su propuesta y la justifique. Ya sabéis: tirar del terruño para que parezca algo necesario. Pero en este caso y en cualquier otro, es la mano del escritor la que nos guía y construye y la que nos hace creer, no la temática escogida. Estos dos autores texanos beben de las raíces nativas de los indios americanos, de sus posibles ancestros, pero esto ni da profundidad ni credibilidad a una insustancial historia de teriomorfos. Aburrimiento a mansalva en estos acercamientos al “terror actual” que devienen más viejos que el más recóndito relato gótico. Pero no todo va a ser mala suerte, y el tercero ya es otra cosa. Ray Russell, el autor de los excelentes Sardonicus (1960) y Sanguinarius (1962), nos traslada en Los amantes fugitivos (The Runaway Lovers, 1967) a un pasado cruel donde reyes, nobles, reinas y trovadores no tienen nada que envidiar de los protagonistas de la celebérrima Juego de tronos (Game of Thrones, tanto da la novela que la serie de televisión), solo que con sentido del humor. Despiadado e irónico, sin que tampoco uno quede impactado por su lectura introduce al menos un poco de diversión a la tremenda en un libro que se había iniciado en un mortecino tono gris.     


Como si el relato de Russell fuera una premonición o supusiera una introducción suculenta, justo a continuación nos encontramos con los dos cuentos más brillantes, sin duda mis favoritos, de esta antología. El tronco del pescador (Fisherman’s Log) de Peter D. Pautz es una narración de densa y ominosa atmósfera donde una tranquila tarde de pesca ve rota su paz por lo extraño y lo inconcebible. Los dos niños protagonistas verán alterada su felicidad casi idílica por la irrupción de un ser de pesadilla que nos hará pensar en esos monstruos que pueblan nuestros peores sueños: la infancia invadida por el terror ancestral que acecha siempre alerta y dispuesto a turbar nuestra paz. Pautz nos traslada a la perfección a un mundo donde los temores infantiles se adueñan de la realidad y les da vida en un entorno luminoso y alegre como es la ribera de un río en un día estival, pero que también es la niñez de los protagonistas despedazada con brutalidad. Pautz hace explícito que los ritos de madurez implican la muerte de la inocencia. No puedo dejar de decir adiós (I Can’t Help Saying Goodbye, publicado originalmente en la revista Ellery’s Queen Mystery Magazine en su número de mayo de 1978) de Ann Mackenzie va aún más lejos en su reflejo de una infancia atravesada por el horror, o quizá mejor sería decir cómo la infancia es consustancial a él y lo lleva consigo. El entrecortado e inocente relato en primera persona de una niña de nueve años es sin duda el más estremecedor de esta recopilación. Mackenzie pone voz con maestría a esta niña que sin pretenderlo, apenas sin ser consciente de ello, lleva la muerte allá donde va. O quizá sea tan solo que puede anticiparla… En cualquiera de los dos casos, un cuento cuya mirada cargada de candidez multiplica la extrañeza con la que la autora nos obliga a mirar y a escuchar a esta sorprendente niña prodigio que nunca te llevarías a tu casa aunque sí al trabajo, claro, que allí sí que nos vendría bien. Todo en él es tan encantador como terrible, y como he indicado a mi gusto supone la pequeña joya de esta antología.    


Ramsey Campbell es un autor consagrado en esto del terror actual, pero por más que lo intento no hay manera de que me guste algún relato suyo. El vagabundo de medianoche (Midnight Hobo) es de una apatía tal que es imposible evitar que se contagie a su lectura y que aburra hasta lo indecible pese a su brevedad. No interesa la trama, una criatura que se oculta en un túnel a la espera de sus víctimas, ni su protagonista, un locutor de radio un tanto plasta, ni el estilo mortecino y pretencioso de Campbell. Cómo la cercanía de esta tontuela criatura que no produce el más mínimo espanto al lector afecta al protagonista, al que parece que sí atemoriza con su presencia, en su trabajo podría haber logrado funcionar en otras manos, quien sabe, si se le hubiera prestado un tono más angustioso. Pero esas peleas laborales en las que un trepa recién llegado hace la competencia al prota, el empleado de toda la vida amenazado por el nuevo como lugar común retrillado por Campbell, deviene una historia descafeinada contada sin el más mínimo espíritu, sin alma. Solo queremos terminar cuanto antes y pasar a cualquier otra cosa. Hasta me lo leí dos veces por ver si acaso era culpa mía no poder entrar en la narración. Sí, así puedo llegar a ser de ingenuo. Serpientes y tortugas (Snakes and Snails) de Jack Hadelman II va de vampiros en los pantanos sureños de los Estados Unidos. Así puede que hasta os suene bien, pero se queda a medio camino de todo. Otra lástima. Peor todavía me resultó Nápoles (Naples, publicado por primera vez en la antología Shadows en 1978) de Avram Davidson, del que lo único que se me ocurre decir es que en el libro su nombre aparece como Avran. Lo olvidé casi antes de haber terminado de leerlo. De nuevo lo actual estaba más muerto que una piedra. Menos mal que el final me reservaba si no ninguna sorpresa especial sí al menos un poco de diversión. Al viejo estilo, eso sí.


Portada: Ronald Walotsky. 

Lo mató con un palo (He Kilt It with a Stick, publicado por primera vez en The Magazine of Fantasy and Science Fiction en febrero de 1968) de William F. Nolan es un relato divertido protagonizado por un obsesivo y enfermo asesino compulsivo de gatos. Y en la postrera venganza de estos. No es ninguna maravilla, vale, pero es que con un título así solo podía recibir de nosotros nuestra mayor simpatía. Nolan es también el autor de La fuga de Logan (Logan’s Run, 1976) junto a George Clayton Johnson y de las dos continuaciones de esta en solitario. Y llegamos al fin con La criatura (The Ghouls, 1975) de R. Chetwynd-Hayes, otro relato en tono medio de broma sobre zombies modernos utilizados como mano de obra barata en nuestro mundo “actual”. Podría haber resultado una incendiaria salva contra el sistema capitalista que nos explota y nos exprime, pero no va más allá de la anécdota macabra. No pasa nada porque así sea, pero su carencia absoluta de la más mínima densidad y fuerza no ayudan a hacerlo perdurable en nuestra memoria. Charles L. Grant., el antologuista de este libro, nos prometía en su introducción que aquí íbamos a encontrar a los maestros de este terror actual que huye de lo viejo. Y lo cierto es que solo hemos encontrado historias viejas vestidas con ropajes modernos: pocas cosas hay que den más penilla. Pero nos quedamos con esos relatos que sí nos han gustado y que si bien no marcan ningún camino nuevo ni abren nuevas vías al relato de horror sí que nos han estremecido y apasionado hasta conmovernos. Al final no importa el tiempo: importan las sensaciones que perdurarán en él.


GRANT, Charles L. (comp.). Las mejores historias de terror III. Selección e introducción de Charles L. Grant; traducción de Hernán Sabaté; ilustración de cubierta de Salinas Blanch. Barcelona: Martínez Roca, 1984. 159 p. Súper Terror; 7. ISBN 84-270-0847-3.   

lunes, noviembre 16, 2015

El legado de Lovecraft (1990)



El legado de Lovecraft (Lovecraft’s Legacy, 1990) es un libro que nació bajo la excusa de que se cumplía el centenario del nacimiento del escritor Howard Phillips Lovecraft. Tan buena o tan feble como cualquier otra, pero que a nosotros nos vale y nos sobra. Más aun teniendo en cuenta la excelente calidad de los cuentos que lo forman, que si bien en muchos casos se alejan de lo que sería una influencia directa o evidente del homenajeado, es cierto que en todo momento se explica que este “legado” consiste sobre todo en una forma moderna de ver el relato de terror más que en meter a Cthulhu a piñón en los textos, más en una actitud a la hora de afrontar las historias y buscando un realismo y una verosimilitud donde enmarcar lo fantástico alejándose de los viejos (no por ello menos amados) goticismos. Deudores de su revolucionaria adscripción al género más que de sus temáticas, por más que de maneras subrepticias por algún lado se atreven a mostrar sus tentáculos primigenios. En fin, pocas alusiones directas a los famosos dioses míticos creados por Lovecraft encontraremos aquí, lo cual se agradece pues en ocasiones resulta cansino el leer historias que copian su temática pero que se ven impotentes de hacernos sentir el más mínimo escalofrío o esa agobiante y desesperante sensación de perdición y malignidad suprema que emana de sus mejores relatos. Y es que Lovecraft no se aparece solo porque escribamos Cthulhu ni por mucho que repitamos el nombre del mayor de los antiguos tres veces ante un espejo. Los cuentos de Lovecraft poseen una atmósfera única, enfermiza y surreal, y por eso es tan difícil recrear su esencia. Varios de los escritores aquí reunidos lo han conseguido. Solo podemos celebrarlo. 

El libro se abre con unas bonitas y sentidas palabras de Robert Bloch, Introducción: una carta abierta a H. P. Lovecraft, que de forma epistolar rememora la última carta que escribiera al que entonces era su maestro en marzo de 1937, poco antes de la muerte de este. El homenaje de Bloch nos recuerda las facetas más conocidas de Lovecraft, tanto en lo concerniente a su escritura como a su vida: sus solitarios paseos nocturnos, la convivencia con sus tías rota de manera breve por su estancia en New York con su esposa, su poco éxito mientras publicó en la revista pulp Weird Tales que sin embargo supuso el germen de lo que con el tiempo sería todo un culto, su labor de escritor fantasma… Y una conclusión más que certera: sabemos mucho de Lovecraft por sus cartas y artículos, pero a la vez en gran medida su existencia nos sigue pareciendo un misterio. Es increíble que con tanto material sobre él y escrito por él su vida esté llena de lagunas y secretos que no seremos capaces de desvelar del todo. En realidad, su leyenda no sería tan fuerte si todo estuviera iluminado por una potente luz.

Bloch no parece tener gran cariño ni por alguna obra de Otis Adelbert Kline ni por las de otros autores coetáneos a HPL que triunfaban en Weird Tales mientras que este seguía sumido en las sombras. Tampoco resultan de su agrado las portadas que la maravillosa ilustradora Margaret Brundage realizaba para la revista. Y aunque estas opiniones no podamos compartirlas del todo, sí desde luego su colofón: el éxito que se le negaba a Lovecraft sonreía a escritores que eran inferiores a él. La importancia de Cthulhu y los mitos a él ligados en la literatura fantástica, toda la obra de Lovecraft, son incuestionables hoy. Bloch así nos lo recuerda en esta carta escrita a su mentor con la esperanza de que, esté donde esté, si acaso estuviera en algún lugar, pudiera leerla y saber qué ha sido de su legado y de cómo este sigue vivo y con más fuerza que nunca.

«Bien, señor Lovecraft, vas a empezar tu segundo siglo como maestro indiscutido de la literatura fantástica…, y puede que en sí mismo eso sea una fantasía que jamás llegaste a imaginar.

Pero es una realidad más que merecida.» (Bloch, p. 13)

Pero pasemos ya a los relatos. El primero de ellos, Un secreto del corazón (A Secret of the Heart) de Mort Castle, en estilo más pareciera rendir vasallaje a Edgar Allan Poe que a Lovecraft. En cualquier caso el primero fue siempre reconocida influencia del segundo. Castle nos trae a esta antología un gran cuento que lo es principalmente por su urgente y angustiosa atmósfera, donde el mal y los dioses que lo reparten resultan más atisbados que vistos de verdad. La inmortalidad tiene un precio y al narrador por el momento le ha salido barata. Siempre que no cometa un error, claro. Estremecedoras son las páginas en las que el protagonista, niño aún, pierde la fe en Dios ante las clarividentes palabras de su padre o cuando asiste a la aterradora consunción de su prima, también apenas una niña, atrapada por oscuros efluvios del más allá. Como relato lovecraftiano resulta un buen homenaje, pues más que recurrir a los habituales lugares comunes utiliza tan solo algunos de ellos, en especial los concernientes a libros antiquísimos que esconden saberes ancestrales y prohibidos entre sus páginas, para ofrecernos algo distinto. No es una fotocopia enmohecida: es una historia con sabor puro a Lovecraft sin necesidad de revolcarse en su legado. Esto es, respetándolo.

En El otro hombre (The Other Man), Ray Garton nos narra una trama centrada en los viajes astrales con la aparición de una criatura demoniaca que ni de lejos nos provoca el intenso terror que nos hacían sentir las de Lovecraft. Deviene un chiste macabro sin chispa alguna que no deja de ser curioso por el morro que le echa el autor pero que no funciona lo más mínimo.

Y tras dos autores norteamericanos le toca el turno a un inglés, Graham Masterton. Su Will es un magnífico relato. Las excavaciones que están sacando a la luz el mítico Teatro del Globo de Londres desentierran también a un Antiguo que dormitaba por allí atrapado en el pasado por un escritor, quizá el más reconocido de todos los tiempos, cuya fama se debe a un trato infernal con esta criatura. ¡Toma ya! Me encanta. Libros, cartas y viejos manuscritos van revelando la verdad de unos hechos increíbles que vencen a nuestra incredulidad con progresiva convicción. El órdago de Masterton llega hasta el punto de apoyarse en textos del propio Shakespeare para probar esta alianza maligna que llegó demasiado lejos. Este delirante planteamiento está guiado con tanta seriedad y mano firme que funciona sin provocarnos demasiadas dudas en su desarrollo, y eso que estira la cuerda al límite. La habilidad de Masterton para en apenas unas líneas meternos de lleno en la trama y mantenernos en ella sin opción a huir es sobresaliente.

El Gran «C» (Big «C») es obra de otro autor británico, Brian Lumley. Inspirado en El color que surgió del espacio (The Color Out of Space, 1927) de Lovecraft, no he podido dejar de pensar, en atractiva conexión, durante su lectura en la novela de Dino Buzzati El gran retrato (Il grande ritratto, 1959) por más que hay diferencias evidentes. Es bonito dejarse llevar por la idea de que exista cierta concomitancia imaginativa entre dos escritores tan distintos, ¿no os parece?, si bien el referente claro de Lumley es Lovecraft. El gran «C» resulta un relato brutal y absorbente, un híbrido fantástico de ciencia ficción y terror que desemboca en una pesadilla vívida propia de una alucinación lovecraftiana. Este viaje al corazón del horror, y tal es así de manera literal, nos ha encantado y atemorizado por igual: se siente su poder cósmico, se respira su maldad, se comparte su desesperanza.

Vamos ahora con un pequeño bloque de cuentos que a mi gusto suponen lo más flojo del libro junto al de Garton ya comentado. Feo (Ugly) de Gary Brandner no deja de ser simpático pero se olvida nada más terminar. La historia de Murray y su lagarto conservado en un molde de plástico, ambos idénticos en su fealdad, ambos liberándose de sus cadenas para comenzar a vivir, no nos lleva muy lejos. Más pobres aún nos han resultado El guardián del alma (Soul Keeper) de Joseph A. Citro y Los papeles de Helmut Hecker (From the Papers of Helmut Hecker) de Chet Williamson. El primero se centra en un arrebato de locura mística que te deja más helado que un balde lleno de los cubitos con los que se arropaba en su bañera el protagonista del relato de Lovecraft Aire frío (Cool Air, 1926). Una tontuna narrada sin intensidad y sin convicción. En el segundo se agradece un poco el toque de humor, con Lovecraft reencarnado en un gato, animal al que adoraba: ¡nada pues más apropiado! Pero todo resulta burdo y demasiado forzado en este relato precipitado y poco elegante.


Entre medias de estos pudimos disfrutar de La hoja y la zarpa (The Blade and the Claw) de Hugh B. Cave, un escritor británico coetáneo de Lovecraft que publicó sin descanso en las más oscuras (por ende, atractivas) publicaciones pulp de la época. Estamos aquí ante un intenso relato de vudú, maldiciones y venganzas bien justificadas. Cave acierta sobre todo en su ambientación y tratamiento veraz del vudú (veraz en el sentido en que lo sentimos así al leerlo, que es lo que importa). Mezclar en el mismo saco a los despiadados Tonton Macoutes con unos simpáticos gatitos puede resultar chocante, pero Cave no pierde el rumbo y deja fluir su experiencia en atemorizar y sorprender al personal.

Merifilia (Meryphillia) de Brian McNaughton es un cuento en el que destaca de manera brillante el hermoso contraste, muy bien narrado, entre el romántico espíritu de la joven Merifilia y su condición de espeluznante gul. Puede desgarrar carne de cadáver para alimentarse sin perder por ello un ápice de su romántica tristeza. El punto de vista adoptado por el autor, el de Merifilia, hará que nos identifiquemos con ella, más aún para quienes hemos sufrido sus mismas tristezas, melancolías y soledades resignadas. Añadido esto siempre a ese rechazo que nos hace sentir como si fuéramos monstruos a ojos de nuestro ser amado y, al final, también a los nuestros al asimilar el dolor provocado como algo natural y justificado. Divertido, macabro y algo gamberro, su combinación con un hálito romántico soñador y oscuro engrandece este relato que parece pequeño, como su protagonista, pero que oculta una sensibilidad tan profunda como la que alberga su corazón antropófago. El tono socarrón también potencia esta veta romántica pues lo acerca a nuestra sensibilidad actual partiendo de unos hechos ambientados en el pasado en una tierra de nombres fantásticos. Como si todo este fruto de la imaginación no tuviera otro camino que el de la verdad y la sinceridad de los locos, evanescentes y algo tontorrones idilios adolescentes, pero a la vez toda su inocencia y su desgarradora pasión.

El Señor de la Tierra (The Lord of the Land) de Gene Wolfe es quizá uno de los más marcadamente lovecraftianos del libro en cuanto a temática y ambientación, aunque tratándose de nuestro siempre admirado Wolfe no puede faltar su toque raruno y dislocado, ese que tanto amamos. Los Estados Unidos más rurales y recónditos representados por una extraña familia de granjeros compondrán el escenario y los actores de este drama terrorífico, pero pasando por el filtro contagioso del legendario y misterioso pasado egipcio con sus deidades malignas.

H. P. L. de Gahan Wilson nos presenta al mismo Howard Phillips Lovecraft protagonizando una historia que es un homenaje sincero y muy divertido a nuestro autor. Longevidad extrema, una biblioteca de ensueño y la visita de los primigenios se funden en un cóctel de lo más agradable de leer, y que cuenta además con el coprotagonismo de un excelso Clark Ashton Smith haciendo de valet de Lovecraft. Wilson realiza un retrato fantástico y entrañable de los dos escritores ante el cual es imposible no sentir cariño.

Con El orden de las cosas desconocidas (The Order of Things Unknown) de Ed Gorman el nivel vuelve a descender aunque sin causar daños graves. Este relato de un asesino en serie poseído por podéis adivinar fácilmente quién no es de lo mejor de la recopilación, ya está dicho, pero aun así es entretenido y casi supone un descanso dentro de un conjunto de cuentos de un nivel excelente. ¡Alguno debía fallar! En la cuenta final, cuatro de trece es un más que magnífico resultado. Este rollo de psicópatas con descripciones de asesinatos de chicas en el que nos envuelve Gorman no es que sea algo que me guste demasiado, pero el obligado toque lovecraftiano le confiere cierta gracia.

Y para terminar un relato que ya había leído en otra recopilación (Cthulhu 2000, donde también se incluía H. P. L.) y que confieso que me encanta: Los páramos (The Barrens) de F. Paul Wilson. Me gusta de manera especial su inicio, con esa forma tan medida y clásica de irnos introduciendo en lo desconocido, aquí los desolados bosques de los Pinares de los Páramos de Jersey. Su cumbre, a mi sensibilidad, se encuentra en el tramo central, en el momento aterrador en el que la pareja protagonista se enfrenta con las “luces” de los Pinares, un capítulo que Wilson ha ido anticipando y preparando de manera magistral. Unas páginas de una intensidad terrorífica tan potente que a partir de ahí, si bien mantiene el ritmo y la tensión, y sobre todo el interés, su fuerza no vuelve a ser igualada. Es un relato que resulta mucho más efectivo cuando aún no sabemos qué demonios está pasando que cuando llega la hora de que lo sepamos. El misterio y la intriga potencian el horror: nuestra imaginación se dispara y la resolución acaba defraudando un poco. Pero dejando aparte su desenlace, que tampoco está mal, su desarrollo atrapa de forma tan arrebatadora que esto termina por darnos igual. Un excelente cuento al que quizá la falta de “nombre” de su autor mantiene en la sombra, pero que sin duda podemos contarlo entre lo mejor de este El legado de Lovecraft.    

Todos los relatos incluyen un “Posfacio” donde los diferentes autores escriben sobre su herencia lovecraftiana, su experiencia como lectores de Lovecraft o un agradecimiento por su obra. De forma independiente de que su estilo pueda verse marcado por el homenajeado, el escribir cuentos de terror se lo deben casi todos a él. Solo podemos añadir que esta compilación dirigida por Robert E. Weinberg y Martin H. Greenberg nos ha encantado y os animamos a que no dejéis de buscarla entre los montones de libros de saldo o de segunda mano. Como le corresponde, no es un mal lugar para él alojarse entre las mugrientas estanterías de una librería de viejo o entre las pilas olvidadas de cualquier mercadillo. Buscarlo y encontrarlo allí donde nadie se detendría a hacerlo es un placer añadido.


WEINBERG, Robert E.; GREENBERG, Martin H (sel.). El legado de Lovecraft. Traducción de Albert Solé; introducción de Robert Bloch. Barcelona: Martínez Roca, 1991. 333 p. Gran Súper Terror. ISBN 84-270-1557-7.