Ya comenté que la lectura de Reina Lucía (1920) de E. F. Benson me
provocó unas tremendas ansias por releer sus excelentes relatos de terror,
aquellos por los que yo había conocido y admiraba a este escritor. Os hablé del
volumen que recopilaba trece de sus cuentos de miedo bajo el título El santuario y otras historias de fantasmas.
Justo al terminar de releer este me puse con el otro libro que publicó la
editorial Valdemar en su colección Gótica que recogía otros trece relatos. Y
como es habitual en mí, en lugar de escribir sobre ellos entonces y haber
compuesto un bonito díptico comentando ambos volúmenes, dejé pasar el tiempo y
me pongo ahora, ni sé ya cuántos días han quedado atrás, a daros mi opinión.
“(…) no siempre es tan fácil encontrar una explicación, y no he encontrado
ninguna para la historia siguiente. Surgió de la oscuridad; y a la oscuridad ha
vuelto.” (p. 14) Pues será eso.
El fragmento anterior pertenece al
relato que abre esta antología, La
habitación de la torre (1912). Todo un magistral comienzo: un relato que
aúna sueños terribles y premonitorios, apariciones espectrales y una morbosa
historia vampírica. Lo mejor, lo inolvidable, es ese sueño recurrente que no
solo se va repitiendo a través de los años, con ligeras variaciones en los
hechos y sus protagonistas, y con sus secundarios envejeciendo y muriendo en
él, sino que se va espesando ante la convicción de que algún día, tarde o
temprano, se hará realidad. Del mal que habita en los sueños al mal que habita
en un bosque ancestral, casi tan viejo como la abominación que cobija. Este es
el objeto de “Y ningún pájaro canta”
(1928). Increíble la opresión, la maldad, la soledad que transmite este relato
mientras la acción se desarrolla en el bosque maldito. Dos auténticas joyas
para abrir la colección.
Alfred
Wadham el Ahorcado
(1934) es un curioso relato que juega con la teoría de que las apariciones
fantasmales no corresponden a los muertos sino al diablo tomando la forma de
los fallecidos. La idea del asesino que confiesa su crimen a un sacerdote
católico y debido al secreto de confesión no puede ayudar al inocente al que
van a ejecutar, es la base de la película Yo
confieso (I Confess), dirigida
por Alfred Hitchcock en 1953 y con un guion que adaptaba la obra de teatro de
Paul Anthelme. De niño recuerdo haber leído una novela que se suponía era la
original, no una obra de teatro, pero solo recuerdo que fue una de las lecturas
más aburridas de mi infancia junto a las novelas de Morris West y una de Aldous
Huxley de un tipo que inventaba unos calzoncillos hinchables que se convertían
en un cojín, lo cual venía muy bien para asistir a misa y sentarse en los
incómodos bancos. Vale, esa no era la trama central de la novela de Huxley,
jajaja, pero es lo que se quedó ahí dentro de mi cerebro de niño. El relato de
Benson es posterior a la obra de Anthelme: ¿desconocía el trabajo del francés o
lo conocía y le atrajo la idea de construir una trama fantasmal con él? ¡Ojalá
pudiéramos saberlo!
En
el metro
(1923) versa acerca de premoniciones fantasmales y espectros que buscan ser
perdonados, almas que no descansan en paz por haber cometido algún acto malvado
en vida. Benson mezcla lo tradicional, dos amigos charlando en un salón una
tarde lluviosa ante la chimenea encendida, uno contándole al otro la
terrorífica historia (anda que no habremos leído relatos que comienzan así y
siempre, ¡siempre!, nos resulta emocionante), con lo moderno, pues salvo la
aparición fantasmal final todas acontecen en el metro del título.
La prueba de que a Benson también le iba
el horror puro y duro, sin atmósferas etéreas y buscando casi más el estómago
que nuestro cerebro, es el relato Orugas
(1912). Aquí, como su nombre indica, las apariciones espectrales son unas
terribles orugas mutantes que transmiten una brutal enfermedad. El elegante
inglés transmutado él mismo en un autor pulp. Pero de los de desagradar al
máximo. Ojo, que este Benson también nos encanta. Menos, pues lo obvio siempre
tiene menos fuerza, pero sí lo bastante para que nuestra admiración no decrezca
un ápice.
Cómo
desapareció el miedo de la galería alargada (1912) es un relato magistral.
Hala, lo dije y que quede bien claro. Un cuento en el que la presencia
fantasmal congela el alma. Benson expone con maestría los antecedentes para que
cuando nos lleve de su fría mano a la aparición final respiremos estremecidos.
Bueno, que respire el que pueda, porque a mí a duras penas me llega el aliento.
El crepúsculo, la oscuridad invadiendo una galería alargada sobre cuyas
ventanas cae lentamente la nieve, una chimenea en la cual los chisporroteos de
los leños ardiendo suponen la única luz, la confusión de la duermevela, una
puerta que se abre y una joven confusa y aterrada que se enfrenta a dos figuras
borrosas, luces blanquecinas que asemejan dos niños que avanzan de la mano por
un pasillo interminable… ¡Aaaahhhhh! Lo dicho: una obra maestra. Y el hermoso
final lo engrandece aún más.
Después de semejante historia se me
antoja normal que las siguientes parezcan un poquito más flojas. No porque no
sean excelentes relatos de terror, sino porque tras leer uno tan impresionante
por fuerza los que vengan después lo tendrán difícil para hacernos olvidar el
impacto vivido. Así La viña de Nabot
(1928), en el cual se nos narra la historia de un fantasma vengador que no
descansará hasta dar muerte a quien en vida le arrebató su hogar (no me vengáis
diciendo que os destripo el final porque se intuye desde la primera frase del
relato: lo importante es la atmósfera espectral, no la posible sorpresa
narrativa). O El cobrador del autobús
(1912), donde la aparición fantasmal actúa como premonición de un suceso
luctuoso y Benson insiste en insertar la historia en un entorno cotidiano y
moderno. Y El jardinero (1923),
macabro relato en el que la búsqueda fantasmal del protagonista está motivada
por el deseo de hallar la paz. Nada nuevo, pero escritos por Benson suponen una
lectura magnífica.
Negotium
perambulans
(1923) es un excelente relato mientras permanece en las zonas brumosas del
misterio, de todo aquello que no se dice pero se intuye. Las descripciones de
un pueblo aislado y solitario ante el mar dan lugar a las mejores páginas de
este cuento, aquellas que nos mantienen ciegos a la visión total del horror
pues este permanece oculto tras lo cotidiano y normal. Una pesadilla ancestral
que pervive en la oscuridad, en aquello que nuestro ojo nunca puede ver de
manera directa, tan solo como una sombra o una premonición. Por esto mismo
cuando al final se desata el horror y Benson nos muestra lo que debería estar
escondido a nuestra vista para siempre el relato pierde intensidad.
En El
rostro (1928) de nuevo los sueños se nos presentan como un aviso, el preámbulo
del horror. Y de igual forma que en La
habitación de la torre, mostrar cómo el paso del tiempo se refleja en un
sueño es una idea excelente que Benson utiliza con maestría. Y aunque Benson no
es un autor propiamente pulp, El cuerno
del horror (1923) es un relato que, al igual que Orugas, bien podría considerarse como tal. Una historia de razas
perdidas en lo alto de cumbres montañosas heladas, una estirpe que en su
bestialismo ancestral nos recuerda, de manera terrible, que quizá no son tan
diferentes a nosotros como podríamos creer. Una aberración de la evolución, una
cadena perdida, un paso a ningún lado.
El volumen se cierra con un relato que
considero maravilloso, melancólico y muy triste: Piratas (1934). En él se nos narran los últimos días de un hombre
que ha triunfado en la vida pero que llega a la madurez solo. Sus pensamientos
y recuerdos lo llevan de continuo a la casa de su infancia, donde vivió con su
madre y sus cuatro hermanos. El pasado se nos muestra como un refugio feliz de
un presente que parece hacernos sentir satisfechos manteniéndonos dormidos
dentro de una falsa ilusión. La sensación de soledad se acrecienta sin embargo
con los años y Peter Graham, el protagonista, decide visitar la casa en la cual
transcurrió su infancia. El dolor al encontrarla abandonada es intenso, y desde
los solitarios jardines voces le llaman para que vuelva a jugar en ellos. Y
volverá, añorante, esperando que los espíritus de los que allí vivieron le
acojan y lo reciban con afecto, lo lleven de vuelta a los felices y ahora
perdidos días de su infancia para siempre. Como he dicho al principio, es un
relato envuelto en una profunda melancolía. Duro de leer si uno se encuentra un
poco en la posición del protagonista: la sensación de vacío y soledad es
contagiosa y la penumbra del corazón se torna insoportable. El pasado es visto
como un paraíso perdido, y aceptar una vida fantasmal supone el único recurso
para recuperar la felicidad que tuvimos cuando vivíamos en él.
(Las fechas de los relatos están
extraídas de la ficha de este libro en la excelente página de La tercera fundación).
BENSON, E. F. La habitación de la torre:
13 cuentos de fantasmas. Traducido por Rafael Lassaletta. Madrid: Valdemar,
1994. 227 p. Gótica; 13. ISBN 84-7702-092-2.
6 comentarios:
Obra maestra practicamente absoluta. Apenas falta ni sobra nada en un continuo de filosofía, horror, estudio psicológico, suspense, drama, comedia, emoción... para mi la recopilación de fantasmas decimonónicos (de un solo autor) definitiva. Solo M.R. James o Le Fanu podrían acercarse a hacerle sombra.
Como comenté la última vez que hablaste de Benson, "Como desapareció el miedo de la galería alargada" es soberbio de principio a fin. Y de hecho esa resolución final ha sido copiado hasta la saciedad en el cine de terror y fantástico de todas las épocas (¡¡maldición!! Si hasta creo ver ecos del mismo en el final de "Super 8"), además de ser un relato que hiela la sangre al más pintado.
No olvidemos que "El Cobrador del Bus" es una clásica leyenda urbana!!! Que aparece recopilada en muchos libros sobre el tema y que se remonta al siglo XVIII o por ahi. En los años 70 en inglaterra se contaba sustituyendo el autobus por un un ascensor, y al conductor del mismo por un ascensorista, claro. Pero es la misma historia.
Soberbio y genial!! Una razón más que suficiente para explorar a Benson más allá de estas dos glorias, aunque "La Reina Lucia" no sea tan satisfactoria. De todas formas con este libro Benson ya puede descansar tranquilo, que le adoraremos hasta el fin de los tiempos.
Un saludo!!
Maravilloso recuento, Llosef. Me encanta Benson. Y ese mismo libro en cuestión lo vi en cierta librería y, para ser de tapa dura y en una edición tan bonita, me pareció más que asequible: de obligada compra y lectura. En ese momento me decidí por uno de Brice y otro de Maupassant, pero tras leer esta reseña estoy por ir a la librería ahora mismo!
Bueno, señor Wolfville, lo ha dejado usted más que claro, así que poco más que añadir me queda. Eso sí, a mí la otra recopilación, "El santuario y otras historias de fantasmas", me parece a la altura de esta: es un conjunto impresionante en verdad.
Desconocía que la historia del cobrador del bus se basaba en una leyenda urbana. Creo que su versión ascensorista puede dar más miedo aún, ¿no?
Gracias Pato. Es una gozada de libro, y además está también editado en la colección "El Club Diógenes", la de bolsillo de Valdemar, mucho más barata. ¡¡¡Pero la edición de Gótica merece la pena!!!
¿Qué está disponible aún en una librería? Por favor, decidme cuál que quiero hacerme con un ejemplar!!!!!
La edición en la colección Gótica está agotada. Pero está disponible en la colección El Club Diógenes. Lo puedes pedir a la misma editorial, aquí:
http://www.valdemar.com/product_info.php?products_id=580
La librería a la que se refiere nuestra querida Pato debe ser alguna privilegiada de contar con ella como cliente allá por las frías tierras del norte...
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