El británico Michael Ashley continúa con su
historia de las revistas de ciencia ficción en este segundo tomo (tercero en
realidad, pues como vimos en la reseña del anterior, AQUÍ, la editorial Martínez Roca no publicó el primero de ellos).
En el prólogo, Introducción: de la bomba
atómica al boom, Ashley da un magnífico repaso a toda una época pletórica
de publicaciones periódicas con el género de la ciencia ficción alcanzando uno
de sus momentos más brillantes. Cuando todo, o al menos casi todo, era descubrimiento
y abrir caminos futuros. En Los mejores
relatos de ciencia ficción: la era de los clásicos (1946-1955) también
veremos iluminado este fascinante recorrido histórico con una selección de diez
relatos, uno por cada año, hasta completar esta década de prodigios y
maravillas. De nuevo el nivel de los cuentos es abrumador, y aunque hay algunos
que me han resultado más deslumbrantes que otros, en conjunto son una delicia
tanto si suponen una relectura como si uno se enfrenta a ellos por primera vez.
Astounding Science Fiction, abril 1946.
Portada: William Timmins.
Portada: William Timmins.
(Todas las portadas de las revistas de ciencia ficción están extraídas de la magnífica web
The Internet Speculative Fiction Database, ISFDB, AQUÍ)
The Internet Speculative Fiction Database, ISFDB, AQUÍ)
Monumento
conmemorativo
(Memorial, publicado en la revista Astounding Science Fiction en abril de
1946) de Theodore Sturgeon es el que abre esta selección. Producto y reflejo
modélico de la época, con el fin de la Segunda Guerra Mundial y con el horror
de la bomba atómica presente y real en cada hogar norteamericano, el género se
llena de historias de advertencia ante el monstruo que se acaba de
desencadenar. El espanto nuclear alarga sus tentáculos hacia el futuro,
cebándose en las generaciones por venir, y Sturgeon construye su relato con la
firmeza narrativa y la fuerza admonitoria precisas para que su mensaje sea
efectivo y estremecedor.
Fantasy, agosto 1947.
En Los
fuegos internos (The Fires Within,
en Fantasy, agosto de 1947), Arthur
C. Clarke narra el descubrimiento de una civilización que vive bajo la corteza
terrestre. Tratándose de Clarke, no iba a quedarse en el habitual relato de
tribus viviendo en cuevas y corriendo a lo loco por túneles subterráneos como
los protagonizados por Tumithak, por ejemplo, en las simpáticas aventuras
escritas por Charles R. Tanner. Son criaturas adaptadas a las condiciones
internas de la Tierra, donde se mueven a través de la roca como los peces en el
agua. Guarda un sorprendente giro final, un cambio de perspectiva que enriquece
el conjunto con el trasfondo del descubrimiento del otro, de percibir e
intentar desentrañar y comprender aquello que nos es ajeno.
Starling Stories, marzo 1948.
Portada: Earle Bergey.
No mire
ahora
(Don’t Look Now, en Starling Stories, marzo de 1948) de
Henry Kuttner es pura conspiranoia: marcianos que no podemos ver nos controlan.
Cada acto, cada decisión, cada movimiento de los humanos es vigilado de manera
personalizada por ellos. Y si por casualidad o accidente descubres a uno (su
tercer ojo que se abre en la frente quizá sea en exceso revelador y difícil de
ocultar) serás eliminado. Un concepto muy similar al utilizado en la serie
Doctor Who con las criaturas del Silencio, con su ciencia ficción cuántica
llevada a su más prístina extensión: si no los ves, no existen.
Thrilling Wonder Stories, octubre 1949.
Calidoscopio (Kaleidoscope, en Thrilling Wonder Stories, octubre de 1949) es un hermoso y
fascinante relato de Ray Bradbury en el cual los tripulantes de una nave
espacial que ha reventado por todas partes lanza al espacio a toda su
tripulación. Con imágenes tan poderosas como la de los humanos saliendo
despedidos del navío sideral asemejando la estela de un barco en el mar, las
chispas de un cohete de feria o los restos de un cometa, o esa otra en verdad
imborrable de uno de los hombres quedando atrapado con su traje espacial en el
camino de unos asteroides errantes que harán que su cuerpo los acompañe por
siempre en su viaje eterno de ida y vuelta en órbita de la Tierra a Marte. Los
supervivientes se comunican entre sí por la radio de sus trajes hasta que, cada
vez más lejos unos de otros por la inercia del accidente que los ha lanzado al
espacio, sólo les quede el silencio. En estos momentos finales lo mejor y lo
peor de la humanidad saldrá a la luz, estrellas fugaces cargadas de historias
de amor y odio que destellarán en su momento final. El maravilloso y sencillo
tono poético de Bradbury confiere una inconmensurable belleza a este relato
sobre qué es morir en un universo tan enorme que no puede sino ignorarnos.
Galaxy Science Fiction, noviembre 1950.
Portada: Don Sibley.
También hay espacio para el humor desopilante
y macabro, en un tono que poco después las revistas de cómics de la EC harían
inmortal, con El hombre: cómo servirlo
(To Serve Man, en Galaxy Science Fiction, noviembre de 1950)
de Damon Knight. Los Kanamit, una raza de cerdos antropomorfos del espacio
exterior, llegan a la Tierra en son de paz a traernos increíbles adelantos
técnicos y científicos, alucinantes regalos que reportarán una edad de oro a la
humanidad, o cuando menos la oportunidad de iniciar una. El aspecto ridículo y
chistoso, pese a su inteligencia superior, de los Kanamit hará que acaben
siendo aceptados tras unas balbuceantes muestras de rechazo iniciales. ¡Son tan
adorables! Y es cierto: han venido aquí para servir al hombre… Este relato, con
guion de Rod Serling, sería adaptado para la mítica serie The Twilight Zone: es el episodio 24 de la tercera temporada, To Serve Man, una entrega magnífica
donde el cambio de aspecto de los alienígenas no altera para nada el efecto
demoledor de la historia.
Super Science Stories, junio 1951.
Portada: Van Dongen.
Un extraterrestre que ha llegado a la Tierra
casi casi como lo hiciera Superman, y que tiene casi casi dos corazones como el
Doctor Who, se encuentra varado en nuestro planeta. Este es el punto de partida
de ¡Cuidado, terrestre! (Earthman, Beware!, en Super Science Stories, junio de 1951) de
Poul Anderson. Debido a su increíble inteligencia (me encanta cómo en estos
relatos clásicos los extraterrestres son casi siempre superiores en todos los
sentidos a los humanos, un arma magnífica para sacar a relucir nuestros
defectos y miserias como especie), este visitante a la fuerza se convierte en
un científico único y prodigioso, pero condenado a la soledad precisamente por esto
mismo. La desesperada búsqueda de los suyos guía sus pasos finales sin saber
que quizá encontrarlos sea tan terrible como permanecer en la Tierra: sin un
lugar propio donde permanecer, aislado en territorio hostil, conocer la verdad le
hará conocedor de una fatal ironía. Anderson confiere de manera magistral a su
relato una atmósfera crepuscular de tristeza y melancolía que resulta emotiva hasta
el temblor, perfecta para su amargo desenlace.
Amazing Stories, junio 1952.
Portada: Walter Popp.
Amazing Stories, abril-mayo 1953.
Portada: Barye Phillips.
Vuelan
muy alto
(They Flight so High, en Amazing Stories, junio de 1952) es otro
excelente relato de esta compilación sencillamente mareante por su calidad. Dos
hombres quedan atrapados en la opresiva atmósfera de Júpiter, aislados con sus
trajes espaciales frente al gigante imposible, hablando de libertad a las
puertas de la muerte, descubriéndola en el lugar más inhóspito imaginable. Las
descripciones del planeta son un prodigio, y el diálogo enfrentado de sus dos protagonistas
es absorbente y conmovedor. Algo muy parecido sucede también al terminar la
lectura del apocalíptico El último día
(The Last Day, en Amazing Stories, abril-mayo de 1953) de
Richard Matheson. Quizá lo único que uno desee hacer cuando llegue el final de
todas las cosas sea el acto más sencillo y hermoso de todos. Cuando la locura y
el descontrol se hayan adueñado del planeta ver un rostro amado y reconciliarse
con él tal vez sea nuestra única esperanza de redención.
Galaxy Science Fiction, abril 1954.
Portada: Ed Emshwiller.
Si hasta aquí esta antología se me estaba
antojando sensacional, todavía me quedaban alegrías infinitas por disfrutar.
Porque así y no de otra manera puedo describir lo que sentí al leer el fantástico
¡No tocar! (Hands Off!, en Galaxy Science Fiction, abril de 1954)
de Robert Sheckley. Un
relato que nos habla, casi como si no fuera acerca de eso, sobre la incapacidad
de aceptar y comprender al otro, a aquel que es totalmente ajeno y distinto a
nosotros. Un encuentro en un planeta perdido entre un grupo de tres humanos y
un extraterrestre imposible, Kalen, presentados y descritos con el grandioso sentido
del humor habitual de su autor, pero también con una profundidad y una
capacidad apabullantes de detallar mundos y formas de vida alienígenas. Más
maravilloso si cabe es cómo Sheckley va cambiando el punto de vista de la
narración de manera constante de los humanos al bueno de Kalen, haciéndonos
mirar y ver cómo mientras este no desea ningún mal a aquellos, los despìadados
humanos sólo pretenden robar y matar a Kalen. No sólo la incomprensión y el
rechazo de lo desconocido los lleva al mal: también la falta de respeto, el
deseo de hacer daño y de destruir antes que parlamentar o conocer al otro, al
extraño. Kalen demuestra tener más humanidad y estar más civilizado que los
estúpidos y brutales humanos. La ironía sensacional de Sheckley es la de
enseñarnos que el mal sólo genera desgracias para quien lo practica. La vida
real nos convence a palos de que el bien jamás tiene recompensa, pero el gran
Sheckley lanza su mensaje arrollador y lo creemos y defendemos a ciegas. Una
lección de ética genial. Si además resulta muy divertida y absorbente en su
desarrollo, lo que Sheckley nos ofrece es un regalo tan valioso que jamás
podremos devolvérselo. Sólo nos queda aceptarlo encantados con una sonrisa que
no seremos capaces de borrar de nuestros rostros.
Science Fantasy, noviembre 1955.
Portada: Gerard Quinn.
Y llegamos con profunda pena a las últimas
páginas del libro con La apuesta (The Wager, en Science Fantasy, noviembre de 1955) de E. C. (Edwin Charles) Tubb,
una historia que bien podría haber servido de inspiración argumental a la
película Depredador (Predator, John McTiernan, 1987) y a su
vez haber tomado su premisa inicial de la soberbia El malvado Zaroff (The Most
Dangerous Game, Irving Pichel y Ernest B. Schoedsack, 1932). De maneras
sencillas y elegantes, Tubb desgrana su relato sin prisas, entremezclando el
punto de vista de un detective humano, Tom Mason, encargado de investigar el
caso de un terrible asesino que va dejando cadáveres sin cabeza por toda la
ciudad, la perspectiva del mismo desde los ojos de un extraterrestre de
vacaciones en la Tierra que se ve implicado en la trama criminal, Gort Holden,
y además el de los asesinos, pues son varios y no un cazador en solitario, unos
alienígenas que han venido a practicar la caza deportiva en nuestro planeta. Un
colofón divertido al tiempo que angustioso y con un punto salvaje que lo hace
encantador. Un desenlace perfecto para este viaje que bajo el mando de Michael
Ashley ha resultado del todo alucinante.
ASHLEY, Michael (comp.). Los mejores relatos
de ciencia ficción: la era de los clásicos (1946-1955). Introducción y
compilación de Michael Ashley; traducción de César Terrón. Barcelona: Martínez
Roca, 1979. 319 p. Súper-Ficción; 50. ISBN 84-270-0547-4.
2 comentarios:
Calidoscopio, si no me equivoco, también está incluido en "El Hombre Ilustrado". Un placer leerte, como siempre :-)
¡Gracias Ramón! Es un excelente relato de Bradbury, de los que permanecen en la memoria.
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