“Nicholas Grahame nunca fue un individuo
atractivo.
Tenía los ojos demasiado saltones. Unos ojos
de sapo adornados con unas cejas muy pobladas y negras. La frente abombada.
Como si hubiera recibido un martillazo en ella. Pelo escaso. Tirando a
semicalvo. De ahí que sus grandes orejas destacaran poderosamente.
No.
Nicholas Grahame no era atractivo.
Y ahora, en aquella caja de madera, lo
resultaba menos.
Estaba muerto.” (p. 5)
Resulta del todo imposible que semejante
comienzo para una novela no me resulte atractivo. Aunque nuestro admirado Adam
Surray (sobrenombre de José López García) ofrece en esta ocasión sus galas más recortadas
a lo Joseph Berna, la efectividad de su golpe macabro inicial es fantástico.
Nicholas Grahame nos es presentado en el día de su triste y solitario funeral.
Sólo su socio Walter Lemon le hace compañía en tan luctuosos momentos, y no
muestra muchas ganas de estar con él. Eran socios de un serpentarium instalado
en un destartalado edificio de tres plantas por el que Arthur Driscoll, el
administrador de un gran hotel, ha hecho una oferta de compra que será efectiva
justo al día siguiente al del entierro. El bueno de Lemon, ya en su deslucida
casa cohabitada por toda clase de especies de serpientes en sus urnas, recuerda
lo mal tipo que era su poco agraciado compañero de negocios. ¡Vaya elemento!
Mejor que esté muerto y bien muerto. Pero Lemon apenas si ha podido dar un
primer trago de güisqui en libertad cuando un visitante inesperado le interpela
desde el sillón donde permanecía oculto. Y sí, habéis acertado: ¡se trata del
mismo Nicholas Grahame de cuerpo presente! Pero ojo, que no está vivo. O eso le
cuenta al estupefacto Lemon. El caso es que lo han mandado al infierno al
morir, pero lo han echado porque no había plaza para él. Con semejante arranque
no sé vosotros, pero yo ya estaba disfrutando como un poseso con este Hotel Infierno.
Surray continúa su relato fundiendo lo
macabro y un humor negro desatado con una sencillez que no nos puede resultar
más entrañable. Así, nos enteramos de que el malvado Grahame, ése al que no
quieren ni en el infierno, ha sido reclutado por el mismo Lucifer para
seleccionar almas, reclutarlas para, atención, hacerlas trabajar de albañiles
en una nueva construcción del infierno para hacer sitio, que la cosa está
apurada de espacio, ya lo vimos. Esto nos lleva a pensar para qué demonios,
nunca mejor dicho, necesitan reclutar más condenados si ya sobran, pero dejemos
esta cuestión en el aire mefítico de la nada y volvamos a este edificio
infernal cuyos planos ha realizado Satanás, también arquitecto además de Príncipe
del Mal al parecer, y que ha sido nombrado con el rimbombante título de Círculo
de las Eternas Sombras: “Un nuevo círculo del infierno que jamás será colmado.”
(p. 15)
Grahame tiene tres días para sembrar el caos
en la Tierra, tiempo que es el que se demorará la construcción de este nuevo
lugar de castigo infernal que superará todo lo visto hasta ahora en el infierno,
y hasta puede ser premiado, cosa que Lemon no duda ni por un instante que su
socio conseguirá, por su trabajo y pasar de ser un condenado de a pie y
grillete a espíritu infernal de pro, además de guardián y castigador en el
Círculo de marras. Las referencias a Dante, por descontado, se suceden. Siempre
indicando, con toda la alegría del mundo, que el pobre bardo italiano se quedó
corto en sus descripciones… Grahame se dispone a desatar el horror en el hotel
cuyos dueños lo son ya también de su serpentarium, que para algo en su retorno
del averno se ha traído consigo un montón de maléficos súper poderes. Y así
descubrimos al fin cuál será ese Hotel Infierno que nos anunciaba el título.
Tras dos capítulos a modo de introducción
presentándonos a los “malos” de la historia, Surray nos da a conocer a una
joven pareja justo en el momento más inoportuno para ellos, vaya, pues están a
punto de refocilarse entre las sábanas. Mickey Kellerman es el atractivo
protagonista, el detective del hotel, de carácter burlón y algo traviesillo con
las clientas. En fin, está más pendiente de dejarlas satisfechas que de atender
las tartamudeantes y coléricas llamadas de su jefe. La chica es una belleza de
gordezuelos y húmedos, como es de rigor en las chicas Surrey, labios. Walter
Lemon a su vez también ha sido contratado por los gerifaltes del hotel para que
instale allí su serpentarium. Hasta aquí todo resulta muy delirante y locuelo,
por lo que me estaba gustando a rabiar. Pero, ay, a partir de este momento, y
aún quedaba mucho por delante, todo deviene funcional y algo mecánico. La
normalidad y lo previsible comienzan a campar a sus anchas, y si esto hace que
la novela sea cada vez menos interesante según se avanza en ella, Surray sabe
mantener el pulso. Tras unos excelentes capítulos iniciales, nuestro autor se
dedica a contarnos tres crímenes horripilantes estilo giallo no muy diferentes
a los que hemos leído en otras novelas suyas (destaquemos su perversa obsesión
por las víctimas femeninas brutalmente violadas y asesinadas), como es de
esperar con serpientes de por medio recurriendo al facilón truco de que el
hecho de que aparezcan estos reptiles será suficiente para provocar el máximo
horror. A esto debemos añadir un desenlace que por desgracia desmonta toda la
trama fantástica. Como relato criminal es verdad que no disgusta, pero es una
lástima que su locura inicial sea olvidada con tanta prontitud. Quizá empuja
más a que la sensación final sea negativa el hecho de que el texto acusa un
exceso de erratas tipográficas que afean el conjunto sin remisión.
SURRAY, Adam. Hotel Infierno. Ilustración de
portada: Antonio Bernal. Barcelona: Bruguera, 1981. 94 p. Bolsilibros Bruguera,
Selección Terror; 452. ISBN 84-02-02506-4.
4 comentarios:
Bolsilibro apuntado!!!, Gracias!
Sólo por el brillante principio ya merece la pena.
Siempre caían en las mismas fórmulas de molde y te parece que ya leíste lo mismo antes.
Lo de las erratas es un hecho en estos bolsilibros fueran del oeste, policíacas, ciencia ficción o de terror.
Saludos
Sin embargo, siempre se lleva uno sorpresas, Black. O al menos yo me las llevo... ¡Saludos!
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