El mito del Holandés
Errante, el marinero condenado a navegar sin fin en su barco maldito sin poder
jamás arribar a tierra entre tormentas y galernas infernales, llevando la mala
suerte a todo barco que se cruza con el suyo, tal vez tenga su origen en la del
Judío Errante, el judío que negó agua a Cristo en su camino a la crucifixión y
que por ello fue condenado a vagar eternamente sin hallar descanso. Aunque la
segunda tiene un claro origen antisemita, la primera tomaría de esta la idea del
eterno vagar, si bien su carácter fantasmal y de malos augurios asientan bien
con las supersticiones marineras y lo distancian del judío.
William Clark Russell
(1844-1911) fue un marinero que tras ocho años (desde los catorce de edad) de
vida en el mar decide dedicarse a la literatura. Y lo consigue con éxito
gracias a sus vibrantes narraciones de aventuras marinas, de gran tradición en
la segunda mitad del siglo XIX. El Barco
de la Muerte (The Death Ship,
1888) es la primera de ellas que se publica en español. En ella, Russell une al
relato de aventuras la narración de terror en su sentido más gótico, logrando
una novela densa, hermosa y emocionante pero que pondrá de los nervios a
aquellos lectores flojos que se asusten ante más de un párrafo de descripciones.
Porque aquí, como en toda buena novela decimonónica, los hay a mansalva (jeje,
estuve a punto de escribir “a mares”).
“Si
hay espíritus en la tierra, ¿por qué no en el mar?” (p. 28)
Ni conocía a este autor
hasta que vi que la editorial Valdemar lo editaba en su colección Gótica, pero
fue leer que se trataba de una novela de aventuras de terror en el mar y salí
disparado para la librería a comprarlo (si le pusiera el mismo interés y ganas
a “las cosas de la vida” qué bien me iría todo, amigos…). No nos engañemos: se
nota que Russell es ante todo un escritor de aventuras, su narración es
luminosa y feliz, lejos del tono fúnebre que un autor más acostumbrado a las
historias de terror habría impuesto desde el principio: se siente el amor del
autor por el mar y la vida del marinero a través de sus hermosas y prolijas
descripciones. El esplendente océano, los barcos como catedrales surcando las
olas, el cielo abatiéndose sobre las aguas…
Antes de seguir, me gustaría
indicar que no hay nada que temer sobre lo que pueda adelantar o desvelar del
relato en este comentario, pues los mismos títulos de los capítulos, tan a la
manera habitual en la novela del XIX, descubren qué se nos va a narrar a
continuación. Lo importante o fundamental no era la sorpresa o los hechos, que
no es que fueran ni banales ni intrascendentes, sino que su principal valor
estaba en cómo nos eran narrados esos hechos. Además, lo que yo voy a contar es
una basurilla comparado con el estilo de Russell, así que consideradlo un breve
adelanto al disfrute máximo que os espera si os atrevéis a leerla.
“El
tiempo se anegó en la eternidad con el castigo que le fue impuesto.” (p. 109)
Así la historia comienza
narrando en primera persona cómo el joven Geoffrey Fenton embarca como oficial
de segunda en el Saracen. Tienen un
primer encuentro con un barco también inglés, el bergantín Lovely Nancy, cuya tripulación dice haberse topado con el barco
fantasma, el barco del Holandés Errante, y haber huido de él a toda la
velocidad que le han permitido sus velas y el viento. Este encuentro obsesiona
al capitán del Saracen, pues aquellos
que se cruzan con el navío fantasmal llevan la mala suerte a todos los barcos
con los que se cruzan, y desde ese momento vive temeroso de sufrir la fúnebre visión
del llamado Barco de la Muerte.
Penetran en aguas holandesas
(bajo dominio holandés) de camino a bordear el Cabo de Buena Esperanza y los
localiza un navío de esa nacionalidad que los persigue para hundirlos. La
persecución es apasionante, entremezclándose el temor por ser alcanzados con
las apabullantes por su belleza descripciones del inmenso navío holandés, su
avance cortando las olas, el sol deslumbrante brillando en su velamen. En los
momentos de mayor peligro el autor nunca abandona el amor apasionado por las
maravillas del mar y los barcos que lo surcan. ¡Su pasión es contagiosa!
Tras el comentado encuentro
con la Lovely Nancy, el pesar se
apodera del capitán del Saracen y
poco a poco de toda la tripulación, vencida por la superstición: si uno se topa
con un navío que ha visto al Holandés, acabará viéndolo también. La mala suerte
se transmite como un mal contagioso y antes de terminar su travesía los
marineros del Saracen tendrán ante sí
al barco espectral alzándose entre las brumas de una tormenta infernal.
El relato se va llenando de
funestos augurios y sucesos luctuosos hasta que el Saracen se cruza en la noche con el buque fantasma. ¡Ay, si ya lo
estaba avisando el atemorizado capitán! Russell narra este encuentro espectral
con una fuerza arrolladora: todo es negrura y premonición hasta que el barco va
tomando forma ante los ojos aterrados de los marineros. El paso de temer el
acercamiento de un navío holandés enemigo hasta descubrir que es otro navío
holandés aún más temido que uno de guerra es emocionante y encoge el corazón.
Debido a un fatal accidente,
el joven Fenton cae al mar y es recogido por la chalupa del barco fantasma, un
bote con el que pretendían abordar al Saracen
para… ¡pedir tabaco! Los hombres asustados han disparado sobre el bote,
provocando la ira del capitán Vanderdecken, nuestro holandés espectral, ante
tal acto de cobardía. Porque el gran drama del buque fantasma es que su
tripulación ignora su estado de muerte en vida: piensan que solo llevan un año
en el mar… ¡cuando en realidad han pasado ciento cuarenta y tres años desde que
partieron de sus casas! Viven así con la ilusión constantemente renovada de que
lograrán volver algún día.
Pero el joven Fenton no es
el único tripulante recogido por el barco fantasma, el Braave, en su travesía: la hermosa joven Imogene Dudley fue
rescatada a su vez hace cinco años de un bote a la deriva tras el desastre que
hundió el barco en el cual navegaba. Enseguida entabla amistad con Fenton, que
queda arrebatado por su belleza. Bueno, y por encontrar a alguien con vida en
un barco tripulado por cadáveres. Imogene le contará a Fenton sobre el barco y
sus hombres, cómo están atrapados en un bucle temporal que los hace creer que
llevan solo un año en el mar. Es una extraña condena por esperanza, pues los
que la sufren olvidan su castigo, no son conscientes de su penar.
Fenton, condenado con ellos,
decide documentarse lo mejor posible acerca del mítico barco con la idea de que
si logra escapar podrá contar con todo detalle cómo es la vida cotidiana en él.
Se crea así una curiosa mezcla en el relato de historia sobrenatural con tono
documental que no deja en ningún instante de resultar tan curiosa como
interesante: maldita sea, parece que el mismo Russell hiciera la aburrida
travesía en compañía tal y no hubiera tenido otra manera de pasar el tiempo. En
su afán por documentar tan alucinante viaje, Fenton narra con fruición, aparte
de todas las horas del día a día de la tripulación, el abordaje de un barco
semihundido que supone un pecio repleto de víveres para los marineros del navío
fantasma. La maldición es más atroz porque estos espectros necesitan
alimentarse, ansían de manera vehemente tabaco para fumar en sus pipas,
necesidades que les dan apariencia de vida. Espectros que jamás tendrán conciencia
de su condición.
Resulta también apasionante
el abordaje del barco espectral por parte de una goleta pirata escondida bajo
pabellón francés. El espanto de los piratas sobre la cubierta del navío
holandés al descubrir dónde están y ante quién se enfrentan es de una fuerza
sobrecogedora y nos aleja de ese entorno casi familiar en el que el lector
estaba cayendo al compartir con ellos su viaje: tomamos conciencia de manera
avasalladora de que esos hombres con los que hemos convivido durante doscientas
páginas son espectros siempre a pesar de su comportamiento en ocasiones casi
humano.
“¿Qué
puede hacer con el sueño alguien a quien se le niega la paz de la tumba?” (p.
345)
Lo que en cualquier otra
narración sería convencional, la historia de amor entre Imogene y Fenton, en
manos de Russell la encontramos plena de tensión pues el joven no cesará de
sentir en ningún momento la perentoria necesidad de huir de ese barco maldito
con su amada. El temor a lo que en otras circunstancias sería su salvación, el avistar
un barco que pudiera recogerlo y alejarlo del horror, lo cual implicaría
abandonar a su amada pues el fúnebre Vanderdecken no está dispuesto a soltar su
preciado botín, convierte el barco maldito para los holandeses en maldito
también para los jóvenes enamorados, que no ven la forma de poder escapar
juntos de él. Los espectros jamás lograrán cruzar el Cabo enfilando el camino
de regreso a sus hogares, pero los enamorados tampoco podrán hacerlo.
Los fuegos de San Telmo
brillando en la arboladura, el fulgor espectral del barco fantasma en la noche,
la niebla como vapor, los vientos y la tormenta eterna… Y al fin el tan temido
como deseado momento en que el Braave
se enfrenta al Cabo, donde una cruel tempestad les impedirá otra vez el paso.
La galerna infernal es descrita con una belleza tan intensa como el terror que
provoca.
El desenlace de la novela en
anticlímax, cambiando la primera persona del narrador Fenton a la omnisciente
tercera da un tono de frialdad que resulta chocante ante ese final triste y
desesperadamente romántico, pero no lo rompe. Al contrario: el alejamiento
emocional evita la exageración melodramática y el drama narrado cobra más
fuerza y vigor. Russell, que hace caso de todas las convenciones decimonónicas
de la novela, sabe alejarse de ellas cuando lo cree oportuno. Y por eso el
desenlace, sin ser original, es absolutamente moderno: necesita abandonar la
primera persona para terminar de contarnos los hechos y ni se lo piensa.
La lectura de esta novela
satisfará pues tanto a los amantes de las aventuras marinas como a los
degustadores de las mejores narraciones de espectros, siempre en un tono de
fantasía más que de terror, pero pleno de una belleza funesta, de un horror
nunca separado de cierto hálito romántico que ilumina el relato con una fuerza
conmovedora. En fin, que os gustará tanto como a mí.
RUSSELL, William Clark. El
Barco de la Muerte: una narración extraordinaria: relato de una singladura en
“El Holandés Errante” encontrada entre los papeles del difunto señor Geoffrey
Fenton, de Poplar, oficial de la marina mercante. Traducción de José
Menéndez-Manjón. Madrid: Valdemar, 2009. 423 p. Gótica; 75. ISBN
978-84-7702-653-2.
9 comentarios:
Welcome back, my friend! Sí, yo misma he visto con mis propios ojos de mera mortal el mismo libro que aquí tan bien reseñas. Pero no lo compré, aunque no he estado ociosa este verano: Bierce, Penney, Machen, algún clásico de la literatura japonesa... y escribiendo cartas, jeje.
xx
Bueno, todavía no es un regreso, pero casi casi que sí. Oye, ¿qué tal el libro de la Penney? Y quiero mi cartaaaaaaaaaaaa (aunque no la pueda recoger hasta el día 13...).
Esta novela habría sido perfecta para leer en Otranto!!! Tendré que conformarme con la selección que he hecho y guardarme la sugerencia para las próximas vacaciones marinas.
Coincido con Pato, este "casi regreso" nos hacía falta, después de un agosto bastante raro, por la parte que me toca. Bentornato!
Joer, me apetece un montón!!!
diantre!!!
PD: Señores de Valdemar ¡Dénme un respiro! ¡A mí y a mi cuenta bancaria!
Io sono ritornato!!! (A medias...)
Princesa, el viaje a Otranto ES OBLIGATORIO que nos lo explique usted en detalle. Ya insistiré en su blog...
Paymon, necesitamos ese respiro, sí, pero... ¿quién se resiste?
Llo, la carta entonces espero un poco plus, et non? Así meto más boberías. :)
Si vas a meter más boberías, QUIERO esperar...
¿Has leído la versión de Frederick Marryat del mismo Buque Fantasma?
También tiene su parte terrorífica.
Si no lo has leído espera un tiempo para no saturarte con el tema.
A mí me dejo hecho leña y desde entonces el terror sólo lo aguanto en una película.
Saludos
¡Hola Black! Sí conozco la novela de Marryat pero no la he leído. A ver si logro hacerme con ella...
¡Saludos!
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