martes, mayo 19, 2015

Los mejores relatos de ciencia ficción: la era de los clásicos 1946-1955, compilación de Michael Ashley (1976)



El británico Michael Ashley continúa con su historia de las revistas de ciencia ficción en este segundo tomo (tercero en realidad, pues como vimos en la reseña del anterior, AQUÍ, la editorial Martínez Roca no publicó el primero de ellos). En el prólogo, Introducción: de la bomba atómica al boom, Ashley da un magnífico repaso a toda una época pletórica de publicaciones periódicas con el género de la ciencia ficción alcanzando uno de sus momentos más brillantes. Cuando todo, o al menos casi todo, era descubrimiento y abrir caminos futuros. En Los mejores relatos de ciencia ficción: la era de los clásicos (1946-1955) también veremos iluminado este fascinante recorrido histórico con una selección de diez relatos, uno por cada año, hasta completar esta década de prodigios y maravillas. De nuevo el nivel de los cuentos es abrumador, y aunque hay algunos que me han resultado más deslumbrantes que otros, en conjunto son una delicia tanto si suponen una relectura como si uno se enfrenta a ellos por primera vez.


Astounding Science Fiction, abril 1946.
Portada: William Timmins.
(Todas las portadas de las revistas de ciencia ficción están extraídas de la magnífica web 
The Internet Speculative Fiction Database, ISFDB, AQUÍ)

Monumento conmemorativo (Memorial, publicado en la revista Astounding Science Fiction en abril de 1946) de Theodore Sturgeon es el que abre esta selección. Producto y reflejo modélico de la época, con el fin de la Segunda Guerra Mundial y con el horror de la bomba atómica presente y real en cada hogar norteamericano, el género se llena de historias de advertencia ante el monstruo que se acaba de desencadenar. El espanto nuclear alarga sus tentáculos hacia el futuro, cebándose en las generaciones por venir, y Sturgeon construye su relato con la firmeza narrativa y la fuerza admonitoria precisas para que su mensaje sea efectivo y estremecedor.


Fantasy, agosto 1947.

En Los fuegos internos (The Fires Within, en Fantasy, agosto de 1947), Arthur C. Clarke narra el descubrimiento de una civilización que vive bajo la corteza terrestre. Tratándose de Clarke, no iba a quedarse en el habitual relato de tribus viviendo en cuevas y corriendo a lo loco por túneles subterráneos como los protagonizados por Tumithak, por ejemplo, en las simpáticas aventuras escritas por Charles R. Tanner. Son criaturas adaptadas a las condiciones internas de la Tierra, donde se mueven a través de la roca como los peces en el agua. Guarda un sorprendente giro final, un cambio de perspectiva que enriquece el conjunto con el trasfondo del descubrimiento del otro, de percibir e intentar desentrañar y comprender aquello que nos es ajeno.


Starling Stories, marzo 1948.
Portada: Earle Bergey.

No mire ahora (Don’t Look Now, en Starling Stories, marzo de 1948) de Henry Kuttner es pura conspiranoia: marcianos que no podemos ver nos controlan. Cada acto, cada decisión, cada movimiento de los humanos es vigilado de manera personalizada por ellos. Y si por casualidad o accidente descubres a uno (su tercer ojo que se abre en la frente quizá sea en exceso revelador y difícil de ocultar) serás eliminado. Un concepto muy similar al utilizado en la serie Doctor Who con las criaturas del Silencio, con su ciencia ficción cuántica llevada a su más prístina extensión: si no los ves, no existen.


Thrilling Wonder Stories, octubre 1949. 

Calidoscopio (Kaleidoscope, en Thrilling Wonder Stories, octubre de 1949) es un hermoso y fascinante relato de Ray Bradbury en el cual los tripulantes de una nave espacial que ha reventado por todas partes lanza al espacio a toda su tripulación. Con imágenes tan poderosas como la de los humanos saliendo despedidos del navío sideral asemejando la estela de un barco en el mar, las chispas de un cohete de feria o los restos de un cometa, o esa otra en verdad imborrable de uno de los hombres quedando atrapado con su traje espacial en el camino de unos asteroides errantes que harán que su cuerpo los acompañe por siempre en su viaje eterno de ida y vuelta en órbita de la Tierra a Marte. Los supervivientes se comunican entre sí por la radio de sus trajes hasta que, cada vez más lejos unos de otros por la inercia del accidente que los ha lanzado al espacio, sólo les quede el silencio. En estos momentos finales lo mejor y lo peor de la humanidad saldrá a la luz, estrellas fugaces cargadas de historias de amor y odio que destellarán en su momento final. El maravilloso y sencillo tono poético de Bradbury confiere una inconmensurable belleza a este relato sobre qué es morir en un universo tan enorme que no puede sino ignorarnos.


Galaxy Science Fiction, noviembre 1950.
Portada: Don Sibley. 

También hay espacio para el humor desopilante y macabro, en un tono que poco después las revistas de cómics de la EC harían inmortal, con El hombre: cómo servirlo (To Serve Man, en Galaxy Science Fiction, noviembre de 1950) de Damon Knight. Los Kanamit, una raza de cerdos antropomorfos del espacio exterior, llegan a la Tierra en son de paz a traernos increíbles adelantos técnicos y científicos, alucinantes regalos que reportarán una edad de oro a la humanidad, o cuando menos la oportunidad de iniciar una. El aspecto ridículo y chistoso, pese a su inteligencia superior, de los Kanamit hará que acaben siendo aceptados tras unas balbuceantes muestras de rechazo iniciales. ¡Son tan adorables! Y es cierto: han venido aquí para servir al hombre… Este relato, con guion de Rod Serling, sería adaptado para la mítica serie The Twilight Zone: es el episodio 24 de la tercera temporada, To Serve Man, una entrega magnífica donde el cambio de aspecto de los alienígenas no altera para nada el efecto demoledor de la historia.


Super Science Stories, junio 1951.
Portada: Van Dongen.

Un extraterrestre que ha llegado a la Tierra casi casi como lo hiciera Superman, y que tiene casi casi dos corazones como el Doctor Who, se encuentra varado en nuestro planeta. Este es el punto de partida de ¡Cuidado, terrestre! (Earthman, Beware!, en Super Science Stories, junio de 1951) de Poul Anderson. Debido a su increíble inteligencia (me encanta cómo en estos relatos clásicos los extraterrestres son casi siempre superiores en todos los sentidos a los humanos, un arma magnífica para sacar a relucir nuestros defectos y miserias como especie), este visitante a la fuerza se convierte en un científico único y prodigioso, pero condenado a la soledad precisamente por esto mismo. La desesperada búsqueda de los suyos guía sus pasos finales sin saber que quizá encontrarlos sea tan terrible como permanecer en la Tierra: sin un lugar propio donde permanecer, aislado en territorio hostil, conocer la verdad le hará conocedor de una fatal ironía. Anderson confiere de manera magistral a su relato una atmósfera crepuscular de tristeza y melancolía que resulta emotiva hasta el temblor, perfecta para su amargo desenlace.


Amazing Stories, junio 1952.
Portada: Walter Popp.


Amazing Stories, abril-mayo 1953.
Portada: Barye Phillips. 

Vuelan muy alto (They Flight so High, en Amazing Stories, junio de 1952) es otro excelente relato de esta compilación sencillamente mareante por su calidad. Dos hombres quedan atrapados en la opresiva atmósfera de Júpiter, aislados con sus trajes espaciales frente al gigante imposible, hablando de libertad a las puertas de la muerte, descubriéndola en el lugar más inhóspito imaginable. Las descripciones del planeta son un prodigio, y el diálogo enfrentado de sus dos protagonistas es absorbente y conmovedor. Algo muy parecido sucede también al terminar la lectura del apocalíptico El último día (The Last Day, en Amazing Stories, abril-mayo de 1953) de Richard Matheson. Quizá lo único que uno desee hacer cuando llegue el final de todas las cosas sea el acto más sencillo y hermoso de todos. Cuando la locura y el descontrol se hayan adueñado del planeta ver un rostro amado y reconciliarse con él tal vez sea nuestra única esperanza de redención.


Galaxy Science Fiction, abril 1954.
Portada: Ed Emshwiller.

Si hasta aquí esta antología se me estaba antojando sensacional, todavía me quedaban alegrías infinitas por disfrutar. Porque así y no de otra manera puedo describir lo que sentí al leer el fantástico ¡No tocar! (Hands Off!, en Galaxy Science Fiction, abril de 1954) de Robert Sheckley. Un relato que nos habla, casi como si no fuera acerca de eso, sobre la incapacidad de aceptar y comprender al otro, a aquel que es totalmente ajeno y distinto a nosotros. Un encuentro en un planeta perdido entre un grupo de tres humanos y un extraterrestre imposible, Kalen, presentados y descritos con el grandioso sentido del humor habitual de su autor, pero también con una profundidad y una capacidad apabullantes de detallar mundos y formas de vida alienígenas. Más maravilloso si cabe es cómo Sheckley va cambiando el punto de vista de la narración de manera constante de los humanos al bueno de Kalen, haciéndonos mirar y ver cómo mientras este no desea ningún mal a aquellos, los despìadados humanos sólo pretenden robar y matar a Kalen. No sólo la incomprensión y el rechazo de lo desconocido los lleva al mal: también la falta de respeto, el deseo de hacer daño y de destruir antes que parlamentar o conocer al otro, al extraño. Kalen demuestra tener más humanidad y estar más civilizado que los estúpidos y brutales humanos. La ironía sensacional de Sheckley es la de enseñarnos que el mal sólo genera desgracias para quien lo practica. La vida real nos convence a palos de que el bien jamás tiene recompensa, pero el gran Sheckley lanza su mensaje arrollador y lo creemos y defendemos a ciegas. Una lección de ética genial. Si además resulta muy divertida y absorbente en su desarrollo, lo que Sheckley nos ofrece es un regalo tan valioso que jamás podremos devolvérselo. Sólo nos queda aceptarlo encantados con una sonrisa que no seremos capaces de borrar de nuestros rostros.


Science Fantasy, noviembre 1955.
Portada: Gerard Quinn.

Y llegamos con profunda pena a las últimas páginas del libro con La apuesta (The Wager, en Science Fantasy, noviembre de 1955) de E. C. (Edwin Charles) Tubb, una historia que bien podría haber servido de inspiración argumental a la película Depredador (Predator, John McTiernan, 1987) y a su vez haber tomado su premisa inicial de la soberbia El malvado Zaroff (The Most Dangerous Game, Irving Pichel y Ernest B. Schoedsack, 1932). De maneras sencillas y elegantes, Tubb desgrana su relato sin prisas, entremezclando el punto de vista de un detective humano, Tom Mason, encargado de investigar el caso de un terrible asesino que va dejando cadáveres sin cabeza por toda la ciudad, la perspectiva del mismo desde los ojos de un extraterrestre de vacaciones en la Tierra que se ve implicado en la trama criminal, Gort Holden, y además el de los asesinos, pues son varios y no un cazador en solitario, unos alienígenas que han venido a practicar la caza deportiva en nuestro planeta. Un colofón divertido al tiempo que angustioso y con un punto salvaje que lo hace encantador. Un desenlace perfecto para este viaje que bajo el mando de Michael Ashley ha resultado del todo alucinante.
  

ASHLEY, Michael (comp.). Los mejores relatos de ciencia ficción: la era de los clásicos (1946-1955). Introducción y compilación de Michael Ashley; traducción de César Terrón. Barcelona: Martínez Roca, 1979. 319 p. Súper-Ficción; 50. ISBN 84-270-0547-4. 

2 comentarios:

Ramon dijo...

Calidoscopio, si no me equivoco, también está incluido en "El Hombre Ilustrado". Un placer leerte, como siempre :-)

Llosef dijo...

¡Gracias Ramón! Es un excelente relato de Bradbury, de los que permanecen en la memoria.